Ya en otoño, en Bremen, es difícil pillar la luz del mediodía. Hacía un frio que se me quedaban los dedos congelados. Entre sesión y sesión pintando ese camino del bosque, al lado del parque Achterdiek, subía a mi buhardilla desangelada con muebles de Ikea y una plancha a pensar alguna pincelada de mi cosecha, hasta verificarla al día siguiente.
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