“Zapato” y “galocha” son dos palabras que entran en Europa con la venida de las lenguas de los canteros caucásicos y de Asia Menor, durante la Edad Media.
Cuando no se tienen documentos escritos u orales directos, especular sobre etimologías ha llevado siempre a singulares divagaciones. Si no se dispone de más, la imaginación no es mala pero siempre que vaya acompañada de cierta lógica o, por lo menos, de que no repugne “in terminis” a la definición concluida.
Siempre ha sido un reto para los lingüistas, la obtención de una aseveración contundente de la etimología de las palabras “zapato” y “galocha”. La Real Academia Española supo que en alguna lengua de oriente medio, para designar tal objeto de cuero que recubría todo el pie, la fonética encontrada era algo así como “sabat, o çabat o zabat o zapat”, y, dada la similitud fonética, fijó la etimología.
Lo cierto es que la taxonomización actual de las lenguas no corresponde con la intrincada red de elementos multifactoriales que durante la historia de las distintas lenguas se han ido enredando, de tal manera que ya es imposible encontrar aseveraciones tan concluyentes y absolutas para estas dos palabras, como lo son para la palabra “castillo”, por ejemplo, que tiene su antecesor fonético inmediato en la palabra “castellum” de cuya etimología no cabe ninguna duda.
En la etimología de la palabra “zapato” nos encontramos con dificultades que algún académico resolvió en un “pispás”, dando como solución apodíctica que procede de la palabra turca “zabata” sin más explicaciones, y se quedó tan fresco, para que todos los que consultáramos esa palabra, tragáramos esta etimología oficial de la Real Academia.
En Bashkirski y en Tatarski, dos idiomas uralo-altaicos hablados en las repúblicas ex-soviéticas Bashkiria y Tatarstán, todavía hoy día se conserva en su léxico la palabra “sabatá”.
Hemos de tener en cuenta un dato previo importante, y es que históricamente, el pueblo turco se formó como resultado de emigraciones en grandes oleadas humanas procedentes de esas zonas asiáticas de los montes Urales y los montes Alta; así podemos entender resumidamente que el turco es un idioma traído hacia el sur por los históricos uralo-altaicos del centro-norte de Asia.
Joan Corominas, probablemente tomó la etimología turca de “zapato” sin más, pero es necesario seguir profundizando en esa pista etimológica que nos lleva a los Urales y Altai.
Curioso es que otro tipo de zapato de iguales características pero hecho con distintos materiales, era la “galocha”, ¡curiosísimo!
“Galocha” está documentada en la historia del español, en la primera mitad del siglo XIV, y esta misma palabra en occitano antiguo. Sin duda, en francés, “galoche” tiene su origen en el sur de la lengua de “oc” originario de las costas provenzales del sur-este de Francia.
Si trazamos una isoglosa de estas palabras en un mapa de Eurasia, las vemos documentadas en Bashkiria, en Tatarstán y en amplias zonas de la actual Turquía, que comparte la antigua Armenia, por las zonas que circundan el Mediterráneo y en Occitania, por la zona de la actual Marsella. Verificamos que en el Cáucaso, los mismos elementos fonéticos contenidos en la palabra: “krna(k)(l)osik” vigente en la actualidad son similares a los elementos fonéticos de la antigua “Kaloch”, con sus elementos lingüísticos primigenios y emigrados hacia el sur procedentes de los Urales y Altai.
Es sabido y constatado que las grandes emigraciones antes referidas, durante los amplios periodos anteriores a nuestra occidental Edad Media dejaron muchos de sus rasgos lingüísticos en hablantes caucásicos aposentándose como tal en zonas de la antigua “gran” Armenia, en lo que hoy es, después de innumerables vicisitudes históricas, este y sur-este de Turquía hasta el mar Caspio.
Si seguimos con nuestras isoglosas correspondientes a la fonética de la raíz de estos dos signos lingüísticos “zapato” y “galocha” con el significado de prendas de calzado, nos encontramos con dos fenómenos interesantes: 1) que “kaloch” vacila en su fonética dentro de la evolución en la histórica del idioma Bashkirsky y su vecino Tatarsky, en el interior de la antigua Unión Soviética, y confunde la primera consonante velar oclusiva sorda con su correspondiente sonora, constatando hoy día “galoch” y “galoche”; y 2) que “sabata” originaria de los Urales y extendida hasta el sur de la actual Turquía, permanece hoy extendida también en toda la zona de la actual Ufa en cancioneros tradicionales de los pueblos de los alrededores.
Después del asentamiento del Imperio Otomano en Asia Menor, “sabatá”, palabra aguda, se escribió con caracteres árabes durante todos los siglos del sultanato, en el idioma Turco de los últimos siglos de nuestra Edad Media hasta la reforma caligráfica de Mustafá Kemal Ataturk, a principios del siglo XX, en amplias zonas del este de la actual Turquía, pero la fonética es la misma raíz para “sabata”, donde los fonemas labiales oclusivos sordo y sonoro se confundían participando de los hábitos lingüísticos del sustrato lingüístico de la zona. Es decir, que la articulación fonética del fonema labial oclusivo sordo se identificó, igual que hoy, en los distintos idiomas semíticos, desde Arabia a Marruecos, con el fonema labial oclusivo sonoro, y por eso los hablantes nunca distinguieron entre sabatá y sapatá. Esa es la razón por la que no se puede colegir que repugna lingüísticamente esa confusión sorda-sonora ya que no es una evolución contraria y repugnante de sonora a sorda, sino que es identidad concomitante de sorda-sonora, cuando la evolución fisiológico-fonética coherente en todas las lenguas es la contraria: el paso de sorda a sonora.
Considerando este punto de vista, ya parece congruente lo que hasta ahora ha sido un enigma lingüístico no resuelto y solamente constatado en un elemento. Por eso, los académicos no se han metido en más profundidades más que a exponer que en castellano el étimo de nuestro “zapato” sea el turco “sabata” y el de “galocha” provenga del provenzal “galocha” o del francés “galoche”.
Pero lo que salta a la vista es la pregunta: ¿Y la palabra “galoche” surge en provenzal o en francés, por generación espontánea? Naturalmente que no.
Fijémonos en las conclusiones a las que llegó Joan Corominas habiendo constatado que por primera vez encuentra palabras como “zapato” en nuestros pergaminos de mitad del siglo XII, en concreto en el años 1140: “No es seguro que haya relación etimológica entre estas palabras orientales “sabata” y “kaloch” y las de las lenguas de Occidente “zapato” y “galocha” con las cuales podrían coincidir por casualidad”.
Habiendo seguido el rastro a esa posible casualidad podemos resumir -sobre todo sabiendo ya acerca de la compenetración de los cristianos del sur del Cáucaso con los Cruzados y Templarios y el trasiego de todos ellos por el Mediterráneo hasta aposentarse en las costas del sur y sureste de la actual Francia- que la palabra “zapato” la trajeron los caucásicos cristianos al principio de la Edad Media a Europa con sus variantes fonéticas originales y quedó gramaticalizada en las lenguas románicas y sobre todo en el euskera desplazando a “coturno” “soccum>zueco” y “calceum” por un proceso metonímico, resultando las acepciones de calzar, calza, calcetín, calzón etc.
Es decir, que son las típicas palabras procedentes de un superestrato lingüístico asentado por las condiciones de las superioridad técnica y cultural en la manufactura del objeto. No olvidemos que los zapatos más antiguos realizados con iguales materiales y con una forma muy parecida a la de las pasarelas actuales se encontró en una cueva Armenia de 5000 años de antigüedad, cerca de la frontera de este país caucásico con Irán y Turquía.
Y en cuanto a las dudas y vacilaciones de nuestros etimologistas sobre la palabra “galocha”, fehacientemente documentada en nuestra lengua a partir de bien entrado en siglo XIV, y que también se ubica como proveniente del provenzal antiguo o del francés antiguo, hemos de decir lo mismo, por lo que concluimos que las palabras “zapato” y “galocha” son dos palabras de un superestrato lingüístico sobre el castellano y sobre el provenzal y sobre el francés; y naturalmente sobre el várdulo, el aquitano, el caristio y el autrigón substratos del actual euskera. Y desde luego nada asimilable a la posible solución que da Joan Corominas al establecer una posible etimología como una palabra patrimonial proveniente del latín vulgar: “calopea”, alteración de “calopeda” y esta del griego “kalón-podós”= madera en el pie” Esta etimología no hay por dónde agarrarla.
Resumiendo: “zapato” y “galocha” son dos palabras que entran en Europa con la venida de las lenguas de los canteros caucásicos y de Asia Menor, durante la Edad Media; y que forman parte del acerbo del Armenio-Euskera como constitutivos propios de la lengua vasca y como préstamos lingüísticos al incipiente castellano. De ahí que se propague al resto de las lenguas europeas donde cristaliza su uso, y en las lenguas románicas sustituye a las patrimoniales: “coturno”, “soccum” o “calceum” con las soluciones metonímicas antes citadas.
Nota:
Hemos de tener muy en cuenta que cualquier lengua, al tomar un préstamo de otra, sobre todo si filogenéticamente es muy distante, el proceso de transformación y adaptación fonética, puede ser desde muy similar a muy distante y errático sin seguir ninguna ley evolutiva de la historia de esa lengua.
En el armenio actual, “zapata” sufre una reducción: “zpayt” >”payt” por lo que se ha alejado de la solución vertida en el euskera incipiente en la Edad Media: “zapata”
Albanés: “galloshe”
Turco: “galoş”
Griego: galótsa