viernes, 31 de marzo de 2017

Españoles




Cuando se oye hablar mal de España a un politiquillo, si uno fuera violento, darían ganas de rebozarle por las narices la imagen de españoles como este madrileño bailando sobre patines, o del malagueño Picasso, o del asturiano Severo Ochoa, o del Catalán Casals, o del sevillano Velázquez, o del Alcalino Cervantes,  o de los albañiles andaluces que construyeron Cataluña en los años 60-90, o de los jesuitas vascos en el Iguazú, o de Blas de Lezo, o de  los médicos y enfermeras y todo el personal sanitario actual… etc.  etc. Y de paso recomendarles que estudiaran un poco y se dejaran de estar todo el día tecleando el móvil compulsiva y neuróticamente.

martes, 28 de marzo de 2017

La hermosura de una flor y de un camello.




Las raíces de las palabras del árabe contienen un esqueleto de tres consonantes.
He oído últimamente a algunas personas detrás de un micrófono de radio o de una cámara de TV, decir que hay Islámicos radicales terroristas frente a islámicos moderados personas de paz, porque Islam se puede traducir por paz.
La lenguas semíticas son eminentemente consonánticas, y hay que abordar las traducciones con sumo cuidado para no llegar a tergiversaciones lingüísticas.
Cuando yo estudiaba árabe e Islam, tuve un amigo llamado “Yamal-din”. Este nombre propio podríamos traducirlo con bastante fidelidad, aunque no con absoluta exactitud por “Belleza de la religión”.
Cuando oigo decir que “Islam” se puede traducir por “Paz” me asombro. Esta traducción no es exacta, se aleja mucho de lo que en realidad significa.
Las palabras se ajustan no sólo al pensamiento sino a las percepciones, a la tradición, a la historia, al conjunto de la sociedad en donde nacen y se desarrollan, por supuesto al clima, en suma, a todos los múltiples elementos de su circunscripción desde los más antiguos ancestros hasta nuestros días.
Para uno cualquiera de nuestra sociedad, el concepto de belleza se ha asociado a múltiples significantes a lo largo de la historia social, política y económica. Cuando uno ha superado las necesidades básicas ha podido asociar el concepto de belleza al de una flor o a un atardecer,



no así cuando apenas ha subsistido en la miseria, que lo ha podido asociar a una fruta fresca o a una barra de pan.
Yamal-Din, me decía que para él, el concepto de belleza estaba condensado en la palabra consonántica, de tres consonantes “YML”, (inténtense pronunciar las tres consonantes, sin vocales) parte de su nombre propio, que era el mismo concepto de belleza, exactamente de la misma raíz etimológica “YML” que significa camello. Por eso, para uno cualquiera de nosotros es imposible vislumbrar que “Belleza de la Religión”, comparta significado etimológico con “Camello de la Religión”
Como mi amigo Yamal-Din era bilingüe perfecto, hasta el momento de hacer estas reflexiones no se había percatado de tal homonimia consonántica y no cesaba de reírse al comprobar el paso de una a otra traducción.



En cuando a la vocalización silábica es más difícil de resumir. Quizá el concepto abstracto de “belleza” encierra un contenido fonético vocálico más neutro y más abierto, mas cercano a “YAMAL” que el concepto concreto de “camello” con elementos vocálicos más palatalizados más parecido a “YEMEL”
Por otra parte, y abundando en que las lenguas semíticas son eminentemente consonánticas, nuestro concepto de paz, lo asociamos a ausencia de guerra, a tranquilidad de la mente, a sosiego en el espíritu, a inactividad neuronal… Mi amigo Yamal-Din lo asociaba a ausencia de peligro en el desierto en una fría noche bajo la media luna y las estrellas después de una soleada calurosa y polvorienta caminata por las dunas.
Pues lo más parecido a esa Paz es “SLM” vocalizado en “Salam”.
“Islam” se acerca bastante a "Salam", no se acerca al significado de un sustantivo de nuestras lenguas indoeuropeas, sino a un concepto que habría que explicarlo con una larga retahíla: “Sometimiento obediente y absoluto a la voluntad de la divinidad que es la unicidad por excelencia, ente puro, ente externo, ente universal que todo lo puede, condensado en un concepto que se escapa a nuestra humana consideración”, pero nunca se puede traducir por “PAZ” en el sentido de las lenguas indoeuropeas como la nuestra. En todo caso, tendrá un significado más cercano a “sumisión”.
"ISLAM no quiere decir “PAZ”, ni mucho menos.
“Musulmán” es la tergiversación fonética, adaptada a nuestra lengua, de MSLM vocalizado en una velarización y una palatalización, fonéticamente más parecido a “Moslem” o “Muslim” para el masculino y “ Moslema” o “Muslima” para el femenino: “El sometido o la sometida” a la negación “LA”, que es nuestro adverbio de negación “NO”.
La negación con un artículo pero dignificado, substantivado el adverbio de negación, y elevado a la más suprema significación “Al-Lá” es el que No se puede representar, porque No se somete a nada ni a nadie. "El NO sometido a nada". De esa dignificación de la negación derivan todas las virtudes y atributos, expresados en el rosario de los 99 nombres de “Al-Lá”, que el devoto islámico recita uno tras otro y cuenta con las sartas entre los dedos, observando desde la Yurta o la Jaima la belleza, su belleza, del desierto o del camello o dromedario.
Como es el “No-representable”, no cabe la imagen, no cabe la estatua, no cabe la pintura para expresarlo. No se puede pintar, No se puede esculpir, sólo cabe expresarlo con esa negación: "LÁ" al que se supone un sometimiento total. Sólo el valor del símbolo lingüístico se puede, desde lejos, acercar a expresar su unicidad, y por lo único que se puede traducir es por otro símbolo gráfico que está escrito en el cielo (con caligrafía: Al-Hat) y que lo escribió el mismo “Al-Lá”, según la creencia islámica con su caligrafía curvilínea.
El Corán, en la creencia desde la hégira de Mahoma hasta nuestros días, no es más que una copia de ese Al-Hat celestial, o lo que es lo mismo copia de esa caligrafía celestial.
Sabiendo esto, ¿cómo se puede traducir: “La-iLa-hu- ila- Al -La”, que es la principal sura del Corán? La traducción real será: “No hay más No que el No”, pero tampoco se acerca a la realidad, por eso nosotros lo asociamos a nuestra percepción histórica-social-tradicional, al concepto inicial de Zeus, palabra griega procedente del Indoeuropeo, traspasado al latín Deus, que evoluciona al español Dios. “No hay más Dios que Dios”, sintaxis incongruente y significado anodino para un occidental.
Imposible, irreconciliable. No se puede traducir ni Salam, ni Islam, ni Al-La. Para ser exactos, sólo se pueden pensar en su lengua original. De la misma manera el Corán es intraducible a cualquier lengua. Cualquier traducción lleva a errores inconmensurables y a la confusión.

sábado, 25 de marzo de 2017

Julia canta.

Cuelgo aquí esta canción grabada y montada por Julia y su hermano.  Es una suerte que no haya que pagar  derechos de autor por escucharla.




jueves, 23 de marzo de 2017

Imaginación y ciencia (A mi nieta Julia)

Uno de aquellos días sorprendí a Julia y a su hermano sacando de los cajones una cortina vieja para jugar a los disfraces, y jugaban a "las bodas"










Aquel verano, cuando mi nieta Julia era muy niña, sagaz y prematuramente me llevó en nuestra conversación a donde ella tenía previsto. Yo no quise influir en su libertad ni un ápice y le contesté con una sonrisa a su pregunta: ¿Abuelo, tú crees en Dios?
Prometo por mi honor que ella no sabía ni había oído hablar de Atahualpa Yupanqui ni de su famosa canción: "Un día pregunté yo..."
Era yo un jovenzuelo de no más de veinte años de edad, deduzco, porque no recuerdo exactamente, cuando escuché una conferencia didáctica y desmitificadora a don Maximiliano Cordero en Salamanca sobre el libro bíblico del “Génesis”



No recuerdo la abrumadora información erudita que trasmitía, lo que sí me quedó grabado fue que era un políglota de lenguas semíticas, pues escribía hebreo, griego y latín, para explicar conceptos y etimologías de esas lenguas con una facilidad pasmosa. El culmen llegó cuando explicó referencias de libros sagrados y hasta de tablillas de terracota de otras civilizaciones distintas a la antigua judaica con escrituras como cuneiforme y jeroglífico del antiguo Egipto.
Saqué la impresión de que aquel conferenciante era un sabio, sobre todo a mi lado que despertaba a las dudas del mundo universitario-intelectual.
Entre los datos que recuerdo, groso modo, fue que el libro del Génesis se empezó a escribir hace 32 siglos por unos ignorantes campesinos de tierras semidesérticas sin más ilustración que la observación del terruño y el sol por el día; y de las estrellas y la luna por la noche.
Al parecer, decía, fue perfeccionándose la redacción para que no hubiera lugar a equívocos sobre el origen del mundo hasta que hace, siglo arriba, siglo abajo, veinticinco siglos se fijó la redacción que llegó hasta la Vulgata de San Jerónimo en Latín y de la Vulgata hasta nuestros días.
Decía en su conferencia el famoso Maximiliano Cordero que el concepto de Creador de todo lo existente, no podía ser el Señor de las barbas de las pinturas y representaciones escultóricas, sino algo así como una personalidad tan superior que ni siquiera podía caber en nuestras mentes limitadas, ya que creó todo lo que existe partiendo de la nada. Ni siquiera la metáfora del soplo para crear puede parecerse a lo que en realidad tuvo que ser: algo que nuestras mentes limitadas no dan alcance ni siquiera a imaginar. Pero la mente de los que imaginaron el principio del universo y lo expresaron con escritos incipientes era tan preclara que imaginaron que el todo existente tenía que proceder de la nada. O lo que es lo mismo, que la existencia tenía que proceder de la no existencia; y a los que ya más tarde sabían escribir y heredaron oralmente esa primera imaginación, la pusieron por escrito plasmando en los primeros papiros y tablillas que un tal YHWH, pronunciado algo así como “Yavé” inimaginable para nuestras pobres mentes, algo así como si fuera un pensamiento sin cuerpo, tuvo la voluntad de crear todo lo que existe a partir de la nada y los escritores posteriores lo expresaron a su manera:
Ese pensamiento incorpóreo llamado YHWH, en otras civilizaciones ya no podrían imaginarlo como tal sino como si fuera un ser humano pero especial, muy especial, llamado Zeus, y más adelante, ya en latín, se le llamó Deus, y es lo que desde hace quince o veinte siglos se ha dado por hacerlo evolucionar a llamarle Dios..
Lo más importante es el concepto de que ese ser incorpóreo creó el todo partiendo de la nada, o se creó a sí mismo o no se sabe qué…. pero quedó así manifestado para que cada cual lo entendiera como mejor pudiera:
Y así se traduce al idioma español en el primer párrafo del Génesis
Cuando en el principio Dios creó
los cielos y la tierra,
reinaba el caos y no había NADA en ella.
————————————-
De la misma manera que Leibniz y Newton, siendo contemporáneos, llegaron a las mismas conclusiones sobre el cálculo infinitesimal sin ponerse de acuerdo, actualmente Muklanov y Hawking llegaron a otras iguales conclusiones. Veamos:
Viatcheslav Mukhanov, científico ruso, profesor en Alemania, llegó por distinto camino a las mismas conclusiones que otro famoso científico inglés, Stephen Hawking: todo lo que existe se formó a partir de un fenómeno infinitamente más pequeño que un punto. A ese fenómeno le llaman fluctuaciones cuánticas.
Tengamos en cuenta que un punto no es nada, sólo es un concepto, no es una superficie pequeñita pequeñita, porque por mucho que la reduzcamos siempre será una superficie. Un punto es algo menor, no sabemos lo que es. ¿Es sólo un concepto? Es menos que eso: Es “la nada”.
La periodista le ha preguntado a Muklanov: “Entonces, ¡toda la materia surgió de la nada?
Y le responde: “El hecho de que el Universo se origine de la nada no contradice ninguna ley física… El Universo surgió de la nada y si me pregunta qué había antes, la pregunta no tiene sentido porque [ el antes supone que hay tiempo y ] el tiempo también fue creado cuando surgió el Universo.
Concluye el científico que Alguien o Algo creó el Universo de la Nada
Desde la Imaginación de aquellos pastores del desierto a la Ciencia actual hay un viaje de treinta y tantos siglos.
Viejo refrán: “Para ese viaje no hubiéramos necesitado tantas alforjas”
A fin de cuentas, la imaginación de unos incultos pastores del desierto y la ciencia actual salen del mismo sitio, son los resultados energéticos de millones de procesos bioquímicos de las neuronas del cerebro humano. La imaginación y la ciencia están muy juntas, muy juntas. Las dos caben en una pequeña esfera de hueso llamado cráneo.
¡Qué juntas ni juntas, como decimos coloquialmente en Málaga…! Fusionadas diría yo, como la cara y la cruz de una misma moneda, como el haz y el envés de una misma hoja.




(Tanto el cráneo como la bioquímica y fisiología de las neuronas las estudié a fondo en segundo de Medicina)
La periodista insistió en sus preguntas y Muklanov le contestó:
“Las leyes de la física lo explican todo. Ahora bien, quién es el creador de esas leyes… eso ya es otra cosa. Es una pregunta abierta”.
Julia: Ahora que ya sabes física y matemáticas, te contesto a tu pregunta que es la misma pregunta abierta que propone Muklanov.



Ante esa pregunta no cabe más que dar un salto. Unos dicen que sí, y otros dicen que no. No hay más remedio que arriesgarse y saltar. Yo salto al lado de los que dicen que sí. Yo creo en Dios, ahora elige tú.




(Ahora que son mayores, en algún rato libre todavía juegan juntos. Ahora juegan a grabar canciones)

















sábado, 18 de marzo de 2017

Capítulo 44 "El Enigma de Baphomet"

44
Subimos abrazados a su casa, apoyándonos mutuamente para curarnos las heridas. Yo sangraba por un codo y Rechivaldo por el costado. Le conté mi periplo persiguiéndolo por todo el mundo; y le revelé la desgracia, no sólo para nosotros sino para todo el Temple, de haber perdido en Asia los pergaminos más importantes.(Primera casa de Murias de Rechivaldo, ruinas)Él pretendía consolarme con argumentos teológicos acerca de la Providencia Divina, a lo que yo le respondía:




Quizás Dios no exista y hemos malgastado nuestras vidas. Cada vez me cuesta más creer en la justicia divina. A la vista está. ¿Qué hemos hecho para merecer tantos sufrimientos?
Rechivaldo insistía con su machacona doctrina:
—Desde que el hombre es hombre y fue creado del barro en el paraíso, la tentación de fe ha sido una constante entre los hombres buenos.
—Tú has acertado refugiándote en la catedral de Santa María a la sombra del Obispo y del Cabildo. Así, ya no te perseguirá nadie.
—Me han ordenado de Sacerdote de la Iglesia. En doce meses de estudio y de cilicio, he aprendido la Suma Teológica de Tomás de Aquino y he pasado un duro examen de doctrina.
—Ahora es tu obligación defender esa doctrina no con las armas sino con la lengua, hablando y convenciendo a los paganos y convirtiendo mahometanos, pero yo estoy bien convencido de todo lo contrario, por los hechos.
—¿Has renegado?
—No he renegado de nada. Soy un criminal perseguido por la justicia por haber matado a Gelvira. Este crimen a los ojos de Dios, si existiera, sería injustificable a diferencia de los muertos en los campos de batalla por defender la Cruz de Jesucristo. Con el paso del tiempo y de la vida he llegado a la conclusión de que todos los crímenes son igual de criminales. ¡Tantas muertes, tantas guerras...! No aprendemos. Somos animales de muy dura cerviz. La única lucha verdadera es la lucha contra uno mismo. Luchar contra los demás es lo más fácil del mundo porque lo da la naturaleza. Matar con arte, con gracia, con técnica de guerrero bien entrenado, con saña, nos han dicho siempre que es de valientes, de listos, de valerosos, pero es lo más cobarde de la naturaleza. Luchar contra uno mismo es igual que estar conquistando la paz continuamente. Tú has conseguido la paz echando gorgoritos en la iglesia y logrando que el pueblo te admire y te venere. Yo conquisto mi paz constantemente en pugna perenne conmigo mismo. Creí llegar a la paz colgándome de una viga pero me dio tiempo a pensar que así no se consigue, porque la paz verdadera no llega nunca, ni después de muertos, por haber nacido; y es inútil desesperar por no alcanzarla, porque la vida, según yo la veo, mi vida, por lo menos, ha sido una búsqueda constante andando las veredas y surcando los mares sin descanso. No hay que desesperar porque nunca la alcancemos.
—¿Que no alcancemos, qué?
—La paz interior, te digo.
Blanco relinchó atado debajo del árbol, reclamando mi presencia, o tal vez tuviera sed y me pidiera agua. Tenía su cerco de hierba pacido.
—Mira a Blanco —salimos los dos a la ventana—, ya lo tengo domado y responde mejor que cualquier persona. Su paz es absoluta. Sólo se turba si me ve triste o preocupado.
Volvimos a sentarnos uno frente al otro. Y seguí pensando en alto:
—¿Qué va a ser de mi vida de ahora en adelante? Si Dios existiera no habría permitido que matara a Gelvira, que era mi única esperanza.
—La esperanza en Dios, Martín, la esperanza en el Espíritu Santo. Dios es misericordioso con nosotros. Dices que no has renegado pero tu desesperanza es lo mismo que haber renegado.
—No tengo nada de qué renegar, y mucho menos con saña. Ya estoy muy convencido de que la saña no trae más que confusión y resentimiento, y en definitiva sufrimiento para uno mismo. Simplemente: no creo en nada.
—¿Ni siquiera crees en Dios, aunque hayas dejado de creer en Jesucristo?
—No creo en nada, Rechivaldo, no creo en nada.
—Tomás de Aquino ha demostrado, antes de morir hace unos años, que Dios existe. Yo he estudiado las pruebas en la biblioteca de Santa María, que hay una copia dictada directamente por él en su escuela de París.
—No serán tan contundentes sus enseñanzas cuando el mismo obispo de París las ha condenado.
—¿De dónde has sacado tú eso?
— Ahora no tengo muchas ganas de contarte. Tendría que recordar todas las conversaciones con dos templarios en Asia. Se llamaban Alfa y Omega. Estudiaron en París y en Salerno.
—Pero el Papa Clemente V, en Avignon, está recopilando milagros para canonizarlo y ya es doctrina oficial de la Iglesia la doctrina de la Suma. El mayor milagro es haber escrito y enseñado lo que ninguna naturaleza humana hubiera podido si no fuera por la intervención divina.
—¿Puede ser posible, Rechivaldo, que hagas caso a nada que diga este papa, después de lo que nos ha hecho? A ti y a mí nos separa una distancia de opinión muy grande. En este asunto, aunque quisiera comprenderte no podría. No has tenido tiempo de vivir lo suficiente. Te has acomodado muy pronto y te has pasado de la seguridad que daba el Temple a la seguridad de vivir a la vera del poder y del obispo.
—Atiende, Martín, para entender las pruebas de que Dios existe, hay que haber estudiado lo que Tomás de Aquino ha demostrado. No ha llegado a demostrar que Jesucristo es Dios, pero sí que ha demostrado taxativamente la existencia de un Dios creador del universo.
—Y yo he demostrado su inexistencia, con los hechos, con mi vida, con el comportamiento de Áureo, siempre mejor que el de cualquier persona. Hubiera merecido el cielo mucho antes que nosotros y sin embargo está podrido y vaporizado en la nada, en la inexistencia. Es mucho más difícil demostrar la inexistencia de Dios que la existencia. La he demostrado ante mí mismo, después de haber caído en tantos errores de los que nadie puede imputarme ser culpable. El más horrible: haber matado por un error a Gelvira; que estaba seguro de que no era tal error, porque era evidente. Tenía la prueba delante de mis ojos y me los froté, me los froté varias veces por si acaso soñaba, para comprobar que lo que tocaba y veía era cierto; y sin embargo me equivocaba absolutamente.
Rechivaldo no tenía argumentos para contrariarme y sólo se abrazó a mí, sollozando.
Yo, al verlo, verifiqué una vez más que sus sentimientos eran auténticos y buenos, que había dejado el oro del Temple para que mi propio hijo y Gelvira —ya que yo no había vuelto de mi periplo, y nadie sabía de mi paradero—, tuvieran renta suficiente para abordar la vida. Y él se había conformado con labrar las murias de un campo del obispo y haber explotado los dones del oído y de la voz única que Dios le había dado, y los había aprovechado para preservarse y librarse lícitamente de la muerte. ¿Quién, sino sólo Dios le había concedido aquella voz y aquella suerte? La cabeza me hervía, no podía contenerme.
Una comezón me carcomía las entrañas intermitentemente, pensando en lo que ya no podía solucionarse por más arrepentimiento que tuviera.
Me asaltó otra vez la idea de colgarme. Ahorcarme allí mismo, en las murias de Rechivaldo, cuando me despidiera; que Blanco relinchara al verme balanceándome en el aire, como único testigo de mi muerte, delante de sus ojos, suspendido de la rama más gruesa, haciendo un nudo corredizo con las riendas del caballo, a la sombra del árbol, para que no acudieran las moscas, hasta que Rechivaldo me viera al salir de casa y
me diera sepultura, porque estaba seguro de que Rechivaldo lo haría llorando y rezando, por si acaso. Quisiera que alguien rezara por mi alma por si quedara un resquicio de Dios misericordioso. Pero no se lo confié a Rechivaldo porque trataría de evitarlo a toda costa y no me dejaría solo.
Me vino a la mente lo que en Asia me decía Omega para distraer nuestras tribulaciones: “Hoy día, en las escuelas de Europa, está de moda, entre los físicos, imaginar a Dios y probar su existencia; y esa moda se contagia a los filósofos que son los que escriben de estas cosas”.
Seguí contándole:
—Un día, en Karahung, mirando las estrellas con Alfa y Omega, me decían lo mismo que tú ahora: que nuestras calamidades eran pensadas por la Divina Providencia, pero yo les argüía que los físicos y científicos viven tan a gusto diciendo todos lo mismo. Es la moda de la que nadie se libra, y se creen que esa es la verdad sempiterna. Sólo los más ignorantes y engañados hemos llegado a la conclusión de lo contrario. Pero puede ser que llegue el día en que la moda se dé la vuelta y se piense al revés que ahora, y que todos, hasta los astrónomos que no cesaban de mirar por los ojos de las piedras horadadas y son los más sabios del mundo, digan todo lo contrario: que Dios no existe, que no hace falta para explicar el universo, precisamente por no haberlo encontrado entre las estrellas o mucho más lejos de las estrellas, donde no sabemos lo que hay; y que los que crean en Dios sean los más ignorantes y supersticiosos. Imaginar a Dios es muy fácil al ver las cosas, al sentir el aire, al quemarse con el fuego, al analizar la vida de los animales y las plantas, y al contemplar el firmamento, sobre todo cuando lo observamos en una noche oscura y estrellada; y un filósofo como ese Tomás de Aquino puede transformar la imaginación de cualquier ignorante en prueba contundente o en demostración matemática. Pero todo se reduce a imaginación tanto del ignorante como del docto. Yo puedo imaginar ahora, o los dos juntos podemos imaginar que Gelvira entra radiante por esa puerta dándonos la sorpresa de que está viva y con un letrero en la frente diciendo: “Mi presencia aquí es la mayor prueba de que Dios existe”. Es fácil imaginar la existencia de Dios, te digo; y sin embargo, qué difícil es imaginar la inexistencia. Es muy fácil imaginar que, de repente, se me pone la cara y la pierna igual que las tenía antes. Imaginemos o no imaginemos a Dios, si existe, existe; y habrá existido siempre. Y si no existe, no habrá existido nunca independientemente de nuestro pensamiento.
Rechivaldo intentaba convencerme:
—Tú mismo te estás contradiciendo. Es mucho más fácil imaginar una prueba de la existencia de Dios que imaginar una prueba de la no existencia. Por eso el ser humano está condenado a creer en Dios o a desesperarse.
—Mira, Rechivaldo: Dios existiría si mañana Gelvira apareciera viva y pudiéramos pasar juntos el resto de nuestras vidas. Me decía Alfa, que, cuando los físicos se preguntan el porqué de cualquier cosa de la naturaleza, es el mismo pensamiento que ha hecho concebir a Dios. Allí, en Karahung, observando el movimiento de las estrellas con las piedras alineadas en la colina, me decía un astrónomo paisano de San Pablo que todo está en movimiento, aunque parezca que sólo se mueve la luna, y concluía que lo que se mueve, al mismo tiempo que se mueve, se está alejando, y, si el sol y la luna y las estrellas se mueven, nosotros nos movemos con la tierra aunque no nos demos cuenta. Y, si nos movemos, nos alejamos, porque todo lo que se mueve se aleja. O sea, que todo se mueve y todo se aleja; y si se aleja, se aleja de algo. Y si se aleja de algo es que antes estuvo junto a ese algo. Así que tuvo que haber un momento que todo estuvo junto, junto, junto, junto. Y cuando todo estuvo absolutamente junto, fue el principio, y si hubo un principio, tiene que haber un fin. ¿Ves qué fácil es imaginar el principio y el fin de todas las cosas? Por eso, ellos, para ocultar sus nombres, se pusieron Alfa y Omega. Porque decían que imaginar es lo mismo que demostrar. Al fin y al cabo todo sale de la misma cabeza. Es lo mismo que imaginar a Dios omnipotente creador de Cielos y Tierra. Lo que ya me es más incomprensible es que premie a los buenos y castigue a los malos. ¿Quién es bueno y quién es malo? Creamos en Dios o no creamos, la gente buena hará cosas buenas y la gente mala hará cosas malas. Es inconcebible que la gente mala haga cosas buenas, porque entonces ya no sería mala. Pero lo que sí podemos concebir es que la gente buena, de vez en cuando, haga cosas malas; y eso sólo puede ser si Dios existe. Es el único resquicio que veo para concebir la existencia de un Dios Omnipotente pero no misericordioso, porque, vaya gracia: que exista Dios para que los buenos hagan cosas malas.
Imaginar a Dios es fácil porque el poder de la imaginación es infinito. Lo imposible es imaginar la nada, porque, si la imaginas, esa imaginación ya es algo. Lo imposible es imaginar la nada sin un Dios que la haya hecho. Las pruebas de Tomás de Aquino de que Dios existe son imaginación, en todo caso, que por lo tanto no prueban nada. Ya te digo que la única prueba de que Dios existe sería que Gelvira estuviera viva.
Sigue tu camino, Rechivaldo, y, en tus oraciones del coro de la catedral, rézale a Dios por mí, por si acaso. Y guárdate bien, no sea que alguien te delate, y no te fíes de nadie, ni del que parezca más bueno, porque se escudará en que es la voluntad de Dios que, creyéndose bueno, le ha permitido Dios hacer algo malo: delatar que has sido templario. Y tú pasarás, en un instante, de ser bueno, a ser malo.
Yo me esconderé en el monte y viviré con los lobos. Intentaré acercarme a los amigos domesticados de Cerecinos y Matalobos, que no es que matara lobos ni nada parecido, como se ha dicho, sino que su abuelo nació en una choza al lado de una mata donde una loba parió lobeznos: la mata de lobos, por eso su apellido... Me acercaré lo más que pueda al convento, entre los árboles, para ver a mi hijo desde lejos, jugando en la huerta y en la granja. Y cuando sea mayor le pediré perdón por la muerte de su madre.

Rechivaldo no me decía nada; sólo lloraba y lloraba al escucharme y tuve que consolarlo

martes, 14 de marzo de 2017

La propiedad privada y el capitalismo. (Cuento)





Muky, el más listo de la manada, intuyó que almacenando cosas que le hicieran falta cuando hubiera escasez aumentaría su bienestar y el de su progenie.

Oko, más tontorro, intentó  quitárselo en vez de trabajar para conseguir semejante acopio.

Muky se enfureció y defendió su propiedad con uñas y dientes. Le dio una buena paliza y Oko aprendió la lección: debería trabajar para poseer lo mismo que Muky, pero ya no encontró frutos.

 Así empezó la propiedad privada.

La necesitad le hizo aguzar el ingenio y se le ocurrió ir a recolectar hierbas secas a varios kilómetros de distancia, sufriendo penalidades. Hizo cuatro viajes con sendas brazadas de yerba y la colocó haciendo una cama con la mitad de ella y la otra mitad la dejó al lado. Se echó a dormir haciendo ver a Muky lo cómodo que se sentía en tan mullido jergón. Se hizo el dormido.

Muky lo miraba con envidia al oír los ronquidos simulados desde la dureza del suelo en donde estaba echado y decidió, con mucho sigilo, arrebatarle la paja que tenía acumulada a su lado para hacerse una cama igual.

Cuando Muky estaba alargando el brazo y ya iba a robar la primera brazada de hierba seca, Oko saltó de su lecho y le dio un cate de el cuello que lo tiró patas arriba. Le enseño los dientes con un bramido y se dispuso enfurecido  en son de lucha para defender su propiedad.

Muky lo vio tan furioso que prefirió hacer un ademán apaciguador pues no le cesaba el dolor de cuello.

Oko  dirigía intermitentes miradas al montón de frutos que Muky tenía acumulados y Muky entendió al momento lo que quería, así que le ofreció uno de los frutos.

OKo negó y no aceptó el trato. Se acercó al montón de hierba abarcándolo con sus largos brazos. Estaba intentando decirle con dos gruñidos que era mucha hierba, mucho trabajo, mucho capital, demasiado trabajo para cambiarlo por solo un fruto.

Muky retrocedió, cogió dos frutos y le los ofreció al instante.

Oko le dio la espalda despreciando los dos frutos y colocó de nuevo, al lado de su mullido lecho, la gran brazada de hierba. 

Muky  se fue orgulloso a echarse en el suelo al lado del montón de sus frutos.

Al cabo de un rato, y con las costillas doloridas  en tan incómoda postura Muky pensó que quizá con tres frutos ya pasaría por el aro y así fue: cogío tres frutos y le lanzó un grito de advertencia. 

Oko titubeó por momentos pero el hambre le acuciaba y aceptó gustoso.


Había nacido el Capitalismo.

viernes, 10 de marzo de 2017

Mis abuelos maternos





No tuve la suerte de conocer a mis abuelos maternos, pero mi madre he hablaba tanto de ellos que los imaginé así, según las descripciones.

Allá, todavía  por el siglo XIX, mi abuelo era el maestro de Brimeda. Entonces los inviernos eran crudos con fuertes nevadas y lobos que entraban por las noches incluso por las calles del pueblo.

Todas las mañana temprano iban mi abuelo y mi abuela a encender las estufas de leña de roble y encina, para que cuando llegaran los 90 alumnos que tenía, niños y niñas, de seis a catorce años, tuvieran la escuela templada. Los hombres del pueblo, al final de cada verano, surtían a la escuela de dos o tres carros de leña del quiñón comunal del monte.

Así los imaginé yo llegando a la escuela una mañana nevada y pinté este cuadro cuando tenía 17 años.


Era el cuadro que más le gustaba a mi madre, y a mi hermana la pequeña. Por eso le prometí  a mi hermana que haría una copia lo más parecida posible  para regalársela.

Ya doy la copia por abandonada y la he firmado. Digo “abandonado” porque una pretendida obra de arte, si no se abandona, puede uno estar hasta casi infinitamente corrigiendo y corrigiendo, y a veces estropeando lo ya conseguido.