Fíjate: que la civilización del vino proceda de la Mesopotamia leonesa... eso sí que es inaudito; porque en realidad existe, pero nadie lo sabe; y allí especialmente, y en regiones limítrofes es donde más he oído expresiones como: ¡Cagüen Lá! ¡Dios-Lá! ¡Rediós-Lá!
Desde luego, en la escritura... vamos a releerla —Damián recuperó el trabajo de Clara y se apresuró a buscarla. Así que la hubo encontrado dijo muy expresivo:
—¡Claro; está clarísimo; no hay duda! Mira lo que pone —releía Damián en voz alta: «(La siguiente escritura, aparte de ritos y sacrificios, contiene una sarta de blasfemias contra Jesús de Nazareth, contra la Santísima Virgen, Contra la Sagrada Forma, contra las Jerarquías Eclesiásticas, contra los Vasos Sagrados, y también contra el Dios islámico Aláh, contra su profeta Mahoma, contra el Arcángel Gabriel y otras atrocidades)».
Siguió Damián leyendo más adelante: «Después de pronunciar las palabras, rociará con vino primerizo a lo hermanos(أخوأن); y todos los asistentes maldecirán a sus enemigos los tagarinos y a los cristianos, y a sus dioses y a sus costumbres».
Una vez leídas estas líneas concluía Damián:
—Es una lástima que ese traductor anónimo del año 40, por sus convicciones religiosas, no copiara aquí el pergamino de las blasfemias concretas.
Emilio, pensativo, le contestaba:
—Yo he ido relacionando exclamaciones que he recogido magnetofónicamente. No obstante, piensa tú, Damián, en una cosa: aquí siempre ha habido dos Españas. La historia de España es la historia de las blasfemias. No es que el español sea blasfemo por naturaleza, sino que se ha blasfemado para herir al contrario donde más le doliera. «Me cagüen la puta del obispo» sólo lo dicen los hombres con una copa en la mano, porque lo acuñaron los báquicos en contra de los cristianos, lo mismo que «Cagüen la Virgen» o «Me cagüen Cristo» o la blasfemia más original de todas: «Me cagüen el camino de Santiago». También he oído decir: «Me cagüen la puta del obispo de Izagre»; y eso que en Izagre nunca ha habido ningún obispo. Los báquicos clandestinos propagaron las mayores atrocidades verbales que todavía se conservan. Siempre se ha blasfemado por machacar al prójimo, lo que demuestra que los españoles no somos tolerantes. Nunca se ha blasfemado contra el Dios propio sino contra el Dios del prójimo. Pero los cristianos no se quedaron cortos. Así, cuando un islámico decía: «La ilahu, ila Lá» que quiere decir: «No hay más Dios que Alá», los cristianos empezaron a decir: «¡Cagüen Lá!». Cuando ha entrado un tercero, nadie ha aceptado las tres Españas porque la referencia del insulto se ha desdibujado y ha llegado el desbarajuste. Desde que no hay adversarios religiosos se han inventado cualesquier aspectos que diferenciaran a unos y a otros, aunque sólo fueran simbólicos: podían haberse escogido las rosas y las azucenas, o los blancos y los negros; y por el mismo motivo podrían haberse elegido, como símbolos diferenciadores, las mesas y las sillas, o el regadío y el secano. ¡Pues, no señor! se ha escogido lo que no tiene ni rastro de rasgo específico como el rojo y el azul, o la derecha y la izquierda.
Interrumpió Damián alterado:
—Pero, esta expresión procede de la República Francesa…
Emilio seguía queriendo caricaturizar lo más posible:
—Bueno, bueno... —y tomó definitivamente la palabra—: la cosa es exaltarse para zaherir al otro. Tan ridículo resulta decir «yo soy mesa o yo soy de azucenas», como decir que «yo soy rojo, o yo soy de derechas o soy de izquierdas». ¿Te imaginas, Damián, la risotada que nos pegaríamos si oyéramos decir a alguien, increpando al contrincante: «tú eres mesa pura y dura», y se ofendiera carcomiéndose, y respondiera: «No señor, yo siempre he sido silla y siempre seré silla hasta que me muera; aunque mi padre fuera mesa y mi abuelo fuera mesa yo he evolucionado a silla, y por favor, no pronuncie usted delante de mí la palabra mesa»? De la misma manera, llamarle a alguien cavernícola, es como llamarle trigémino o cualquier otro absurdo; y sin embargo, hay quien se ofende por ello. Tan idiota es el que lo llama como el que se siente ofendido. ¡La cosa es exaltarse aplastando al otro! Desde luego, esto lo han inventado unos listos para sacarle el dinero a los ignorantes y tenerlos entretenidos mientras que esos listos se comen la tortilla, muy española por cierto.
Se dieron tiempo para seguir pensando, y en dos minutos siguió Emilio: —Ahora voy entendiendo por qué, hasta hace muy poco tiempo, en muchos pueblos, a los niños se les ha seguido dando alcohol con el pretexto de hacerlos más adultos.