jueves, 18 de enero de 2018

El cuento del bitcoin y las nueces


















Cuando he leído hoy que los  grandes banqueros de dólares, euros, libras y yenes, dicen que nadie compre bitcoins porque no son de fiar  y observo la gráfica que con sus altos y bajos no hace más que subir y subir, no puedo por menos que recordar mi cuento:


Hace ya un treintena de años, a mil kilómetros de aquí, paseaba yo por un mercadillo al aire libre  un ratito antes de que terminara la jornada hacia las dos de la tarde. Algunos ya comenzaban a recoger los tenderetes.

Vi llegar a un hombre de unos 65 ó 70 años, sudando y encorvado, cargado  en sus espaldas con un saco que posó discretamente en el suelo, y respiró profundamente muy  cansado, en una esquina al lado del concurrido mercadillo. Inmediatamente empezó a anunciar su producto:
¡Nueces  a 20 pesetas el kilo, nueces, nueces….!  -Y del mismo saco, extrajo  una pequeña báscula romana.
A unos metros de mí, un hombre que probablemente frisaba los cuarenta se antepuso en mi camino cuando vio mi ademán de acercarme al de las nueces. Trajeado, brillantina en el cabello bien peinado, zapatos de cordones y puntera. Parecía un banquero o por lo menos un elegante bancario. Me dijo bajando la voz:  “ se va a buscar usté un poblema, se las arrobó a mi suegro y mi suegro ha ido al juzgado a denunciarlo, y además no paga el puesto  al Yuntamiento. ¿Ve usté que está en la cera y no tiene puesto? Tendrá que devolver el saco  a su amo  cuando vengan los guardias a detenerlo".
Me aparté a un lado  y discretamente me escondí detrás de unas lonas para observarlo, porque no casaban sus atuendos con la particularidad  de su léxico.
A cada persona que se dirigía al de las nueces lo abordaba y le decía la misma cantinela, con lo que el pobre hombre de las nueces se desgañitaba gritando viendo que ya terminaba la jornada y no había vendido nada.
En pocos minutos, cuando ya todos recogían sus trastos y los colocaban en las furgonetas, no quedaban clientes en el mercado, y el hombre de las nueces desesperanzado suspiraba sollozante mirando su saco lleno.
En esto, vi al del traje acercarse  al anciano y comenzó un dialogo, yo me fui paseando con el periódico haciendo como que lo leía para pasar a su lado:
--Qué llevas, buen hombre?
--Nueces, las mejores de toda  España. ¿Cuántas quiere usted? -contestó el anciano.
--¿A cómo?
--A 20 el kilo, pero si se lleva dos kilos se los dejo en 30 pesetas.
--¿Cuántos kilos lleva el saco, compadre?
--Cuarenta y cinco kilos más o menos, kilo arriba, kilo abajo.
Al buen hombre  le temblaba la cabeza como si padeciera Parkinson.
El del traje se quedó como pensativo atusándose la barbilla sin dejar de mirar el saco y terminó diciéndole:
--Yo le doy 100 pesetas por todo el saco.
El buen hombre, miró al cielo dudando, estiró la espalda desencorvando un poco la chepa, se secó una lagrima con el puño de su chaqueta remendada y accedió al trato. Con el billete de 100 pesetas en el bolsillo se fue  jadeante a la fuente del pilón público a echar un trago de agua y se sentó cansado.
El del traje cargó el saco a las espaldas y a paso rápido lo llevó a la calle adyacente donde tenía aparcado un Mercedes viejo  color verde claro con los neumáticos desgastados. Abrió el capó y depositó su triunfo dentro. Arrancó al tercer intento y se fue echando humo negro por el tubo de escape.
Me acerqué al buen hombre que ya estaba llorando para decirle que si estaba cansado lo podría  llevar yo en mi coche hasta su casa, y muy sorprendido me dio las gracias pero no accedió a mi ofrecimiento.