“Leo: —Los siguientes extractos pertenecen al diario más íntimo del Capitán Counillac:
“París, 8 de enero, de 1816. Al principio Esther no se dejaba, pero luego ya accedía porque su marido era tan rudo que nunca había sentido con él ninguna clase de placer al hacer el amor. Tuve mucha paciencia pero al final claudicó conmigo.
Más tarde, durante la retirada definitiva, el comandante de mi batallón, que se guardaba las tablas pintadas con la bellísima figura coronada de laurel derramando una cuba de vino hacia las mujeres y los hombres tocando el cuerno, y una copia casi perfecta de la misma, no fue capaz de custodiarlas; aquellos fieros leoneses de cerca de Mansilla de las Mulas nos arrebataron LA PINTURA ANTIGUA Y SU COPIA para siempre.
“Menos mal que yo llevaba la mayor parte de los pergaminos de Martín, Gelvria y Roderico, y no se lo había dicho a nadie, ni al comandante, ni a ningún soldado. Algunos del principio los había dejado en la casa de al lado de Astorga, dentro del cajón de la mesa de la cocina. Esther los guardará y algún día podré venir para adjuntarlos a estos. Mira tú por dónde, quién lo pensaría, un francés como yo iba a desenmascarar a un rey francés, Felipe IV, de hace 600 años, y a demostrar las calumnias que levantó a los templarios para acabar con ellos.
Está claro en estos pergaminos que la destrucción del Temple empezó por una calumnia sin importancia aparente, que al Abad benedictino le parecía banal, sin trascendencia, para quitarse, de momento, un pequeño problema de encima por un litigio local sobre la propiedad de una finca.
A estas alturas de mi vida, concluyo que, la calumnia, por pequeñita que sea, o el insulto y un falso testimonio o el desprestigio infligido a una persona ante terceros, por menudencias que parezcan, son la siembra de todos los males gigantescos que luego padecemos, porque las calumnias se han vuelto contra nosotros mismos.
La guerra, para nosotros, los militares, es nuestra religión sin la que no sabemos vivir ni dar otro sentido a nuestra existencia. Después de tanto tiempo en ella, me he dado cuenta de que es falsa, sólo es verdadera para los pobres que mueren en ella. Los que no creemos y la hemos utilizado como medio de vida, somos los mandos del ejército y los dirigentes poderosos de los pueblos. Desde luego, para ningún sabio, para ningún filósofo es verdadera. Para cualquiera que tenga tiempo de pensar siempre será falsa y malévola.
No hay ni “si vis pacem” ni “para bellum” que valga... La guerra siempre ha sido, es y será la puta guerra, la única prueba contundente de que Dios existe y nos castiga, porque todo ser que piense tiene claro que hay que evitarla, y sin embargo, todos, de cabeza, vamos a ella.
Al regresar a Francia, me percaté de que faltaban algunos pergaminos de la historia del Temple de Ponferrada, escritos por Martín y Roderico, donde hablan de Ferrand Gotier. También habían quedado en la mesa de la cocina de Astorga.
Parece mentira que dos épocas históricas sean tan distintas: que a un francés como Gotier lo acogieran los leoneses de estas tierras cuando era perseguido a muerte por su propio rey de Francia, que era quien debería protegerlo, y ahora, los franceses hayamos ido a matar a tantos astorganos. Tendré que leerlo todo más despacio.
Los pergaminos que me faltaban, tras nuestra estampida, quedaron en Astorga, en poder de Esther y de mi hija. ¿Los recuperaré algún día?”. Firmado: Capitain Gustave Counillac.
Clara: —Estoy alucinada. Lo fundamental para nosotros son los pergaminos del siglo XIV.”
Pasaje de: JESÚS GARCÍA CASTRILLO. “El Enigma de Baphomet”. iBooks. ”