viernes, 5 de junio de 2015

Los héroes

Las dificultades son la medida de los héroes: Lo peor de los héroes es que son muy pocos los que transmiten los genes porque la mayoría muere en la primera línea de la batalla. Por eso esta sociedad humana es lo que es, porque la mayoría somos descendientes de los más cobardes que abandonaron y se escondieron:

20 MINUTOS 4/6/2015




UPyD Cieza manifiesta que el programa electoral de las elecciones municipales es un "contrato" de cara a sus votantes El grupo local de Unión, Progreso y Democracia (UPyD) de Cieza ha definido las acciones de los próximos meses referentes a política local tras la primera reunión, posterior a las elecciones municipales, y ha señalado que el programa electoral de las elecciones municipales es un "contrato" de cara a sus votantes. ECO  Poca actividad social ¿QUÉ ES ESTO? 0 0 8   0 EUROPA PRESS. 04.06.2015 El grupo local de Unión, Progreso y Democracia (UPyD) de Cieza ha definido las acciones de los próximos meses referentes a política local tras la primera reunión, posterior a las elecciones municipales, y ha señalado que el programa electoral de las elecciones municipales es un "contrato" de cara a sus votantes. Ampliar foto Los simpatizantes y afiliados mostraron su satisfacción por la presentación de una candidatura de garantías en un tiempo limitado y la presentación de un programa electoral "serio y viable", con las iniciativas y propuestas de estos últimos años de actividad, según informaron fuentes de UPyD en un comunicado. García Molina ha querido "agradecer a los ciezanos que han depositado su confianza en UPyD prestándonos su voto" y quiere trasmitirles que su programa "es un contrato, un compromiso que intentaremos llevar a cabo y que no tengan duda que llevaremos nuestras propuestas al nuevo equipo de gobierno que finalmente se configure". Además, ha reclamado a los partidos políticos con representación en el consistorio que "deben tener el máximo espíritu de entendimiento para que los ciezanos tengan una legislatura con un equipo de gobierno estable en el que primen los intereses de la población y no los cálculos políticos de los propios partidos".

jueves, 4 de junio de 2015

Las piedras de Yahvé


CAPÍTULO I
Siempre me había creído invencible. Caer prisionero lo había considerado de ruines y cobardes.  Tanto en el mar como en tierra no teníamos rival, pero nos socorríamos mutuamente y nos comunicábamos por el silbido con un sistema de signos que inventamos y que nadie conocía más que nosotros dos. Gracias a ello nos salvamos la vida varias veces el uno al otro.

En la última batalla que libramos nos vimos muertos momentos antes de zafarnos . Nadie nos ganaba a nadar,  ni a escabullirnos bajo el agua. En los entrenamientos cubríamos nuestro cuerpo con manteca de cerdo mezclada con arcilla para resistir el frío en los duros inviernos. Aquel día, con el fragor de la lucha no sentimos ni el más mínimo síntoma de congelación.



Después de haber sufrido el asalto  a la más poderosa de nuestras naves, La Roselle, en el que los alaridos de los heridos se confundían con los silbidos del viento en las velas, cesó la tempestad y se apartaron las nubes.  Un sol espléndido hizo brillar los borbotones de sangre entre estertores de los últimos moribundos que quedaron inmóviles. 
Nos miramos sorprendidos celebrando que éramos los únicos supervivientes de aquella carnicería. 
Sendas camisas hechas jirones,  pero ni un sólo rasguño en la piel. ¿Tendríamos que salir a nado? La nave estaba embarrancada y las velas se habían rasgado de arriba abajo. La costa estaba lejana pero la divisábamos. Hicimos planes para llegar a tierra. Tendríamos que fabricar un bote con los pellejos de la bodega. 




Hugt, a pesar de haber gozado de mi misma suerte, me lo discutía vehementemente, sobre todo, después de haber sido nosotros dos los únicos supervivientes del último asalto vikingo  a la más poderosa de nuestras naves: “La Roselle”. Hay quien dice que  el nombre de la nave se cedió al puerto de La Roselle, y otros defienden lo contrario, que el nombre del puerto dio nombre a la nave, por lo que, tras discusiones sin cuento, algunos han llegado a matar a quienes les contradecían, pero nunca se ha sabido por qué sólo un nombre, el nombre de una nave o el nombre de un puerto  en el que apenas una docena de familias pescadoras comenzaron su vida y allí la consumieron hasta el fin de sus días, había sido el causante de tanta sangre derramada en los más feroces peleas.

Hugt y yo no discutíamos ni por el nombre de La Rochelle, ni por nimiedades semejantes por las que todo el mundo discutía, sino por  lo que, desde niños, nos habían inculcado como el más alto concepto de grandeza encarnada en quien nunca había caído prisionero del enemigo, la mayor humillación en la que podía incurrir un caballero o un marinero. Nosotros estábamos preparados para la lucha en tierra  y en el mar.

La noche anterior a nuestra derrota, zanjando la disputa, Hugt me gritó: “Hasta que no te estrelles de bruces y te abras la cabeza no te convencerás de que sólo es suerte lo que nos ha acompañado en las batallas. Guerreros más fuertes que nosotros y de mejor corazón han muerto retorcidos de dolor y desangrados por la mala fortuna de un resbalón o unas simples briznas  que han cegado sus ojos  en la lucha. ¡ Muchos  guerreros han caído únicamente por su mala suerte!” 

Sin duda , Hugt era mucho  más realista que yo, de nacimiento, porque habíamos recibido la misma educación. Yo era más soñador  y me enfadaba cuando perdía en algún juego. No soportaba que me ganara nadie a nada, incluso Hugt, cuando disputábamos la puntería con el arco o con la lanza. Yo, sin ceder en mi arrogancia, terminé altanero resistiéndole la mirada, sin palabras.

Al día siguiente, cuando me vi atado de pies y manos y un capuchón de saco que me cubría toda la cabeza, quise tenerlo delante para pedirle disculpas por mi tozudez pasada.  Había dejado de ser joven y me convertí, de pronto, en un guerrero veterano que iba a ser ejecutado. Los vikingos no perdonaban la vida a quien había matado a alguno de los suyos. El ajetreo de ires y venires que me circundaba  durante el trayecto profiriéndome insultos  en su lengua endiablada de los que entendí “muere hijo de perra”, después de haberme transportado durante un buen rato encima de una carretilla, no sabía si correspondía a la tramoya del patíbulo, o a la cocina de un castillo, porque olía  a una mezcla de chamusquina con caldereta de carnero. No podía ver nada, aunque la claridad se trasparentaba por el saco. Una ráfaga de viento, metió en mi garganta los vapores grasientos que me hicieron toser hasta romperme la gorja. Alguien me dio una patada en las costillas, lo que me obligó a respirar profundamente hasta sentirme ahogado. Supuse que era el suplicio al que me sometían antes de una muerte lenta y asfixiante, sin sangre.  Intenté prepararme para sufrir y resistir hasta el último momento por si hubiera posibilidad remota de un providencial rescate. 

No recuerdo claramente lo que se me pasó por la cabeza obnubilada por el terror que nunca había sentido. Me rebelaba contra el cielo, contra toda mi existencia, y en un momento hasta contra mi padre por haberme engendrado. Sentí un dolor intenso en todo mi cuerpo que me obligó a gritar olvidando el pudor y la vergüenza.

En ese momento recordé con nitidez la burla que había hecho de mi hermano Godfrey de Saint Omer, el monje, cuando me instaba a reconciliarme con Dios arrepintiéndome de mis pecados y a confiar en su misericordia infinita por más pecador que hubiera sido. Quise sentirlo a mi lado y pedirle perdón sumiso. De nuevo me cambiaron de lugar después de una breve conversación en su endiablada lengua envuelta por el chirriar de la rueda de hierro. Durante el trayecto seguían hablando entre ellos. “Aquí” -le entendí- y me volcaron como a un fardo contra la pared. Caí encima de alguien que trataba de deshacerse del peso de mi cuerpo sobre sus costillas. En ese momento palpé una cuerda y unas manos atadas, igual que las mías, a la espalda. Cuando se alejaron las voces, le susurré: “¿Quién eres? ¿Puedes entenderme?” Sordo no era, porque me contestó con un alarido entrecortado , pero parecía mudo.  Después, solamente barbotaba aullidos inarticulados. Rebullía como si quisiera acomodarse en una postura más llevadera.  Se fue deslizando hasta que llegó  a poner su cara en mis manos. Cuando me disponía a intentar desatarle la cuerda que le cruzaba la boca, sentí un picotazo en el cuello. Me quedé inmóvil y supuse que alguien me amenazaba en silencio con  la punta de una espada o de un cuchillo. Me hizo rodar de una patada mientras rompió su silencio para seguir conversando con alguien en agitado diálogo. Intuí que discutían si cortarme el cuello o meterme de cabeza en el mar por los zarandeos a los que me sometían: el rias-rias  de una piedra afilando un hacha o una espada me traspasaba las sienes. Las zambullidas en el agua  apretándome el cogote contra el borde del barreño cada vez eran más largas y en la última , eterna,  creí que me había reventado  el pecho por contener la respiración hasta ahogarme. Traté de serenarme pero no podía despegar los dientes y me descompuse en una descomunal diarrea.  Antes de montarme de nuevo en el carretillo junto con el hombre de la mordaza  para subirnos a la carabela me desnudaron. Sentí frío al desgarrarme la ropa, que se acrecentaba con cada cubo de agua que me echaban encima para lavarme. Permanecimos encima del carretillo durante todo el día. Empecé a querer morirme en el momento que, a cada latido, me sacudía un sofocante dolor de huesos con pinchazos en la barriga que me traspasaban de lado a lado.  Quise palparme para comprobar la causa de los pinchazos y si me salía sangre, olvidándome por un momento de que estaba atado, inmóvil.  La claridad que vislumbraba a través del saco se fue apagando y me quedé dormido. 

Me despertó el balbuceo del hombre de la mordaza. 

Me inquietó lo que supuse: que pronunciaba a duras penas mi nombre entrecortado: “Ro-bert, Ro-bert”. 

Se reanudaron los pinchazos en la barriga y un fuerte dolor de cabeza me hizo caer en la cuenta de que aquel tartamudeo no era mi nombre sino el despertar de un sueño al tiempo que lo apartaron de mi lado. Al apartarlo arrastrándolo, para que no estuviéramos en contacto, pronunció claramente el nombre de “Hugt” y oí  un golpe seco que apagó su monosílabo. Tardé en dormirme de nuevo, pues el dolor de cabeza se había acrecentado. 


Al despertarme por la mañana todo me daba vueltas hasta que alguien me puso una cuchara en la boca con sopa caliente y unas tajadas de carne. Yo siempre había comido con mi cuchara de madera de haya que no cambia el sabor de la comida. La que me metían en la boca burlándose al tratar de atragantarme con ella...