Los jueces deberían estar aislados del mundo, en un cenobio, o en un laura, dedicados a su labor y nada más, sin escuchar a juglares y pregoneros, ni oír a tertulianos sentados ociosos en las esquinas de la plaza, deberían estar incontaminados, deberían ser ascetas próximos a la mística, célibes y consagrados a su función de la distribución absolutamente objetiva de la justicia, sin más distracción que el concierto de los pájaros al amanecer como recreo diario, y cuyo bien personal fuera solamente la espera del mayor premio que el ser humano puede esperar: el premio de la dignidad. Y a pesar de todo seguían siendo humanos. A veces dan ganas de blasfemar no contra la Divinidad sino contra el ser humano. Habrá que reprimirse porque blasfemar contra el ser humano es lo mismo que blasfemar contra Divinidad. (personaje de “Las piedras de Yahvé”)
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