miércoles, 27 de julio de 2016

EN 2016 ESPAÑA SIGUE ESTANDO INVERTEBRADA (Manuel Pastor)





Por Manuel Pastor Martínez

Como definió y argumentó Ortega hace más de un siglo, en 2016 España sigue estando invertebrada, aunque su famosa tesis sobre la rebelión de las masas ha sido, a mi juicio, desplazada por una poliédrica rebelión de las minorías. Mi hipótesis es que hoy ciertas minorías –y no precisamente las más “selectas”- son en gran medida las responsables de la mencionada falta de vertebración española, tanto en términos territoriales como en términos ideológicos y de la fragmentación electoral/parlamentaria, que explican la grave disfuncionalidad –por no decir fracaso estructural- de nuestra democracia.
William F. Buckley Jr., quien desde la fundación de National Review en 1955 había expresado su admiración por el filósofo español (“Ortega y Gasset”, NR, 2, Nov. 26, 1955), considerándose su principal discípulo americano, durante la década siguiente tuvo en mente investigar y publicar una tesis –que finalmente quedó inédita- sobre “la rebelión de las minorías”. Sería interesante averiguar si existe algún texto original sobre el tema entre los papeles dejados por el ilustre escritor conservador desaparecido en 2008.
No obstante, otros importantes autores en los Estados Unidos, también inspirándose en la obra de Ortega, lo hicieron desde diferentes ópticas y publicaron sus reflexiones: Aaron Wildasky, The Revolt Against the Masses (Basic Books, New York, 1971), Christopher Lasch, The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy (W.W.Norton, New York, 1995), y más recientemente Fred Siegel, The Revolt Against the Masses: How Liberalism Has Undermined the Middle Class (Encounter Books, New York, 2014). Sobre este último libro, matizando el peculiar significado de “liberalismo” en la cultura política estadounidense y comparándolo con otras obras recientes, publiqué una recensión (M. Pastor, “El excepcionalismo en la ideología liberal americana, Kosmos-Polis, Mayo 2014).
En España hoy también es posible observar el mismo fenómeno de la “rebelión” (en sentido sectario, corporativista y monopolista) de las minorías o élites. Sin embargo, trato de argumentar contra corriente que en la cultura política española existe una mayoría, quizás una “mayoría silenciosa”, a favor de la estabilidad y hegemonía de centro-derecha. Numéricamente constituye un porcentaje de más del 50 % de los votos emitidos en las últimas elecciones generales. Aunque hubiera que restar un 3 % de este espectro de centro-derecha (el representado por los nacionalistas regionales) que no coinciden con la soberanía nacional única, estaría compensado con más del 23 % del voto a partidos en el centro-izquierda que sí la apoyarían (mayoría de socialistas, algunos populistas y estatistas de diverso color, independientes…). Mientras de las aproximadamente 50 candidaturas que se presentaron el 26-J de 2016 solo 7 se pueden considerar genuinamente de centro y derecha (para entendernos, partidos a la derecha del PSOE), el centro-izquierda presentó un abanico verdaderamente delirante en términos ideológicos de más de 40, en su inmensa mayoría representado minorías irrelevantes.
Del total de 24.161.083 votos válidos (69,84 % de participación), más de 12 millones se ubicaron en ese centro y derecha, que representan, por orden de mayores porcentajes: Partido Popular, Ciudadanos, Partido Nacionalista Vasco, Convergencia Democrática de Cataluña, Coalición Canaria, Unión Progreso y Democracia, Vox… El liderazgo del PP (33,03 %, es decir, 7.906.185 votos) es indiscutible, y en una democracia consolidada y constitucional estaría perfectamente legitimado para encabezar una coalición de “mayoría concurrente”, no simplemente numérica (según la terminología clásica de John Calhoun).
Todas las encuestas y estadísticas reflejan que una gran mayoría (entre los votantes y los que se abstienen) apoya la unidad de España, como Nación, Estado y Monarquía constitucional (a ésta en concreto, que se puede decir que encarna todo lo demás, un 60 % según una encuesta relativamente reciente: NC Report para La Razón, en Libertad Digital, 20 de Junio de 2015). Lo que está en crisis no son estos conceptos e instituciones que la Historia ha consolidado, sino el sistema democrático en particular, que tras una larga y exitosa Transición no ha conseguido la definitiva Consolidación, y por tanto se puede especular que en realidad lo que presenciamos hoy es una democracia relativamente fallida. En mi opinión –una vez más contra corriente-, entre otras razones, por un sistema electoral inadecuado, que favorece la fragmentación parlamentaria y dificulta la formación de gobiernos.
El problema es que las “minorías vociferantes” (los separatistas, los anti-sistema, periodistas e intelectuales monopolizando ciertos medios de comunicación, la clase/casta política ensimismada en sus intereses particulares, algunos “lobbies” a favor de estilos de vida alternativos) son más ruidosas que las “mayorías silenciosas” (a favor de España y la Monarquía, la democracia liberal y el sano capitalismo, bajo el Imperio de la Ley).
Friedrich Hayek mencionaba en 1944 a “los socialistas de todos los partidos”. Hoy, en España, tenemos que referirnos a “los anti-sistema en todos los partidos” e, incluso, en algunos nichos del poder judicial (no solo los socialistas, sino los prevaricadores activos y pasivos, que no respetan la Constitución, el Imperio de la Ley y los procedimientos legales normativos). Y, por supuesto, los que practican la partitocracia y la corrupción. Éste es un problema que hay que abordar con urgencia, impulsando el mandato constitucional de la democracia interna de los partidos, mediante los congresos abiertos y las elecciones primarias para todos los cargos electivos, excluyendo radicalmente a los corruptos.
El gran problema de fondo es el de la cultura política: es prioritaria una rigurosa educación histórica y política de las nuevas generaciones –no el adoctrinamiento en las falacias de la “memoria histórica” y la “corrección política”-, y asimismo desintoxicar a los jóvenes del veneno, cursilería, mal gusto y vulgaridad de los “frikis” y “macarras” políticos que lamentablemente predominan en la minoritaria “contracultura”.

Y a propósito de cultura, determinada élite de “expertos” en política internacional resulta bochornosa y produce vergüenza ajena. Basten como muestra los análisis de recientes acontecimientos como el “Brexit” y fenómenos como el UKIP, el Tea Party, la candidatura de Donald Trump, o “the War on Cops”, respectivamente en las dos democracias más consolidadas del mundo. Análisis hechos en programas de la televisión pública y retransmitidos por la cadena internacional (por ejemplo, el muy “políticamente correcto” programa La noche en 24 horas, dirigido por el barbilampiño y repetitivo Sergio Medina), con un plantel de comentaristas mayormente ignorantes de los temas sobre los que opinan y con los típicos sesgos anti-británicos o anti-americanos. Típicos tics de una cierta España no solo invertebrada sino también desinformada.

sábado, 23 de julio de 2016

Pido disculpas

Pido sinceras disculpas y en público a todos aquellos alumnos a los que  durante cerca de 40 años califiqué con menos de sobresaliente en la asignatura de Lengua, después de oír a algunos de los que nos gobiernan que dicen “indición” por inyección;  “pasitorio” por supositorio, “poblema” por problema, “enrojieran” por enrojecieran, “delincuir” por delinquir. ¡Vaya tela… vaya tela…!

miércoles, 20 de julio de 2016

Socialismo y revolución cultural

Socialismo y revolución cultural




Profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense y secretario de relaciones internacionales del Partido Socialista Popular.





En un artículo reciente, el profesor Aranguren («Los tiempos histórico-políticos», EL PAIS, II-IX-76), escribe textualmente: «Permítaseme adelantar que, a mi juicio, tras de demandar la ruptura política, habrá que plantear el problema de la ruptura o el cambio cultural: el cambio en cuanto a lo que he llamado cultura establecida en España y principalmente en Madrid y por Madrid».
Lamento discrepar con una persona del prestigio intelectual y la ecuanimidad del profesor Aranguren, que tan valerosamente ha impugnado la cultura establecida, cuando plantea de una forma inexacta el problema de lo que él llama la ruptura o el cambio cultural.
En primer lugar, ¿a qué concepto de cultura se refiere? A la establecida. Bien. Si entendemos el establecimiento como el conjunto más o menos estable de enclaves o ámbitos de poder (en este caso, culturales) imbricados históricamente en una determinada formación social, queda por explicar en términos de clase qué ámbitos o instancias culturales deben ser cambiados. Creo que del contexto se puede colegir que el autor se refiere a los ámbitos culturales de la clase dominante, cuya hegemonía ideológica impregna y condiciona a toda la cultura establecida.
Sin embargo, no es ésta la cuestión que me interesa discutir y aclarar aquí. El quid reside en el momento cronológico en que el autor sitúa la ruptura cultural, después de la ruptura política. No deja de sorprenderme que, si bien, reconociendo, sin duda, la autonomía de la cultura y la política, se hable de ellas como si fueran instancias independientes. A mi juicio, constituye el error característico de la perspectiva «intelectual», que pretende utópicamente aislarse de las concatenaciones políticas, históricas. Esto es, eludir el compromiso político.
Porque, no nos llamemos a engaño, la reforma intelectual y moral (la revolución cultural), como nos enseñó Gramsci, es un problema político y exige un compromiso político, cuyo destinatario es el pueblo, pero cuyo agente no lo puede ser el «intelectual» individual, sino el intelectual orgánico y colectivo, el partido político, «la primera célula en la que se reúnen unos gérmenes de voluntad colectiva que tienden a convertirse en universales...» (El príncipe moderno.)
Sólo un desconocimiento de las leyes del desarrollo desigual y combinado de la historia puede conducir a interpretaciones mecánicas, antidialécticas, de los procesos sociales. De la misma forma que el economicismo estalinista (que, paradójicamente, ahora se reproduce en las concepciones tecnocráticas) fijaba como requisito previo para el cambio cultural y político el desarrollo económico, aplazando sine die la democracia y el pensamiento crítico, constituye un evidente error establecer como condición previa para el cambio cultural la ruptura política.
La tradición teórica y práctica del socialismo internacional (incluso con errores históricos) suponen un riquísimo acervo cultural que puede ilustramos en la resolución de los problemas actuales. Después de Gramsci, la Revolución Cultural en China, el mayo del 68, en Francia, etcétera, que ha precipitado un pensamiento socialista crítico en Occidente, es decir, una renovación y enriquecimiento del socialismo científico (que nada tiene que ver con el revisionismo socialdemócrata y socialburocrático), ya no se puede justificar ningún modelo o esquema apriorístico para, la periodización del cambio social (económico, político e ideológico-cultural). Repitámoslo una vez más: para el socialismo científico, la única ortodoxia reside en el método de análisis. Los modelos históricos son resultados de la aplicación de ese método a realidades sociales diferentes. Y el mismo método aplicado a realidades diferentes nos dará, necesariamente, resultados diferentes.
Pues bien, las condiciones objetivas y subjetivas de Occidente y, concretamente, de España, nos hacen suponer que el modelo de socialismo debe tener unas características específicas. Esto ya lo vieron muy claro, no sólo Gramsci, sino también Lenin y Trostki. Este modelo no puede ser otro que el de la revolución cultural y pacífica. Una revolución cultural de los aparatos ideológicos del Estado y la Sociedad (estructuras tales como la familia, la educación, la religión, el derecho, las instituciones políticas, los partidos y sindicatos, los medios de información , naturalmente, la cultura en sentido estricto: letras, bellas artes, teatro, cinematografía, etcétera), que no signifique destrucción sistemática, sino asunción crítica y transformación progresiva. Para poner un ejemplo, no se trata de «abolir» la familia, como algunos se proponen demagógicamente, sino criticar la familia burguesa, autoritaria y patriarcal, emancipar a la mujer y los hijos de la dictadura arbitraria del padre, superar todas las alienaciones derivadas, machismo, reificación de la mujer, etcétera.
Concluyendo. La clase dominante no sólo dispone de aparatos represivos, sino también ideológicos, para asegurar su dominación. Esto es, precisa combinar la fuerza con el consenso. Para conseguir éste de las clases dominadas, establece su hegemonía ideológica mediante ciertos aparatos. El socialismo en Occidente, en las presentes circunstancias, sólo podrá alcanzarse por una vía de consenso, una vía pacífica. En este sentido, la revolución cultural debe entenderse en sus justos términos: la conquista de la hegemonía ideológica, que deberá anticiparse -de hecho, está ocurriendo así- al quebrantamiento del poder político y económico de la clase dominante.
El concepto de cultura para el socialismo, por tanto, es ajeno al intelectualismo elitista y pedante. Nadie mejor que Gramsci lo explicó: «La cultura es cosa muy distinta. Es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes. Pero, todo eso no puede ocurrir por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes, de la voluntad de cada cual. El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza simple. De otro modo no se explicaría por qué habiendo habido siempre explotados y explotadores, creadores de riqueza y egoístas consumidores de ella, no se ha realizado todavía el socialismo. La razón es, que sólo paulatinamente, estrato por estrato, ha conseguido la humanidad conciencia de su valor y se ha conquistado el derecho a vivir con independencia de los esquemas y de los derechos de minorías que dominaron antes históricamente. Y esa conciencia no se ha formado bajo el brutal estímulo de las necesidades fisiológicas, sino por la reflexión inteligente de algunos, primero, y, luego, de toda una clase... Esto quiere decir, que toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas a través de grupos humanos, al principio refractarios y sólo atentos a resolver día a día, hora por hora, y para ellos mismos su problema económico y político, sin vínculos de solidaridad con los demás que se encontraban en las mismas condiciones». (Socialismo y Cultura, 1916.)

* Este articulo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de octubre de 1976

¿A quién pertenece la supremacía intelectual y moral?


La batalla de las ideas por la hegemonía

Por Manuel Pastor Martínez

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Cuando Zaratustra tenía treinta años abandonó su pueblo (con el lago) y subió a la montaña para disfrutar de su espíritu en soledad tras “la muerte de Dios” (F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, 1883).
Dedicado a Isabel Benjumea
Cuando Zaratustra tenía treinta años abandonó su pueblo (con el lago) y subió a la montaña para disfrutar de su espíritu en soledad tras “la muerte de Dios” (F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, 1883). Simbólicamente abandonó el rebaño, el colectivismo, y las limitaciones a su libertad, buscando un individualismo pleno y libre. Es imposible no reconocer tropos literarios y paralelismos similares (incluyendo la pérdida de la fe religiosa) en la última gran novela de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir (1930), en el contraste entre la montaña y el lago (con el pueblo) –que le inspiraron los parajes de Sanabria- y los dilemas político-existenciales que le planteará la España trágica de 1936 (M. Pastor, “El pensamiento liberal de Unamuno frente al autoritarismo”, Kosmos-Polis, Enero 2014, y asimismo en Astorica, 33, 2014).
Nietzsche, pese a su muerte en 1900, marca el rumbo de la filosofía y del pensamiento político de nuestra época, por mucho que algunos progresistas posmodernos, afrancesados jacobinos y demócrata-estatistas de distinto pelaje (caracterizados precisamente por no tener ni “idea de Nietzsche”) hayan intentado apropiárselo, cuando sus ideas revelan un radical individualismo, liberal/libertario muy alejado de los socialismos, nacionalismos, estatismos y, en suma, colectivismos igualitarios.
Su visión profética sobre el nihilismo y el totalitarismo (curiosamente anticipados por nuestro Juan Donoso Cortés desde 1848), junto a la peste del anti-semitismo -del frío monstruo Estado o Partido-Estado- cerniéndose sobre la cultura europea, fue más aguda que todas las ideologías progresistas y revolucionarias sobre el destino de Occidente y la “voluntad de poder” de los políticos o de la humanidad en general.
Reconociendo su admiración por el realismo de Tucídides y Maquiavelo como antídoto al exceso de colectivismo platónico, su filosofía liberal, que sin duda tuvo un gran impacto en las derechas, no pudo conciliarse con la más genuina liberal-conservadora porque -como apuntaron Leo Strauss y sus discípulos- estaba trufada de ateísmo o, como mínimo, de agnosticismo anti-cristiano: “Libre de todo tipo de convicciones, para ser capaz de ver libremente, es parte del poder y la fortaleza” (F. Nietzsche, El Anticristo, 1895).
No deja de ser llamativo que la presunta hegemonía progresista o colectivista, del “socialismo científico” o de las “ciencias sociales” en naciones tan importantes como Alemania o Rusia (gracias a vacas sagradas como Marx, Engels, Weber, Sombart, Lenin, Trotsky, etc.) ha sido desastrosa en el siglo XX: guerras mundiales, guerras civiles, militarismos, revoluciones y totalitarismos… con los fracasos estrepitosos de la democracia liberal (Asamblea Constituyente en Rusia, 1917-18, suprimida por Lenin; República de Weimar en Alemania, 1919-1933, destrozada por Hitler), que durante la larga Guerra Fría llevaron a un país a su división traumática y duradera, y al otro a una barbarie sin precedentes y regresión económica tercermundista, incluyendo el canibalismo.
Por el contrario, la cultura y el pensamiento de los “intelectuales orgánicos” –concepto, como “hegemonía”, también de Antonio Gramsci, que aquí solo evoco sin entrar en una discusión rigurosa- en los países latinos (Mosca, Pareto, Croce, en Italia; Costa, Unamuno, Ortega, en España) ha sido más sutil, liberal, y de efectos menos estridentes. Gramsci tomó el modelo de Benedetto Croce, y aspiraba a que el intelectual marxista, individualmente o como parte de un colectivo político (el PCI), pudieran conquistar la misma posición e influencia en la cultura italiana. Pero fue en vano: Mussolini se encargó de evitarlo, tanto en forma de coerción como de popularidad, ya que una parte importante de las izquierdas se integraron en el Fascismo: socialistas, futuristas (de Marinetti), nacionalistas revolucionarios (de D´Annunzio), corporativistas, anarquistas, sindicalistas, etc. El débil parlamentarismo tampoco resistió a las dictaduras (fascista o franquista), pero éstas adoptaron un nivel autoritario, no totalitario como el comunismo ruso y el nazismo alemán.
Es conmovedor que las primeras ideas de una futura Unión Europea bajo el signo de la democracia y el mercado libres fueran pergeñadas en el Vaticano a partir de 1939 por liberales y conservadores alemanes, que al mismo tiempo conspiraban para llevar a cabo un cambio de régimen en la Alemania nazi, todo bajo la protección e inspiración del Papa Pío XII, como ha documentado definitivamente Mark Riebling en su imprescindible obra, Church of Spies. The Pope´s Secret War Against Hitler (Basic Books, New York, 2015).
El concepto de “hegemonía” que postulaba Gramsci era una genuina aspiración a la supremacía intelectual y moral que nunca consiguió ni el PCI ni las izquierdas de Occidente. Hoy esas izquierdas invocan -y muchos periodistas e intelectuales lo repiten como papagayos- ese presunto derecho o privilegio, que en realidad se ha pervertido, transformado en un obsesivo apetito de “agit-prop” (agitación y propaganda), reclamando el control de los medios de comunicación audio-visuales, las empresas editoriales, la docencia (adoctrinada) en la universidad pública, la prensa escrita y digital, las redes sociales, etc. Los liberal-conservadores sabemos que las izquierdas nunca han conseguido la verdadera hegemonía, y que sus concepciones ideológicas basadas en el materialismo económico o en el materialismo zoológico, es decir, la lucha de clases o de razas, de nacionalidades, de generaciones, de sexos o de “géneros”, en cuanto absolutas y excluyentes, son concepciones falsas, fracasadas en la gran prueba del proceso histórico.
Nietzsche tuvo intuiciones geniales, descripciones más que prescripciones que, por ejemplo, influyeron en lo más aprovechable de intelectuales como Max Weber y Carl Schmitt en Alemania, o Unamuno y Ortega en España. Si repasamos los índices de la historiografía del pensamiento político contemporáneo de los autores más prestigiosos o influyentes, comprobaremos que predominan los del abanico liberal-conservador: aparte, por razones obvias, de los historiadores del liberalismo en general, progresista o conservador (desde la obra clásica de Guido de Ruggiero sobre Europa en 1925, hasta las más recientes sobre los Estados Unidos de George Nash en 1996 y de Alan Brinkley en 1998 y siguientes), sin olvidar otros autores eruditos del liberalismo doctrinario como Luis Díez del Corral (1945) o críticos del liberalismo más progresista como James Burnham (1964) .
Es significativo que en obras académicas, en los capítulos sobre el pensamiento político del siglo XX, destaquen las figuras e ideas de perfil liberal-conservador, por ejemplo en autores tan prestigiosos como George Catlin (1939), Crane Brinton (1950), Lee McDonald (1968), Mulford Sibley (1970), Robert Nisbet (1973), George H. Sabine y Thomas Thorson (1973), Leo Strauss y Joseph Cropsey (1987), William y Alan Ebenstein (2000), Alan Ryan (2014), etc.
Como muestra, William y Alan Ebenstein -padre e hijo- en su reputada obra Great Political Thinkers. Plato to the Present (sexta edición, Orlando, FL, 2000), a partir de Nietzsche, con la excepción de los capítulos dedicados a Mussolini, Lenin, y breves párrafos sobre socialdemócratas moderados, dedican el resto, la mayoría del texto, a pensadores liberales o conservadores: Freud, Spencer, Green, Gandhi, Keynes, Beveridge, Berlin, Rawls, y especial atención a los libertarios Hayek, Friedman, etc. Ciertamente Keynes, Beveridge y Rawls, aunque liberales, se han intentado manipular y apropiar por las izquierdas progresistas y socialdemócratas. Por otra parte, los autores de la obra mencionada, a mi juicio, no han prestado la debida atención a pensadores como Carl Schmitt, Raymond Aron, James Burnham, Leo Strauss y otros conservadores o neoconservadores a ambos lados del Atlántico.
Alan Ebenstein es también autor de una magnífica biografía sobre uno de los filósofos políticos -liberal/libertario- a mi juicio más importantes del siglo XX: Friedrich A. Hayek: A Biography (2001).
Mi hipótesis (sustentada en una tradición que se inicia con la Ilustración escocesa y los Federalistas americanos) es que solo existe o es posible, rigurosa y empíricamente, una filosofía liberal-conservadora, no contaminada por la ideologización política y el “espíritu de partido” o partitocracia. En España, mis maestros universitarios D. Carlos Ollero Gómez, D. Luis Díez del Corral y D. Antonio Truyol Serra, así como los profesores Jesús Pabón, José Antonio Maravall, Manuel Fraga Iribarne, Dalmacio Negro, Octavio Ruíz Manjón, Javier Tussell y Juan Avilés, han dedicado importantes trabajos de ejemplar erudición y profundidad al pensamiento liberal-conservador, clásico y moderno. En la misma línea hay que recordar las múltiples obras sobre filosofía y pensamiento político del liberal Julián Marías, y del conservador Gonzalo Fernández de la Mora, o autores más jóvenes con enfoques sumamente originales, como Jerónimo Molina Cano, Carmelo Jiménez Segado y Álvaro Rodríguez Núñez.
Mis amigos los analistas políticos y profesores José María Marco y Florentino Portero han publicado asimismo penetrantes estudios sobre algunos estadistas e “intelectuales orgánicos” de las derechas en la España del siglo XX, y el primero también varios ensayos de enorme interés sobre pensamiento y pensadores políticos norteamericanos.
Y a propósito de Florentino Portero y José María Marco, con los que comparto posición en el Consejo Asesor del grupo-red Floridablanca, eficazmente dirigido por Isabel Benjumea, debo subrayar que éste es un buen ejemplo en la España actual de un club político surgido de la sociedad civil, y particularmente de jóvenes concienciados de un amplísimo espectro del centro-derecha (libertarios, liberales, democristianos y conservadores), empeñados seriamente en el debate de las ideas y en demostrar que la auténtica hegemonía cultural –supremacía intelectual y moral- no pertenece a las izquierdas.
(Para una perspectiva más general de las ideas políticas en España durante los siglos XIX- XX: M. Pastor, “El pensamiento político español de los tiempos bobos”, Kosmos-Polis, Junio 2014).

lunes, 18 de julio de 2016

Mi punto de vista sobre los libros de papel y los electrónicos

 Cuando la Humanidad ha dado cualquiera de sus pasos hacia adelante en cualquiera de los avances científicos, siempre han existido nostálgicos de la tradición, que durante un tiempo se han resistido al cambio y se han comportado como héroes, es cierto, pero, al final, la praxis se ha impuesto sobre los sentimientos acuñados durante los siglos anteriores: así fue con los nostálgicos del pergamino y los escritorios de los monasterios copiando a mano con caligrafía exquisita y letras capitales, todo un arte, uno a uno los volúmenes de escritores clásicos, los tumbos, todos los documentos diplomáticos y en suma todo el saber de la Humanidad hasta el momento. Aquel olor a tinta de tintero y a cuero recién curtido no podía ser sustituido —decían— por el inflamable papel en copias sin cuento impresas por una máquina infernal de hierro que daría al traste con la exclusividad de los secretos filosóficos. Aquellos héroes nostálgicos no tardaron más de medio siglo en sucumbir ante la evidencia; y los libros de papel se impusieron pues abarataron el costo un millón por uno y la cultura se expandió hasta límites insospechados. Cualquiera y no sólo los privilegiaos de las castas intelectuales tenían acceso al saber con las nuevas máquinas. Esto, en serio. Ahora admítase la broma: cuando se inventó el automóvil, algunos nostálgicos echaban de menos el olor de los cagajones de su burro tan familiar y querido, que había sido sustituido por el infernal olor de la gasolina y el tubo de escape. Son tantas las ventajas del las nuevas tecnologías que no hay marcha atrás en este aspecto.¡ Claro que los autores hemos perdido dinero!. Hablo por experiencia. Uno de mis libros que pesa un kilo y cuesta 25 euros en papel, en libro electrónico no pesa nada y cuesta un euro. Y los lectores han aumentado exponencialmente. Saludos cordiales.

miércoles, 13 de julio de 2016

El profesor de Errejón, de Iglesias, de Bascansa y de Monedero.

Cuando leo publicaciones del Profesor, Catedrático de Ciencia Política de la Complutense, maestro de Monedero, de Bescansa, de Iglesias y de Errejón, y leo también las de estos sus discípulos, compruebo que todavía ninguno de estos sus alumnos han superado al maestro. Y de lo que estoy absolutamente seguro es de que si en un examen  Iglesias le hubiera confundido “La Crítica de la Razón Pura” de Kant o le hubiera confundido aquella garrafal de la autodeterminación de Andalucía le hubiera dado un suspenso rotundo. Lo supongo, no me lo ha dicho él expresamente. Lo que sí me envía personalmente son sus publicaciones inmediatamente, lo cual, para mí no deja de ser un honor. Incluso, algunas veces, antes de ser publicadas. Hoy me envía este artículo:
http://www.lacriticadeleon.com/noticia/833/manuel-pastor/pequeña-historia-del-proyecto-floridablanca-2012-2016.html

lunes, 4 de julio de 2016

Nuestro arte Románico no es oriundo de Europa sino de Asia.

Desde que estudié de cerca el arte  medieval asiático y nuestro románico, todo me ha hecho pensar que, efectivamente, el románico no es oriundo de Europa sino de Asia, traído durante la Edad Media por la ruta de la seda desde oriente, como tantas otras cosas de nuestra occidental cultura. Aunque es mejor estudiar el arte en su ubicación  concreta, algo se puede observar a través de estas fotografías.


domingo, 3 de julio de 2016

El abuelo y el PP

Me lo han constado como cierto, pero vete tú a saber….

—¿Qué tal, abuelo? ¿Ya vienes de votar al PP?

El abuelo lo miró de soslayo y se guardó el anonimato de su papeleta. El muchacho porfió:

—Porque seguro que has votado al PP.

E abuelo enmudeció y su nieto siguió insistiendo en son de burla:

—¡Cuánto darías por tener mi edad!!

A esto ya respondió el abuelo con indignación y lástima:

—Y cuando darías tú por llegar a la mía…

El muchacho no supo qué responderle, arrancó la moto y salió  de estampida.  A los trescientos metros, resbaló y se estrelló contra un farola de la avenida.

El abuelo llora desconsolado en el sanatorio porque se considera culpable por premonitorio.