Como definió y argumentó Ortega hace más de un siglo, en 2016 España sigue estando invertebrada, aunque su famosa tesis sobre la rebelión de las masas ha sido, a mi juicio, desplazada por una poliédrica rebelión de las minorías. Mi hipótesis es que hoy ciertas minorías –y no precisamente las más “selectas”- son en gran medida las responsables de la mencionada falta de vertebración española, tanto en términos territoriales como en términos ideológicos y de la fragmentación electoral/parlamentaria, que explican la grave disfuncionalidad –por no decir fracaso estructural- de nuestra democracia.
William F. Buckley Jr., quien desde la fundación de National Review en 1955 había expresado su admiración por el filósofo español (“Ortega y Gasset”, NR, 2, Nov. 26, 1955), considerándose su principal discípulo americano, durante la década siguiente tuvo en mente investigar y publicar una tesis –que finalmente quedó inédita- sobre “la rebelión de las minorías”. Sería interesante averiguar si existe algún texto original sobre el tema entre los papeles dejados por el ilustre escritor conservador desaparecido en 2008.
No obstante, otros importantes autores en los Estados Unidos, también inspirándose en la obra de Ortega, lo hicieron desde diferentes ópticas y publicaron sus reflexiones: Aaron Wildasky, The Revolt Against the Masses (Basic Books, New York, 1971), Christopher Lasch, The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy (W.W.Norton, New York, 1995), y más recientemente Fred Siegel, The Revolt Against the Masses: How Liberalism Has Undermined the Middle Class (Encounter Books, New York, 2014). Sobre este último libro, matizando el peculiar significado de “liberalismo” en la cultura política estadounidense y comparándolo con otras obras recientes, publiqué una recensión (M. Pastor, “El excepcionalismo en la ideología liberal americana, Kosmos-Polis, Mayo 2014).
En España hoy también es posible observar el mismo fenómeno de la “rebelión” (en sentido sectario, corporativista y monopolista) de las minorías o élites. Sin embargo, trato de argumentar contra corriente que en la cultura política española existe una mayoría, quizás una “mayoría silenciosa”, a favor de la estabilidad y hegemonía de centro-derecha. Numéricamente constituye un porcentaje de más del 50 % de los votos emitidos en las últimas elecciones generales. Aunque hubiera que restar un 3 % de este espectro de centro-derecha (el representado por los nacionalistas regionales) que no coinciden con la soberanía nacional única, estaría compensado con más del 23 % del voto a partidos en el centro-izquierda que sí la apoyarían (mayoría de socialistas, algunos populistas y estatistas de diverso color, independientes…). Mientras de las aproximadamente 50 candidaturas que se presentaron el 26-J de 2016 solo 7 se pueden considerar genuinamente de centro y derecha (para entendernos, partidos a la derecha del PSOE), el centro-izquierda presentó un abanico verdaderamente delirante en términos ideológicos de más de 40, en su inmensa mayoría representado minorías irrelevantes.
Del total de 24.161.083 votos válidos (69,84 % de participación), más de 12 millones se ubicaron en ese centro y derecha, que representan, por orden de mayores porcentajes: Partido Popular, Ciudadanos, Partido Nacionalista Vasco, Convergencia Democrática de Cataluña, Coalición Canaria, Unión Progreso y Democracia, Vox… El liderazgo del PP (33,03 %, es decir, 7.906.185 votos) es indiscutible, y en una democracia consolidada y constitucional estaría perfectamente legitimado para encabezar una coalición de “mayoría concurrente”, no simplemente numérica (según la terminología clásica de John Calhoun).
Todas las encuestas y estadísticas reflejan que una gran mayoría (entre los votantes y los que se abstienen) apoya la unidad de España, como Nación, Estado y Monarquía constitucional (a ésta en concreto, que se puede decir que encarna todo lo demás, un 60 % según una encuesta relativamente reciente: NC Report para La Razón, en Libertad Digital, 20 de Junio de 2015). Lo que está en crisis no son estos conceptos e instituciones que la Historia ha consolidado, sino el sistema democrático en particular, que tras una larga y exitosa Transición no ha conseguido la definitiva Consolidación, y por tanto se puede especular que en realidad lo que presenciamos hoy es una democracia relativamente fallida. En mi opinión –una vez más contra corriente-, entre otras razones, por un sistema electoral inadecuado, que favorece la fragmentación parlamentaria y dificulta la formación de gobiernos.
El problema es que las “minorías vociferantes” (los separatistas, los anti-sistema, periodistas e intelectuales monopolizando ciertos medios de comunicación, la clase/casta política ensimismada en sus intereses particulares, algunos “lobbies” a favor de estilos de vida alternativos) son más ruidosas que las “mayorías silenciosas” (a favor de España y la Monarquía, la democracia liberal y el sano capitalismo, bajo el Imperio de la Ley).
Friedrich Hayek mencionaba en 1944 a “los socialistas de todos los partidos”. Hoy, en España, tenemos que referirnos a “los anti-sistema en todos los partidos” e, incluso, en algunos nichos del poder judicial (no solo los socialistas, sino los prevaricadores activos y pasivos, que no respetan la Constitución, el Imperio de la Ley y los procedimientos legales normativos). Y, por supuesto, los que practican la partitocracia y la corrupción. Éste es un problema que hay que abordar con urgencia, impulsando el mandato constitucional de la democracia interna de los partidos, mediante los congresos abiertos y las elecciones primarias para todos los cargos electivos, excluyendo radicalmente a los corruptos.
El gran problema de fondo es el de la cultura política: es prioritaria una rigurosa educación histórica y política de las nuevas generaciones –no el adoctrinamiento en las falacias de la “memoria histórica” y la “corrección política”-, y asimismo desintoxicar a los jóvenes del veneno, cursilería, mal gusto y vulgaridad de los “frikis” y “macarras” políticos que lamentablemente predominan en la minoritaria “contracultura”.
Y a propósito de cultura, determinada élite de “expertos” en política internacional resulta bochornosa y produce vergüenza ajena. Basten como muestra los análisis de recientes acontecimientos como el “Brexit” y fenómenos como el UKIP, el Tea Party, la candidatura de Donald Trump, o “the War on Cops”, respectivamente en las dos democracias más consolidadas del mundo. Análisis hechos en programas de la televisión pública y retransmitidos por la cadena internacional (por ejemplo, el muy “políticamente correcto” programa La noche en 24 horas, dirigido por el barbilampiño y repetitivo Sergio Medina), con un plantel de comentaristas mayormente ignorantes de los temas sobre los que opinan y con los típicos sesgos anti-británicos o anti-americanos. Típicos tics de una cierta España no solo invertebrada sino también desinformada.
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