viernes, 25 de julio de 2014

El profesor de Pablo Iglesias

Es preferible atender al catedrático de Ciencia Política, quien ha dedicado una vida al estudio y a la reflexión, que a un joven periodista de la cuarta o de la sexta o de la quinta, cuando los dos opinan sobre el mismo asunto.
Este magistral artículo debería ser leído, antes y después de opinar, por todos los periodistas que se precien:

http://kosmos-polis.com/images/pdf/Populismo.pdf

lunes, 21 de julio de 2014

Episodio 64 de "El enigma de Baphomet"

64

“…nomme Roderico…”
Al día siguiente me levanté a media mañana. Hacía mucho frío aunque no había nubes en el cielo azul y transparente. La nieve del Teleno se veía como si estuviera a dos pasos. Después de la conversación de la noche, había cambiado mi primera intención: iría a Ávila en vez de a Salamanca. A la larga, sería en donde Martín desembocaría, por muchas vueltas que diera buscando a Gelvira y al niño en otros lugares.
Cuando ya tenía la puerta cerrada por fuera y me disponía a meter la llave en la gatera, apareció Rechivaldo galopando entre la arboleda del camino.
—“Espera, no te vayas” —me gritó azorado, confuso, casi sin aliento, sin bajarse del caballo. No le salían las palabras. Cuando logró frenarlo de la veloz carrera, el caballo daba vueltas sobre sí mismo. No lograba dominarlo, se le revolvía como si estuviera contagiado de su agitación interna y rostro angustiado. Mientras intentaba domarlo tirando de las riendas con una mano, y con la otra dándole palmadas en el pescuezo, seguía dándome voces:
—¡No te vayas, Roderico, no te vayas! ¡Martín está preso! ¡Lo han metido en el silo, que ha habilitado el alcalde como cárcel para los condenados a muerte!
En ese momento, me sentí culpable por no haber insistido, hasta conseguirlo, en que tenía que fugarse por la senda de los templarios vivos. Nunca sabré si mis consejos hubieran servido para algo, pero, por lo menos, no tendría la losa del arrepentimiento en la cabeza. Sólo me atreví a decirle, ya que Martín era un héroe titánico de la fuga y no podía darle lecciones, que el aspecto de pobre mendigo era perfecto, pero tenía que haber escondido la mayor parte del tesoro que llevaba en las alforjas porque, en cualquier momento, alguien podría vérselo; y las leyes últimas del reino era, precisamente, en lo que más incidían, en la posesión y falsificación de monedas, porque había demasiados robos y saqueos, después de los cuales ya habían capturado a muchos ladrones disfrazados de mendigos.
—Tenemos que liberarlo de las cadenas —le dije a Rechivaldo intentando animarlo—; si no podemos con argucias de la mente, tenemos que hacerlo con las dagas. ¿Tú tienes dagas guardadas que estén bien afiladas?
Bajó del caballo, lo ató a una de las argollas de la pared de su casa y se sentó en el poyo de piedra veteada, con los codos en las rodillas y las manos sujetándose la cara, lamentándose en voz baja:
—Es imposible. No podemos hacer nada. No tiene salida, ni puertas ni ventanas. Allí estuve yo sacramentando al último reo que, arrepentido, pidió confesión para salvar su alma antes de ser ahorcado. Está muy oscuro; sólo tiene un resquicio de luz por un lado.
Rechivaldo seguía traspasando el suelo con la mirada fija y perdida, jadeando con la boca abierta y las venas hinchadas. No levantaba la mirada para hablarme con la voz entrecortada. Mientras se recuperaba, traté de convencerlo:
—Hemos de liberarlo como sea —le dije con resolución firme— no tenemos más remedio. Hemos de liberarlo y que renuncie de una vez para siempre a su hijo. No creo que Gelvira lo acoja después de haber tenido la intención de matarla. Todavía… si fueran casados… pero no han sido más que prometidos. Tienes que inspeccionar la cárcel y sus alrededores. Fíjate bien en el edificio para describírmelo con todo detalle. Puedes ir tú a confesarlo si ya lo has hecho con más reos, con la naturalidad de un sacerdote que se interesa por la salud espiritual de las almas ejerciendo las obras de misericordia, doctrina de la Iglesia, de consolar al triste y redimir al cautivo.
Has de decirle al Obispo y al Alcalde, para que se lo trasmitan a los jueces, que a Martín le asiste el derecho sagrado de salvar su alma aunque sea un criminal execrable; y que, antes de que se niegue a recibir el sagrado sacramento de la penitencia, desesperado al verse con la soga al cuello, tienes que intentar salvar su alma. Tienes que decir a las autoridades que Jesucristo lo perdona y no se le puede privar de la Gracia Divina, ahora que está más tranquilo, antes de que la desazón turbe sus facultades mentales. Sobre todo, muéstrate sumiso ante el alcalde.
Ahora ya no es como antes, que los cabildos y autoridades eclesiásticas aplicabais fueros a vuestro antojo. Desde las cortes de Burgos se acabaron esas prebendas. Tienes que entrarle por las buenas. Diles que vas a convencerlo de que se confiese y pida perdón por sus muchos pecados. Ataca únicamente por el flanco espiritual y religioso. No te mezcles es los asuntos temporales. Insiste, insiste solamente en la salvación de su alma; de lo contrario, también a ti te arrestarán y te condenarán, incluso a muerte. Yo vigilaré cerca con las dagas y, cuando tú estés dentro de la jaula con Martín y salgan los guardianes para no oír sus pecados —de eso tienes que asegurarte y darme la señal, cantando los dos primeros versos del “Te Deum”—, yo me abalanzaré con las dagas sobre los guardianes y los dejaré muertos al instante, y escaparemos dejándote a ti encerrado dentro. Nosotros huiremos veloces y tú pedirás socorro hasta que vayan a sacarte.
—Muy fácil lo ves tú todo, me parece —decía enojado—. No creo que sea canónico enredar de esa manera y mezclar la justicia divina con la humana.
Enredado con la desazón y el sufrimiento, adiviné en su rostro y ademanes una pizca de cobardía.
—¿Dónde dices que lo tienen? —le pregunté de nuevo.
—Lo tienen atado de pies y manos como a la peor alimaña. En tiempos de los romanos —me explicaba el Obispo cuando volví de confesar al reo que ahorcaron hace poco—, utilizaban esa estancia para guardar los granos de toda la ciudad de Astorga. Y ahora, el recinto desprende olores a cuero que no hay quien los soporte. Es el lugar más seco de la ciudad para conservar las pieles mejor curtidas del reino. Lo que fue granero de abundantes cereales y almacén de pieles ahora es cárcel inmunda, lúgubre y oscura, con dos jaulas construidas con palos de fresno con sendos reos encerrados: Martín y un ladrón criminal blasfemo de un pueblo de la ribera. Ninguno de los dos ha sido juzgado, pero si los tienen en esa especie de ergástula es que, de antemano, están condenados a muerte.
Rechivaldo se levantó para enjugarse la frente y el cuello con el pañuelo seco.
Mientras pensábamos cada uno por separado, se acercó al reguero para echar un trago de bruces sobre el agua, arrodillado en la hierba. Al levantarse, se preguntaba con las mejillas rojas, lamentándose:
—¿Cómo se le pudo ocurrir mendigar con las alforjas llenas, con una fortuna dentro?
—Martín no sabe que constituye un delito —le indiqué—. Y yo sé que viajar con las alforjas llenas de oro es un gran delito, por la casualidad de haberlo oído, de pasadas, en la portería del monasterio. Tú lo sabes porque te codeas con los grandes del reino, que son los conocedores de las leyes para sortearlas y hacer trampas a los más pobres, de los que viven engañándolos.
—La Reina madre —me argüía Rechivaldo— no hace más que repetirlo en todas partes, aunque no esté escrito en los cuadernos de las cortes: que aunque no se conozcan los fueros y las leyes de las cortes, todos los campesinos han de cumplirlas, para ello se dan los bandos en las plazas de los pueblos, que lo que todos tienen bien agudo es el oído; y el que no oiga a los pregoneros de los “hombres buenos” y los “ricoshombres” títulos honoríficos que figuran en todas las escrituras, es su culpa e igual tienen que pagarla.
—A la reina —le repliqué— la oís cuatro clérigos amigos, que hasta a los obispos también los está apartando de su compañía para darles todo el poder a los concejos y a las hermandades de las villas y ciudades.
—Pero en los bandos pregonados en las plazas de todos los pueblos por orden de los alcaldes —intentaba convencerme—, bien claro han dicho que se condenará con la muerte al que intente sacar oro y plata del reino. Un mendigo no tiene casa, puede andar libre de reino en reino, pudiendo escapar en cada momento. Además, si tiene tanto oro es por haberlo robado. “Un malhechor de la peor ralea”, me decía el alcalde delante del juez y el notario. Por otra parte, acrecienta el delito poseer monedas moras y romanas que no han sido fabricadas en la ceca del Rey. El que demuestre que son herencias de sus antepasados tiene que fundirlas y cambiarlas por monedas en curso, por maravedíes de oro. No entregarlas a la casa real es lo mismo que declararse convicto de delito. Cuando le pregunté al juez a ver por qué lo habían encarcelado, me leyó y releyó varias veces, poniéndome el dedo en la frente con cara de advertencia severa y de pocos amigos, los artículos de las distintas cortes celebradas durante el reinado de Fernando IV, en los que figura lo concerniente a la circulación de monedas contrahechas, malas y falsas, no labradas en las casas del Rey. La reina madre hace cumplir lo que su hijo el Rey Fernando dictó con la anuencia de los concejos, mandó tajar todas las piezas viciosas, y además, el alcalde me advirtió con mala cara y con ironía desmedida, que no entendían cómo yo, “tan cantarín con la reina”, y volvió a repetirme saliéndosele espumilla por la comisura de los labios: “tan cantarintín con la Reina María de Molina”, no me había enterado del rigor de las leyes tocantes a la moneda. Tienes que entenderme. No puedo, por nada del mundo, dar a entender que defiendo a Martín; inmediatamente me acusarían de cómplice y con él me encerrarían en la jaula. Ya me he comprometido demasiado, que casi me notan que lo defiendo.
Cuando Rechivaldo terminó esta perorata, me sentí a disgusto por haberlo acusado indirectamente de cobarde, cobardía que me había parecido manifiesta por haber utilizado rodeos en el habla en vez de ir al grano y utilizar su influencia para liberarlo. Lo veía todo desde mi punto de vista y no me había puesto en el lugar de Rechivaldo; por eso, traté de remendarlo:
—Tu amistad con la Reina —le dije— y acercamiento a la nobleza, aunque sólo sea en las liturgias, te acarreará problemas de malos ojos y de ser envidiado. La gente es muy envidiosa y mala; y si ahora te respetan algo, es sólo por miedo; pero, cuando puedan, te traspasarán con la espada, y mucho más si la Reina te ronda.
Me contestó Rechivaldo:
—También me advirtió el alcalde acerca de la severidad de los artículos de las cortes de Valladolid con los que se avisan de las graves consecuencias a las que se enfrentan los ricos hombres que sean descubiertos protegiendo a criminales. Espero que no haya sospechado más que soy un clérigo misericordioso y caritativo con los condenados.
—Tú no eres rico-hombre sino Chantre. En definitiva, un hombre de Iglesia aunque goces de suculenta canonjía.
Con estas palabras, Rechivaldo se sintió liberado de la presión a la que antes lo había sometido y siguió diciéndome algo más tranquilo:
—También me advirtió el juez que no me deslizara, porque desde las cortes de Burgos ya no gozamos, los presbíteros, de los privilegios de antes.
—Sólo nos cabe —le propuse resuelto— arriesgarnos a lo que te he dicho: liberarlo con las dagas y la maña templaria en la lucha, que conservamos intacta y nadie puede arrebatarnos.
—Yo ya no soy lo que era luchando, Roderico; estoy muy desentrenado; y a ti, aunque creas lo contrario, te pasa lo mismo; es que no te das cuenta porque no has luchado desde hace años. ¿Quieres luchar para convencerte? No aguantarás ni dos estirones de brazos. Te reducirán a la primera.
—Déjalo, déjalo —le dije derrotado—. ¿Cómo se te ocurre tamaña tontería? ¿Entablar aquí, entre nosotros una lucha como dos carneros modorros sin venir a cuento? ¡Estás tú un luchas….! Yo creo que ya no piensas con cordura…
—De cordura mejor que tú no hables —me dijo enojado, como si le hubiera clavado una espina. Y me reprochaba ser conocedor de la ciencia de los números, la verdadera ciencia que rige el universo, de las leyes internas que anuncian con antelación los acontecimientos reflejados en sumas, restas y otras combinaciones matemáticas. Llegamos a discutir, y en el fragor de la diatriba nos cruzamos una mirada de odio. Quedamos aturdidos, como atontados, sin poder seguir en nuestro encuentro, pensando cada uno un plan seguro para liberar a Martín de la jaula. A los dos nos hacía falta serenarnos. Con palabras de un solo golpe de voz y frases cortas, pasamos el resto del día. Yo me dispuse a cocer un caldo de berzas con costilla para la cena.
Al día siguiente, sin consultármelo, mientras Rechivaldo estaba en Astorga y yo paseando nervioso entre las murias y las praderas, no se le ocurrió mejor idea que recurrir a la Reina María de Molina enviándole un mensaje con la siguiente leyenda después de los encabezamientos: “Un templario convicto, encarcelado y condenado a muerte, ha pedido dos últimos deseos: que lo confiese yo de sus pecados para morir en paz con el Altísimo, y que quiere ver a Gelvira, la nodriza del infante, antigua conocida suya, a la que tiene que pagarle una deuda. Sin ver satisfechos estos dos últimos deseos no morirá tranquilo. Espero que Vuestra Alteza le conceda estos privilegios, dado el llanto en el que se abate”.
Cuando me lo dijo, estuve a punto de tirarme a su cuello y asfixiarlo. Si hubiera tenido una daga, allí mismo lo hubiera dejado muerto. “¿Cómo puede habérsete ocurrido tamaño disparate? —le grité con toda mi furia acumulada—. ¿Cómo puede habérsete ocurrido revelar y nada menos que a la Reina que Martín es templario?”
Trató de convencerme con argumentos varios, de que no había más salida que la recomendación de la Reina, que me calmara y lo escuchara, que él también había dudado, pero que consideró la mejor opción posible. Rechivaldo estaba seguro de que ablandaría con creces el corazón de la Reina, muy compungida todavía por la muerte de su hijo el Rey Fernando IV; y yo seguía malpensando que, si accedía a las peticiones de Rechivaldo, por algo sería…; que una viuda entrada en años pero aún enérgica y lozana, por muy reina que fuera, pudiera estar ansiosa de hombres en su lecho, y un clérigo podía ser la presa perfecta para no comprometerse y ser el mejor de los mejores para guardar el secreto de sus placeres; sin embargo, saber que Martín había sido templario, sólo acrecentaría la terquedad de las autoridades y se reforzaría en el mandato de matar a todos los templarios, mandato que la reina había recibido de su hijo, el joven rey muerto recientemente, el Rey Fernando IV.
Después de un buen rato, algo me serené pensado que un resquicio quedaba en la posibilidad de que yo estuviera equivocado, y Rechivaldo en lo cierto, pero, con el enfado que había guardado tragándomelo, me salían las tripas por la boca y un dolor de cabeza no me dejaba pensar tranquilo.

65

“…Roderico …. XI. sol sou nomne…”
No había pasado una semana cuando me enseñó un pergamino con sello de la Reina concediéndole lo que pedía con orden expresa para que el alcalde de Astorga lo dejara pasar a la ergástula donde Martín permanecía enjaulado.
Me dijo:
—Con este salvoconducto podré entrar y salir cuantas veces quiera.

Con el mensajero de vuelta, la Reina había mandado, en una carreta, la jaula de hierro más segura para que no escapara el reo, pues, si se movía estando enjaulado, se clavaría las espinas de hierro anudadas en la fragua a los barrotes, como si todos los hierros fueran de una sola pieza, con una cerradura fuerte cosida también a los barrotes en la fábrica de Córdoba, con dos llaves en doble cerrojo. Dentro de ella habían muerto, despeñados en la roca de Martos, los hermanos Carvajal, caballeros de Calatrava, condenados por el Rey Fernando IV, acusados de matar al privado del rey, demostrando así que no se arredraba ante nada, al tomar sus decisiones de ejecutar a los reos con las muertes más crueles.

sábado, 5 de julio de 2014

Escritores de la casta y escritores modestos

Me dice la estadística del blog que hoy se cumplen 50.000 (cincuenta mil) lecturas de mis artículos y libros. Con razón, los escritores de la casta se quejan de los “escritores modestos”, como me denomina acertadamente  uno de ellos,  y del diablo  de internet, que hace disminuir su parroquia. Cada cual da lo que tiene, quiere y puede. Miles de mis lectores agradecen haber leído gratis mis novelas y artículos en el blog. Ha sido para los que no disponen de dinero suficiente (“El enigma de Baphomet” en edición de papel, 24 eurazos) mi dedicación y esfuerzo, ya que tengo la suerte de vivir de mi pensión y ahorros. Y el que disponga de dinero también puede comprar mis escritos en papel o en libro electrónico… Gracias, lectores. Va por vosotros y vosotras, redundancia empleada por quienes desestiman  la arbitrariedad del signo lingüístico.

viernes, 4 de julio de 2014

Conversaciones de padre e hijo en Facebook:


Pablo, hijo, si en vez de trabajar tanto en ese invierno de eternas nieves para seguir enriqueciendo a la señora Merkel,  tuvieras tiempo de ver televisiones de distintas castas,  te hubieras partido de risa. Resulta que a tu tocayo le salió una defensora, con ojos rasgados como si fuera asiática, guapilla ella, o por lo menos una obra de arte de su maquilladora, también con muchos sobresalientes -como dice mi amigo Tomás-, en muchas carreras, muchos másteres en los Estados Unidos y hasta un curso on-line en Harvard, todos de letras, claro… -A estos los quería yo ver con el Cálculo y el Álgebra de primero y segundo de cualquier ingeniería, a ver si pasaban a tercero-. Pero bueno, no voy a eso, voy a que la chavala le decía a Betín Orborne que es que a su defendido Pablo lo “transgiversan”, sin broma y sin entrecomillarlo en el aire -como hacen los enteradillos cursis- con los deditos en ristre. ¡Buenísimo! El chavó del toro de España se reía y yo me desternillaba…

jueves, 3 de julio de 2014

Competir en arte.

Hoy, el periodista de León, Eduardo Aguirre escribió un texto  como pie de foto de un autorretrato de Van Gogh, que me pareció soberbio:
"Con Vicent
Me gusta mucho este autorretrato de Van Gogh, patrón de los perdedores. Hace ya años, un escritor leonés me dijo un tanto desconcertado, en presencia de su mujer y de la mía, que no comprendía mi rechazo a premiar a mis amigos en los concursos a cambio de que ellos luego hiciesen lo mismo conmigo. "Es lo normal", me dijo. Y le contesté: "no puedo hacerlo, pensaría en que ese autor que he dejado sin premio para dárselo a un amigo mío podría ser Van Gogh, un artista en la cuerda floja emocional, cuyo ser o no ser estaría dependiendo de que yo fuese justo con su obra en mi decisión". Se hizo un silencio. Desde aquel día nos distanciamos. A él le ha ido muy bien de acuerdo a las reglas de su mundo. No es un mal tipo, pero su proceder, convertirlo todo en relaciones personales y favores mutuos creo que contribuye a que en la cuneta queden aquellos que, simplemente, necesitan que seamos justos con su obra, ni siquiera con ellos."

Y yo contesté lo que me salió al momento, sin pensarlo:

Soberbio texto. Enhorabuena, por el significante y por el significado.

 No obstante, creo que el arte no es la cancha más idónea para competir en nada. La competición es mejor para el deporte que sustituya y canalice el veneno innato de la guerra y del "zánatos". La creación artística en todas sus modalidades creo que es mejor exponerla a secas y que cada cual la valore según sus preferencias subjetivas sin alharacas ni aspavientos y se goce de ella para mejor sobrellevar la dura existencia al que le resulte dura, y al que le resulte blanda que distribuya el gozo. Saludos maragatos desde Málaga.

Tito García González explica la música

Pinchar este enlace y volver a pinchar para oírlo en:

Arrancamos nuestros “Clásicos en Verano” con Bach
Arrancamos nuestros “Clásicos en Verano” con Bach


http://www.sermadridnorte.com/noticias/arrancamos-nuestros-clasicos-en-verano-con-bach_42558/


miércoles, 2 de julio de 2014

Mi abuelo Pedro y mi nieto Teo

Esto es una esquizofrenia: entre mi nieto Teo y el recuerdo de mi abuelo, el porteño, me traen loco y no sé a qué carta quedarme. ¡Mi querencia por Buenos Aires querido! Mi abuelo Pedro bailaba tangos y pronunciaba la ”ye” rehilada, que así se llama en fonética; y a los billetes que trajo para comprar la hacienda de Brimeda le llamaba plata. Marchó pobre, de polizón, con andrajos, embarcado en La Coruña dentro de un fardo, y Argentina le dio tanto que volvió rico y con sombrero, gracias a lo cual debo mi existencia. Acabo de ver en el telediario que Argentina ganó a Suiza y pasa a cuartos. Mejor será que no lleguen a enfrentarse, en la final, Argentina y Alemania porque me va a dar algo…. Es que yo le debo mucho a Argentina y a Alemania.

martes, 1 de julio de 2014

Pablo Iglesias Turrión, líder político.

Sigo pensando que Pablo, líder político que cae simpático, antes de que lo metieran a dedo de profesor interino, hubiera necesitado unos días más siendo alumno. No digo que con más estudio no pueda llegar a ser presidente del gobierno, pero le falta un hervor todavía: Hoy ha terminado su discurso en Estrasburgo así: " No sé si hoy podremos arrebatarle la presidencia de este parlamento a la gran coalición pero si nos seguís empujando os aseguro que venceremos. El mañana es nuestro." Pues, ya que me decían que habla bien inglés, podía haber escogido otras palabras de despedida y no las célebres de la canción nazi por excelencia: "Tomorrow belongs to me..." Yo no lo veo maduro todavía...aunque puede que esté en camino, eso sí...

Por otra parte ya lo veo algo dubitativo: donde decía "podemos" hoy ya ha dicho "no sé si podremos"... Sigue sin entusiasmarme. Puestos a elegir me cae mejor Madina, que sabe perder con elegancia.