En León siempre han existido dos sociedades, la del culto y la de la burla a ese culto. Ya en la Edad Media, se veneraba al Santo Grial envuelto en oro y piedras preciosas, las que fueron de la Reina doña Urraca, quien lo mandó envolver en ellas. Y a la vez se veneraba a Baco, culto clandestino en todas las bodegas de la provincia; reverencia al dios Baco burlándose del Santo Grial recién llegado del Nilo, representado derramando el vino en el suelo, y no en la copa del pincerna Marcial.
Durante los siglos posteriores, mientras se celebraban los oficios del Jueves y Viernes Santo en los atrios de las iglesias, se formaban los corros de chapas para jugarse las fortunas, haciendo burlas a la túnica de Jesucristo.
En el siglo XX comienza la procesión de Jenarín a la vez que la del Santo Entierro.
Durante los siglos posteriores, mientras se celebraban los oficios del Jueves y Viernes Santo en los atrios de las iglesias, se formaban los corros de chapas para jugarse las fortunas, haciendo burlas a la túnica de Jesucristo.
En el siglo XX comienza la procesión de Jenarín a la vez que la del Santo Entierro.
Ahora, después de meditar sobre el cáliz de doña Urraca, veo que encaja la historia de “El Baco” : "En León siempre han existido dos sociedades: la del culto religioso y la de la burla a ese culto.
En la Edad Media teocéntrica, se dio culto al Santo Grial en San Isidoro y, a la vez, el escarnio a ese culto en las bodegas de toda la provincia con aquelarres y borracheras, representadas en el dios Baco, émulo de un Pantocrátor derramando y despreciando el vino susceptible de convertirse en la Sangre de Cristo. "El vino no es más que vino, que nadie llegue a creer que se pueda convertir en la Sangre de Jesucristo", significa la pintura.
El retablo famoso, simboliza que el vino no vale más que para emborracharse en las fiestas y que se desprecia no solo tirándolo al suelo sino también ofreciéndoselo a las mujeres para conquistarlas más fácilmente.
Lo de la Eucaristía y la copa del pincerna Marcial como paralelamente se pintara en la cripta de San Isidoro simbolizando la Sagrada Cena es sólo cosa de curas.
En los siglos posteriores a la Edad Media se despreciaron los oficios del Jueves y Viernes Santo haciendo chanza, en los atrios, de la Túnica Sagrada, jugándose los dineros a la suerte del azar con monedas tiradas a lo alto, entres cantos bacanales y un chato de vino entre los dedos.
Desde el siglo XIX, dado el poder civil que tomó la Jerarquía Eclesiástica, se reglamentó el juego “santo” y se sacó de los atrios esa irreverencia, pero se convirtió en el oriundo y exclusivamente leonés ‘juego de las chapas’ esos días de Semana Santa.
En la actualidad, la procesión de Jenarín, el borracho Jenarín, discurre paralelamente a la procesión del Santo Entierro entre tambaleantes procesionarios.
León, irreverente y lasciva, contradictoria, honesta y pura, ha hecho de sus hijos una amalgama inextricable.
Hace muchos años -lo presencié en la taberna-, una tarde de nieve y cierzo, mezclados con el humo de los puros farias, jugaban la partida al “tute cabrón” tres vecinos labradores con el cura del pueblo.
Cuando el cura cantó las cuarenta y ganó todas las pesetas que había en la mesa, el Ti Policleto torció el hocico, sacudió sus cartas contra el tapete, alzó el cuello y con los ojos en blanco blasfemó furioso: “mecagüendiosssssss”. El cura don Hermógenes, silente, cerró los ojos, bisbiseó algo, y se santiguó devoto, sin ofrecerle confesión siquiera.