lunes, 25 de noviembre de 2024

Curricumum como pintor

 CURRICULUM DE CASTRILLO (PINTOR)

A los 8 años recibe las primeras lecciones sobre pintura al óleo de Doña Enedina Álvarez en su  ciudad natal, Astorga.


A los 11 años (1959) su profesor don José Luis Pacheco en el Colegio Maestro Ávila de Salamanca,  le hizo descubrir la pintura expresionista de George Rauault.


A los 15 años, toma el consejo de  Juan Vicente Blanco en Salamanca. “para pintar no solo valen los óleos, acuarelas, pasteles y carboncillo, sino hasta la maquinaria de un reloj viejo o una caja de palillos de dientes. Todo puede servir para crear arte”.


A los 16, junto con Celso Vicente Blanco realiza los mosaicos para las mesas del comedor de la finca Santa Bárbara de Puerto de Béjar  y con su amigo y compañero Fernando Rodrigo Hernando - firmaba sus cuadros con el seudónimo “Ferro”- frecuentaba el estudio  de Cecilia Martín en la Avda. de Alemania de Salamanca, de la que ambos recibían clases y consejos como “no os canséis de observar todos los cuadros del Museo del Prado. y visitad todas las exposiciones  en Salamanca. “Aprended de otros pintores, que la creación personal llegará  como fruto maduro”.

Desde entonces hasta hoy día, ha recordado siempre este consejo pasando horas y horas estudiando los cuadros de : El Prado, Louvre,  Petit Musee du Jeu du Pomme. British, Boston, Moma, Bremen.


Comenzó pintando paisajes urbanos de Astorga y Salamanca, El primero fue el Palacio Episcopal de Astorga, muralla y catedral

.

Solamente ha participado en un concurso juvenil de pintura  para pintores de 14 a 17 años en Salamanca, en el que sus tres cuadros fueron seleccionados para la Exposición Juvenil de Madrid en el  año 1963. Con estos tres cuadros, de los que conserva uno.


 A los 16 años con el cuadro “Un acorde de Guitarra” comienza su original estilo pictórico transmoderno,“castrillista” según denominación del pintor, dibujante e ilustrador de la Editorial Sígueme, Jesús Galdeano Echarri.


Solamente ha expuesto sus obras en una  exposición del Ayuntamiento de Villablino (León) Fiestas de San Roque, el año 1968, en la que fueron adquiridos todos los cuadros por veraneantes madrileños en la montaña leonesa.


Su obra: retratos, paisajes, bodegones y creaciones con técnicas personales “castrillistas” está dispersa en colecciones particulares  adquirida por rigurosos encargos directos en Astorga, Salamanca, Polán (Toledo), Madrid, La Coruña,  Santander, Majadahonda, Barcelona, Tarragona, Málaga, Palma de Mallorca, La Robla (León) Bremen.

Durante la Pandemia después de concluir su tercer “autorretrato” y retrato de su esposa  ha vuelto a su juvenil estilo “castrillista”  con el cuadro: “La Cortina Desteñida del Baúl de Abuela Ángela”

En esa fusión de estilos pictóricos:  Clasicismo, Realismo, Impresionismo, Expresionismo, Cubismo, hasta la Abstracción, Jesús García Castrillo ha sido el creador desde su adolescencia de la “Transmodernidad en la pintura.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Zurbarán y Velázquez


Hace cincuenta y tantos años, redactaba yo un estudio comparativo  de estos dos cuadros, de Zurbarán y de Velázquez. Todo retratista al óleo, antes de empezar a encajar en el lienzo a un modelo, lo primero que hace, y yo mismo lo he hecho, ha sido elegir la postura, la dirección de la luz y el conjunto del dibujo de la figura siempre teniendo en cuenta la mayor atmósfera por delante de la figura  Era un trabajo largo para la asignatura de “Historia del Arte” en el que analizaba con minuciosidad pincelada por pincelada. Recuerdo perfectamente  la nota de esa asignatura en mi certificado de estudios. Y también recuerdo una, quizás la más importante de las varias conclusiones: que Velázques era un “vivales”, porque  se aprovechó del trabajo de Zurbarán, pues para comenzar el retrato del Papa Inocencio X,  no tuvo más que encajarlo en la misma postura  que Zurbarán lo había hecho con Diego de Deza ahorrándose el primer trabajo. Velázquez, por otra parte,  se ciñó a captar la personalidad del  Papa  prescindiendo de lo que consideró accesorio como la heráldica representada en el escudo, y prescindiendo de la simbología de autoridad intelectual teológica representada por los supuestos cuatro tomos de la Vulgata y del detalle de la campanilla simbolizando el poder de mando sobre sus subordinados. Lástima que lo entregué al profesor y no dejé copia.  ¡Cómo me gustaría haber conservado aquel trabajo!





martes, 20 de agosto de 2024

TEOLOGÍA sobre el principio.

 Un poco de Teología

 No sé si es cierta la anécdota  pero me ha valido cuando, leyendo la Biblia, me salieron mis ultimas reflexiones al relacionar ciencia Lingüística y Evangelio teológico de San Juan.



Un hombre de unos 70 años viajaba en tren y aprovechaba el tiempo leyendo un libro...

A su lado, viajaba un joven universitario que también leía un voluminoso libro de Ciencias...

De repente, el joven percibe que el libro que va leyendo el anciano es una Biblia y sin mucha ceremonia, le pregunta:

-¿Usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y de cuentos?

-Sí, por supuesto, le respondió el viejo, pero éste no es un libro de cuentos ni de fábulas, es la Palabra de Dios...¿Ud. cree que estoy equivocado?

-Claro que está equivocado...Creo que Usted, señor, debería dedicarse a estudiar Ciencias e Historia Universal...Vería cómo la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía, la estupidez y las mentiras de la religión...Sólo personas sin cultura o fanáticas, todavía creen en esas tonterías...Usted, señor, debería conocer un poco más lo que dicen los Científicos de esas cosas...

- Y dígame joven, ¿es eso lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia?

-Mire, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección, para que le pueda mandar algún material científico por correo, así se ilustra un poco, sobre los temas que realmente importan al mundo...


El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió con cuidado el bolsillo de su abrigo y le dio su tarjeta al joven universitario...

Cuando el joven leyó lo que allí decía, salió con la cabeza baja y la mirada perdida; en la tarjeta decía:

Profesor Doctor Louis Pasteur,

Director General Instituto Nacional Investigaciones Científicas Universidad Nacional de Francia.

(Hecho verídico ocurrido en 1892)

"Un poco de Ciencia nos aparta de Dios. Mucha, nos aproxima". 

Dr. Louis Pasteur


Probablemente Louis Pasteur, iría pensando en el Evangelio de San Juan que fue escrito en griego y  sonaba algo así:  " En archē ēn ho Lógos, kai ho Lógos ēn pros ton Theón, kai Theós ēn ho Lógos"

PRIMERA BIBLIA en latín:  In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum.Hoc erat in principio apud Deum.Omnia per ipsum facta sunt: et sine ipso factum est nihil, quod factum est.In ipso vita erat, et vita erat lux hominum:et lux in tenebris lucet, et tenebrae eam non comprehenderunt. ( Evang, de San Juan, 1, 1)

TRADUCCIÓN: 

 En el principio ya existía la Palabra,  la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. El estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin Él, nada de los creado llegó a existir. En Él estaba la vida y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en la oscuridad, y la oscuridad no ha podido apagarla.

La palabra "LOGOS" en griego tenía muchos significados; sólo hay que abrir el diccionario y verlo. Significaba "razonamiento", "inteligencia",  "concepto", "palabra", "dicho" etc.. .

Pasteur también se detendría a reflexionar el el capítulo 8, donde dice que el mismo Jesús se revela fuera de este mundo, es decir en otra dimensión  fuera de lo creado.


Si el evangelista San Juan escribiera hoy, para expresar el origen de todo, no recurriría ni al big-bang ni a la palabra griega Logos. Hubiera escrito: “Antes de todo existía un “fonema”,existente fuera de nuestra dimensión del espacio y del tiempo,  unidad  mínima de cualquier lenguaje, imagen lingüística que más se puede asociar a la extradimensión de nuestro ser e inteligencia, unidad de rasgos distintivos, que no sonido.

El hagiógrafo no encontró mejor expresión,  que el “Logos” palabra griega más parecida a lo que la ciencia Lingüística ha dado en llamar “signo lingüístico”. 


Pero el signo lingüístico, desde el siglo XIX, se ha descuartizado todo lo posible y en esa autopsia intelectual  se han descrito dos realidades, o lo que es lo mismo: el signo lingüístico consta de dos partes a la manera de las dos caras de la misma moneda: “significante y significado. 


Ahora bien, estas realidades lingüísticas ya están creadas e insertas en nuestra dimensión, así que el primer elemento, que  fue el fonema al que el evangelista llama Logos, ya lo considera fuera de nuestra dimensión, por eso de ese elemento fonémico deriva la existencia creada por Él con mayúscula. 


San Jerónimo lo traduce por  “Verbum” pero cuanto más se traduce, más se aleja de la primera concepción de lo que ya existía incluso afuera y antes del comienzo del espacio y del tiempo.


Al traducir al español “Verbum” , le llamamos “ palabra” , cada vez más distante de  ese elemento fonémico primigenio creador de nuestra dimensión  material, de esta materia que se expande hacia el infinito opuesta a su antimateria.


El hagiógrafo escribiría hoy que ese fonema, o lo que es lo mismo, ese elemento primigenio entró en la dimensión creada y se hizo hombre y habitó entre nosotros, ( et Verbum caro factum est) a pesar de que venía de la extra dimensión de la materia,  para decirnos que cada conciencia individual es libre y responsable de sus actos en esta nuestra dimensión espacio-temporal, pero que a la postre volveremos todos a la extra-dimensión en la que fuimos creados. 


El Cap. 8, del Evangelio de San Juan es claro y contundente: recalca Jesucristo  diciendo "yo no soy de esta dimensión; y lo trata de explicar con la metáfora del Padre y del Hijo. diciendo que son una misma cosa, que El Padre no es de esta dimensión espacio-temporal y que el Hijo, Jesucristo, viene del Padre, y se encarna en esta nuestra dimensión, pero que su misión es venir del fonema creador para volver a fusionarse en Él.


Todos procedemos de la nada. O para expresarlo con el torpe lenguaje humano, procedemos de la decisión de un haz de rasgos distintivos, de un razonamiento, de un significado sin significante, sin sonidos. El significante incrustado en el significado para formar el primer signo lingüístico ya fue producido por el absoluto y primigenio origen del significado , y a partir de ahí de esa primera mitad de la palabra, en griego, el Logos, el significado,  explotó lo que los físicos llaman la materia con su antimateria que se sigue expandiendo dentro de esa nada absoluta e infinita. Somos creados como producto y decisión de ese primer ser creador al que le llamamos Dios concepto, de un significado que es parte de un símbolo imaginario. ¿ Será que nuestro destino es fusionarnos con nuestro principio: con ese concepto del que procedemos?




sábado, 13 de julio de 2024

Ferdinando. Captítulo V, ( episodio 36) de "El Enigma de Baphomet"

 Capítulo V

36
Por la noche subí, sin que nadie me viera, a dormir a la cabaña, y, desde allí, al amanecer, emprendí la marcha.
Muy pronto, de la posada de un pueblo, salía una expedición de peregrinos rubios de aspecto franco-germánico, que volvían de Compostela. Trabé conversación hablando por señas, como si fuéramos mudos, acerca del santo; y aceptaron de buen grado mi compañía.

martes, 2 de julio de 2024

Sexo y género por enésima vez

Vaya cacao que tienen en la cabeza los que han confundido “género” gramatical con “sexo” biológico. Resulta que a un maestro lo expulsan por enseñar a sus alumnos que en la especie humana hay dos sexos: varón y hembra, determinados por los cromosomas en cada una de sus células XY  y XX; salvo muy pocas excepciones: XXY  ó  XYY, pero a esas excepciones también las clasifica la ciencia biológica dentro de los dos sexos respectivamente. Hay otras variantes, contadísimas, muy raras,  en este par de cromosomas. Se han  descrito casos aisladísimos con un solo cromosoma X,  o dos, pero uno de ellos incompleto  y otras variantes, de casuística escasa. pero no creo que sea materia de estudio en los primeros cursos infantiles la Genética compleja y excepcional que se estudia en la Facultad de Medicina. Expulsar a un maestro por decirle a los niños que existen dos sexos, sin necesidad de explicarles todavía lo que significan tanto la X como la Y, me parece tal disparate que no tiene nombre.


Los géneros, cada lengua del mundo tiene un número distinto dependiendo de lo que la historia milenaria de cada lengua haya determinado como resultado de su uso por los respectivos hablantes. En la lengua española tenemos seis géneros en las palabras, que yo sepa: masculino, femenino, neutro, común, epiceno y ambiguo… Resumiendo, es todo.

domingo, 24 de marzo de 2024

Ayer murió el pianista M. Pollini (El capítulo de Domitila y Honorino) EL BACO

 Cuando escribía mi primer libro EL  BACO,  solía hacerlo escuchando música clásica en un magnetofón con cintas en “casetes”, y no titulaba cada capítulo con números sino con la obra musical que estaba escuchando.  


El de la página 211 de la edición en papel de editorial Édinford  me llegaba al alma  el estudio de Chopin, Opus 25, Nº 12.


https://www.youtube.com/watch?v=5M2PO4f5Y7k


Recuerdo el día  en que  di por terminada la redacción y lo leí definitivo escuchando el mismo estudio y se me hizo un nudo en la garganta sin poder contener una lágrima. Eran altas horas de la madrugada que era cuando sacaba tiempo en soledad y silencio absoluto para escribir mis páginas.


Ayer murió Mauricio Pollini, el pianista que tocaba ese estudio de Chopin con maestría difícilmente igualable, al que le sigo agradecido por su gran interpretación.


He aquí el capítulo:


(F. Chopin. «Op. 25, No 12»)

Con tantos afanes durante toda la vida, Honorino el viejo nunca encontró tiempo para entretenerse con algo que no fuera la sementera, los ganados, las viñas o la huerta. Sin embargo, durante la senectud, una pregunta le asaltaba el pensamiento de vez en cuando: que por qué su cuñado le habría revelado la importancia que entrañaban los escritos, y sin embargo, su hijo, que era tan listo, nunca le había hecho caso. Se resistía a comentarlo con Domitila, no fuera a ser malinterpretado a causa de su expresión torpe. Siempre tenía a flor de labios: «Yo bien sé lo que digo, aunque no se me entienda; lo que pasa es que los labradores, fuera de la labranza no sabemos más de cien palabras, pero pensamos como si supiéramos millones; por eso, cuando callamos y sonreímos, o decimos: !Cuoño, cuoño! ¡Vaya, vaya!, no es que quedemos engañados porque seamos bubines y no nos demos cuenta de las cosas».

Determinó, después de darle muchas vueltas, llamar a su hijo a La Coruña para decirle que ya había surtido efecto el regalo que había brindado a su amigo Pablo. Cogió el teléfono la secretaria del oficial de la notaría:

—Notaría de don Honorino Acebes LLamazares, dígame.

—¡A ver! ¡No oigo bien! ¡A ver! —se azaró el viejo y levantó mucho el tono, como si estuviera llamando a viva voz, sin medio electrónico—: ¡Oye, chica, dile a Honorino que es su padre! —se calmó y respiró hondo.

El teléfono, para Honorino y Domitila, siempre fue un obstáculo al que tuvieron que enfrentarse con valentía, sacando fuerza de lo más profundo. Todavía no es capaz Domitila de abrir el fuego; ha de ser su marido el que lo descuelgue antes de que ella se quite el pañuelo a la cabeza, que le tapa los oídos, y lo repliegue alrededor del cuello. Domitila se acercaba secándose las manos con el envés de su mandil limpísimo apuntando en sus labios una sonrisilla.

—Dígame, padre —contestó el hijo—, ¿qué tal está madre?

—Aquí viene, después se pone ella —recuperaba el tono medio, hasta que quedó relajado y continuó—: ¡oye, Honorino!, no te llamo pa nada importante, sólo quería decirte que quizás te vaya a ver un catedrático de la Universidad de Granada, yo creo que me dijo. ¡Fue todo tan rápido que ya casi no me acuerdo!

—¿Y qué quería? Bueno, pero... ¿Catedrático de la Facultad de Derecho?

—¡Ay, hijo! No me digas. Verás... es que, estuvo a visitarme porque creía que yo tendría el cuadro del dios Baco y los escritos antiguos de la catedral del Vino.

—¿Y quién le ha contado tus historias? Ya te he dicho, padre, que es mejor que seas prudente y no vuelvas a contar tus historias a nadie porque corren como el viento. Ya ves, me parece que no hay quien las detenga si ya vuelven desde Andalucía.

—¡No, hijo, no! Yo no he contado nada a nadie, ya van varios años, desque tú te pusiste tan enfadado. Lo que pasa es que como le regalé el cuaderno de tu tío en paz descanse, a tu amigo Pablo... este catedrático, que irá a verte, es profesor suyo, y ve ahí... que lo habrán estao leyendo juntos.

Al viejo le temblaba la voz no tanto por viejo como por atemorizado. Domitila presagiaba tormenta al observar a su marido que miraba al infinito, tan atenta y concentrada, que repetía, nada más que con el movimiento de los labios, todas las palabras que su marido iba diciendo delante; y se le fruncía doblemente el entrecejo. Siguió el hijo

—¡Cómo mi amigo? Si lo encontramos en la carretera, y más que nada, por caridad lo recogimos. Después se marchó y ya no tuvimos ocasión de hablar más —se le notaba enojo en las cadencias. Trató de conciliar el viejo:

—¿Tú te acuerdas de que su padre es aviador?

—Y eso, ¿qué tiene que ver? —gritó el notario.

—Pues... —invadido de angustia, se aturdió el viejo— que... se ha ido a vivir a ... —No puedo entender cómo... —se alteró el hijo.

—Y ahora el cuaderno de tu tío lo tiene el catedrático.

—No puedo entender cómo se te ha podido ocurrir tal fechoría. Además, ¿cuántas veces te he dicho que ese cuaderno del tío no tiene ningún valor y tampoco lo tendrían los pergaminos si existieran? ¿Qué sabía el tío de jurisprudencia? Cómo habrá que decirte las cosas, padre. Nada, que, como tú dices: “En casa del herrero, cuchillo de palo”, ¿no? Todavía, algún día llegará en que me traigas alguna complicación seria —se enfurecía el notario—. Si me hubiera imaginado esto, hubiera quemado ese cuaderno. Ya cuando era niño, me hiciste pasar la mayor vergüenza de mi vida con el dichoso cuaderno, ¿te acuerdas? Que te lo he perdonado porque eres mi padre, pero nunca podré olvidarlo.

Honorino, sin poder expresar nada, con los ojos cubiertos de lágrimas, entendió totalmente el enigma de su hijo con respecto a todo lo referente a la bodega y evocaba con la misma minuciosidad, cuanto su hijo le relataba enojado:

—Todavía me resuenan las carcajadas de los compañeros del Instituto.

Honorino recordaba con ira desmedida aquel año en el que, cursando primero de bachillerato, fue obligado por su padre a llevarle el cuaderno al profesor de Historia del Instituto de León. Era la primera vez que alguien lo había ridiculizado en público. Entonces, en las ciudades, los niños llevaban el pantalón por encima de la rodilla, y se manifestaban como signos indelebles del origen agrario los coloretes en las mejillas, los pantalones tapando la pantorrilla y las medias, que así se llamaban a los calcetines largos con unas ligas de goma. Cuando Honorino niño, con candor infinito, presentó al profesor el cuaderno de su tío, lo ridiculizó hasta mofándose de su nombre, ya que le dijo acentuando la primera y la última sílaba: “Hón-orinó”. Todos los muchachos de la clase se rieron y lo insultaron. Aquello no era un profesor, aquello era un salvaje contra el que nadie podía; además era jefe de la O.J.E. y tenía a todo el mundo atemorizado. Honorino, en vez de arredrarse, reaccionó hacia adelante y le tomó la delantera a ese y a los demás profesores, ya que estudiaba tanto que sacó un curso brillantísimo. Siguió la conferencia:

—Llevaba puestos unos pantalones por la mitad de la pierna que ni eran cortos ni largos; a mí lo que me hubiera gustado eran los pantalones bombachos que nunca me comprasteis, y no era por falta de dinero... con unas medias de lana que tejía madre... con unas ligas de goma por encima de la rodilla. En la ciudad eran crueles con los hijos de labradores y me llamaban“cara de pueblo”. Cuando los profesores me mandaban salir al encerado a dar la lección, se burlaban de mi aspecto externo; hasta que me fui haciendo mayor, y por mis propias fuerzas me impuse totalmente, haciéndome respetar por profesores y alumnos.

A su padre no le iba a hablar de emperadores romanos, pero siempre se comparaba a sí mismo con el emperador Adriano, a quien descubrió estudiando Derecho Romano: su gran pasión de la carrera. En muchas ocasiones se le oía decir como si se tratara de una muletilla: «Al emperador Adriano, que ha sido el único gobernante de la Humanidad que ha favorecido a los pequeños labradores, es al que hay que levantarle monumentos en todas las plazas de los pueblos»; y concluía aplicándose el cuento: «Antes de suceder a Trajano, cuando todavía era cuestor, habló a los senadores con pronunciación tan campesina que se rieron de él por su fonética y por su aspecto».

Honorino el viejo, lagrimeaba abundantemente y dijo casi sin que se le entendiera:

—Perdona, hijo. Yo creo que, de eso, nadie tuvo la culpa. Ya no tengo fuerza pa escucharte.

Continuó el notario:

—Esto que te decía sería disculpable; lo que ya no era tan disculpable fue el día del cuaderno; que por eso salió este repertorio. Recuerda que me obligaste a llevarles el cuaderno a los profesores del Instituto; que yo no quería; y se rieron doblemente: de mi aspecto y del cuaderno; que se mofaron con descalificaciones como que eran fantasías de tu cuñado y “bobadinas” de mi padre. —El viejo, al oír de boca de su propio hijo el insulto que tanto padecimiento le había proporcionado, se desmoronó en sus adentros—. El que más se rió, sobre todos, fue el profesor de Historia y de Formación del Espíritu Nacional, por el que tú tenías tanta reverencia. Estabas esperando, como un idiota, a que tu hijo se hiciera grande para obligarle a hacer el ridículo con el cuaderno dichoso. —Desde aquí en adelante, solamente se le clavaron al viejo algunas palabras en su cabeza: idiota, amenazas, tortas en la cara, zurriagazos, bofetadas—... Además, aquellos profesores eran unos cafres. Yo te decía que era mejor pasar desapercibido; y tú, me amenazabas con darme unas tortas en la cara o unos zurriagazos en el culo; y como les diste permiso para pegarme, cuando podían se cebaban conmigo a bofetadas, sobre todo los profesores falangistas, que eran casi todos. Todavía recuerdo las entradas en las clases con la mano derecha extendida y el obligatorio “arriba España”.

Seguía destilando lágrimas y Domitila se encomendaba a la Virgen de su devoción. Sólo decía, suplicante, con las manos abrochadas:

—¿Qué pasa, Honorino? ¿Qué te pasa?

Honorino seguía pegado al auricular sollozando:

—Yo, todo lo que hacía, lo hacía por tu bien, para que te consideraran.

—Pues te equivocabas. Y todo esto viene, ya casi ni me acuerdo. ¡Sí! Al cuaderno del hermano de madre al que no conocí, ni me hizo falta, porque lo único que me ha proporcionado son sinsabores como este.

—Perdona, hijo. Yo no puedo seguir escuchándote. Se pone tu madre.

Al retirarse, balbuceaba temblante monosilábicamente: «yo sólo quiero morirme».

Cogió el teléfono Domitila:

—No entiendo por qué llora tu padre —se entrecortaba—; sólo de verlo, me duelen las entrañadas; que yo nunca lo vi llorar ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que pasa?

Domitila tampoco pudo seguir hablando. Había pensado decirle al hijo que llevaba tres días tirando del cuerpo como podía, porque se sentía muy“malica”; pero no le dijo nada, ya que se olvidó de sí misma como casi todas las mujeres de aquellas tierras, que nunca se quejan. La última frase ya no pudo acabarla. Honorino, más encorvado que nunca, paseaba por el corredor de fuera. Se frotaba las orejas con ambas manos y se le cayó la boina. Con quebrada amargura decía en voz alta:

—¡Ay, lo que nos llega, después de tantos sacrificios! ¡Yo sólo quiero morirme! ¡Yo sólo quiero morirme!

Domitila se hizo la fuerte y terminó la conferencia:

—Yo creo que tu padre “ponse” malo; voy a hacerle una tila. Adiós, hijo. Aquí quedamos como dos palominos. Dale un beso a... —cuando fue a decir“Adela”, se derrumbó en su discurso y el llanto no la dejó pronunciar el nombre, que lo pronunció entre gallos laríngeos.

A las dos de la mañana, Domitila y Honorino, no habían conciliado el sueño, en silencio. No habían sido capaces de hacer nada de cena y sólo dos tazas con restos de las infusiones quedaron en el fregadero, porque Domitila no tuvo ganas de fregarlas. En contra de su costumbre, Domitila pidió a su marido que se levantara a llenar una bolsa de agua caliente: se le habían quedado, en la cama, los pies muy fríos. Honorino encendió lumbre y calentó el agua muy presto, porque dicen en los pueblos que son fatales esas primeras horas de la madrugada.

Cuando volvió a la alcoba a poner la bolsa en los pies de su adorada, la encontró muy extraña. Desde que su hijo le había regalado la sortija de las miniaturas de las vidrieras, nunca la había extraído del corazón, pero la encontró Honorino encima del mármol de la mesilla. Muy sorprendido la llamó con voz tenue: —¡Domitila!— Como no contestaba, quiso que se hubiera dormido, y colocó la bolsa de agua caliente sobre los pies fríos de Domitila muerta.

Honorino se frotaba los oídos con ambas palmas para tapar aquel terrible silencio. Pasados unos minutos se fue calmando, encendió todas las luces de la casa y se encaminó a la huerta con las almadreñas puestas para no mojarse, siguiendo el sempiterno consejo de su esposa; se acercó a la noria y se dejó deslizar entre la pared del pozo y los cangilones. Con el primer hierro se hizo daño en una mano mientras gritó con desgarrador alarido antes de terminar la caída: —¡Domitila!

A pesar de que, en esos pueblos, todos los vecinos viven al unísono, hasta la tarde siguiente nadie echó en falta al matrimonio. Tuvo que ser un pariente lejano, nieto de un primo carnal de la madre de Domitila, el que, con unas escaleras de la compañía telefónica, que siempre están arrimadas a la pared de la Iglesia, forzó la ventana de la alcoba, pues era la más accesible, y descubrió el tálamo tumulario exuberantemente iluminado. Bajó de cuatro en cuatro los escalones encerados y refulgentes, descolgó la llave, y abrió la puerta de la calle por dentro. Cuando salía, ya lo esperaba la pareja con el juez y don Alejandro, el médico. No hubo desmayos como suele acontecer en estas ocasiones, nada escasas en los pueblos; sólo un respetuoso silencio de todo el vecindario arremolinado delante de la fachada, que esperaba la segunda noticia. Los dos guardias civiles se encargaron de bajar al pozo para, con una maroma, atar y rescatar el cuerpo mojado, hinchado y retorcido de Honorino. Don Alejandro redactó el certificado de defunción de Domitila: «Tromboflebitis. Tromboembolismo pulmonar. Paro cardiaco. No presenta signo alguno de violencia». Con respecto a Honorino: «Luxaciones metacarpianas en la mano derecha. Politraumatismos cráneo-encefálicos. Neumonía por aspiración de agua dulce en ambos pulmones».

Comentó el juez:

—El pobre no aguantó ver a su esposa muerta.

Don Alejandro, proverbial y humilde añadió:

—En los pueblos, se suicida mucha gente, relativamente más que en las ciudades porque no sólo es la vida más intensa, también es más intensa la muerte. No obstante, siempre se esconde una tragedia detrás de cada suicidio, con más elementos de los que a simple vista se manifiestan. O el cura, o yo, solemos saberlos, aunque los dos, por distintos motivos guardamos secreto. En este caso yo no los sé, así que el cura llevará otro secreto a su tumba.

Don Alejandro se equivocaba, pues la única persona que sabía todos los pormenores que aceleraron el desenlace era el notario.

Mientras el silencio se salpicaba de afanosos golpes secos durante el trasiego nervioso e incesante de quienes comenzaron los preparativos funerarios, el médico salía pensando: «El amor más profundo e insondable es el de los viejos, no cabe ninguna duda…»

Cuando Adela y Honorino llegaron de La Coruña, ya habían sido amortajados; yacían sobre sendos túmulos en la misma sala de visitas donde Honorino el viejo había entregado a Pablo el cuaderno, y donde Emilio el Pimpinao había visto correr el tiempo en el infernal artilugio, el día en el que soltó una sarta de mentiras. Adela y Honorino dispusieron lo necesario para cambiarlos a la bodega, después de que dos albañiles del pueblo, en pocas horas, excavaran el panteón familiar a pocos metros de la mesa de escritorio, enfrente de la orla; trataron con el cura si cerrarla a todo uso y convertirla en el camposanto de sus padres, lo que consiguieron inmediatamente, ya que Honorino aceptó la indicación del cura de erigir un altar cristiano en la hornacina donde, con distintas interrupciones, había estado alojado El Baco a lo largo de la historia. Don Bonifacio le dijo:

—Como no va a estar abierta al culto constantemente, sino dos días en el año, el de todos los santos y el de los difuntos, a primeros de noviembre, no hace falta “lignum crucis” en el ara. Lo que sí tenemos que pensar es bajo qué advocación la encomendamos.

Honorino, a pesar de ser ilustrado, no entendía; y don Bonifacio se dio cuenta de que tenía que explicarle:

—O lo que es lo mismo: qué nombre le ponemos.

Honorino contestó sin pensarlo:

—¡La catedral del vino!

Adela pensó que su marido estaba perdiendo los estribos, lo mismo que le había sucedido a su padre.

Don Bonifacio corrigió devoto al observar el gesto de Doña Adela:

—“Basilica vini, vel sanguinis Christi”.

Como vio que doña Adela no ponía reparos siguió:

—“In memoriam sanctorum parentum Honorini et Damitilae devotione populi”.

Sin pensar posibles consecuencias, con el único afán de satisfacer al notario, como el viento se encaminó a la oficina de su parroquia para redactar una instancia dirigida a las autoridades eclesiásticas, en la que solicitaba declararla como ermita abierta al culto dos días al año.También se le ocurrió enviar a Roma, con más calma, otra solicitud de canonización para los cristianos ejemplares en sus virtudes cardinales y teologales, e insignes excelentísimos señores y bienhechores de la Iglesia: don Honorino y doña Domitila. Esto se lo propuso don Bonifacio al notario el día en que fue a obsequiarlo con un sustancioso estipendio por los servicios eclesiásticos de los funerales, una vez que habían pasado algunos días. Honorino el notario, a pesar de que no había necesitado tocar el derecho canónico desde que obtuvo matrícula de honor en segundo de carrera, sabía que la Iglesia no eleva a los altares a un suicida, por lo que, de entrada, le pareció una estupidez la intención del cura, ya que estaba dispuesto a cualquier incongruencia, con tal de agradar al único heredero de la mayor fortuna de la comarca. A pesar de todo, Honorino lo dejó que corriera por sus derroteros y le dijo:

—Muy bien, don Bonifacio. En ese aspecto no soy yo el más indicado para opinar y mucho menos para mover ni siquiera una paja, porque eran mis padres. Espiritualmente, nadie mejor que usted los conocía.

El día siguiente del levantamiento de los cadáveres, don Bonifacio improvisó un altar con la mesa en la que Honorino tanto había estudiado y celebró una misa “corpore insepulto” ante los familiares más directos y múltiples amigos de La Coruña, después de la cual se llevaron a cabo las inhumaciones.

La adjudicación de la herencia y demás aspectos burocráticos supusieron casi un trámite entre notarios. En pocos días quedó todo cerrado, con un epitafio en las sepulturas de la bodega inscrito en una losa blanca: los nombres y apellidos con fechas de nacimiento y muerte; y debajo una escueta leyenda: “Vuestros hijos, Adela y Honorino”.