domingo, 24 de marzo de 2024

Ayer murió el pianista M. Pollini (El capítulo de Domitila y Honorino) EL BACO

 Cuando escribía mi primer libro EL  BACO,  solía hacerlo escuchando música clásica en un magnetofón con cintas en “casetes”, y no titulaba cada capítulo con números sino con la obra musical que estaba escuchando.  


El de la página 211 de la edición en papel de editorial Édinford  me llegaba al alma  el estudio de Chopin, Opus 25, Nº 12.


https://www.youtube.com/watch?v=5M2PO4f5Y7k


Recuerdo el día  en que  di por terminada la redacción y lo leí definitivo escuchando el mismo estudio y se me hizo un nudo en la garganta sin poder contener una lágrima. Eran altas horas de la madrugada que era cuando sacaba tiempo en soledad y silencio absoluto para escribir mis páginas.


Ayer murió Mauricio Pollini, el pianista que tocaba ese estudio de Chopin con maestría difícilmente igualable, al que le sigo agradecido por su gran interpretación.


He aquí el capítulo:


(F. Chopin. «Op. 25, No 12»)

Con tantos afanes durante toda la vida, Honorino el viejo nunca encontró tiempo para entretenerse con algo que no fuera la sementera, los ganados, las viñas o la huerta. Sin embargo, durante la senectud, una pregunta le asaltaba el pensamiento de vez en cuando: que por qué su cuñado le habría revelado la importancia que entrañaban los escritos, y sin embargo, su hijo, que era tan listo, nunca le había hecho caso. Se resistía a comentarlo con Domitila, no fuera a ser malinterpretado a causa de su expresión torpe. Siempre tenía a flor de labios: «Yo bien sé lo que digo, aunque no se me entienda; lo que pasa es que los labradores, fuera de la labranza no sabemos más de cien palabras, pero pensamos como si supiéramos millones; por eso, cuando callamos y sonreímos, o decimos: !Cuoño, cuoño! ¡Vaya, vaya!, no es que quedemos engañados porque seamos bubines y no nos demos cuenta de las cosas».

Determinó, después de darle muchas vueltas, llamar a su hijo a La Coruña para decirle que ya había surtido efecto el regalo que había brindado a su amigo Pablo. Cogió el teléfono la secretaria del oficial de la notaría:

—Notaría de don Honorino Acebes LLamazares, dígame.

—¡A ver! ¡No oigo bien! ¡A ver! —se azaró el viejo y levantó mucho el tono, como si estuviera llamando a viva voz, sin medio electrónico—: ¡Oye, chica, dile a Honorino que es su padre! —se calmó y respiró hondo.

El teléfono, para Honorino y Domitila, siempre fue un obstáculo al que tuvieron que enfrentarse con valentía, sacando fuerza de lo más profundo. Todavía no es capaz Domitila de abrir el fuego; ha de ser su marido el que lo descuelgue antes de que ella se quite el pañuelo a la cabeza, que le tapa los oídos, y lo repliegue alrededor del cuello. Domitila se acercaba secándose las manos con el envés de su mandil limpísimo apuntando en sus labios una sonrisilla.

—Dígame, padre —contestó el hijo—, ¿qué tal está madre?

—Aquí viene, después se pone ella —recuperaba el tono medio, hasta que quedó relajado y continuó—: ¡oye, Honorino!, no te llamo pa nada importante, sólo quería decirte que quizás te vaya a ver un catedrático de la Universidad de Granada, yo creo que me dijo. ¡Fue todo tan rápido que ya casi no me acuerdo!

—¿Y qué quería? Bueno, pero... ¿Catedrático de la Facultad de Derecho?

—¡Ay, hijo! No me digas. Verás... es que, estuvo a visitarme porque creía que yo tendría el cuadro del dios Baco y los escritos antiguos de la catedral del Vino.

—¿Y quién le ha contado tus historias? Ya te he dicho, padre, que es mejor que seas prudente y no vuelvas a contar tus historias a nadie porque corren como el viento. Ya ves, me parece que no hay quien las detenga si ya vuelven desde Andalucía.

—¡No, hijo, no! Yo no he contado nada a nadie, ya van varios años, desque tú te pusiste tan enfadado. Lo que pasa es que como le regalé el cuaderno de tu tío en paz descanse, a tu amigo Pablo... este catedrático, que irá a verte, es profesor suyo, y ve ahí... que lo habrán estao leyendo juntos.

Al viejo le temblaba la voz no tanto por viejo como por atemorizado. Domitila presagiaba tormenta al observar a su marido que miraba al infinito, tan atenta y concentrada, que repetía, nada más que con el movimiento de los labios, todas las palabras que su marido iba diciendo delante; y se le fruncía doblemente el entrecejo. Siguió el hijo

—¡Cómo mi amigo? Si lo encontramos en la carretera, y más que nada, por caridad lo recogimos. Después se marchó y ya no tuvimos ocasión de hablar más —se le notaba enojo en las cadencias. Trató de conciliar el viejo:

—¿Tú te acuerdas de que su padre es aviador?

—Y eso, ¿qué tiene que ver? —gritó el notario.

—Pues... —invadido de angustia, se aturdió el viejo— que... se ha ido a vivir a ... —No puedo entender cómo... —se alteró el hijo.

—Y ahora el cuaderno de tu tío lo tiene el catedrático.

—No puedo entender cómo se te ha podido ocurrir tal fechoría. Además, ¿cuántas veces te he dicho que ese cuaderno del tío no tiene ningún valor y tampoco lo tendrían los pergaminos si existieran? ¿Qué sabía el tío de jurisprudencia? Cómo habrá que decirte las cosas, padre. Nada, que, como tú dices: “En casa del herrero, cuchillo de palo”, ¿no? Todavía, algún día llegará en que me traigas alguna complicación seria —se enfurecía el notario—. Si me hubiera imaginado esto, hubiera quemado ese cuaderno. Ya cuando era niño, me hiciste pasar la mayor vergüenza de mi vida con el dichoso cuaderno, ¿te acuerdas? Que te lo he perdonado porque eres mi padre, pero nunca podré olvidarlo.

Honorino, sin poder expresar nada, con los ojos cubiertos de lágrimas, entendió totalmente el enigma de su hijo con respecto a todo lo referente a la bodega y evocaba con la misma minuciosidad, cuanto su hijo le relataba enojado:

—Todavía me resuenan las carcajadas de los compañeros del Instituto.

Honorino recordaba con ira desmedida aquel año en el que, cursando primero de bachillerato, fue obligado por su padre a llevarle el cuaderno al profesor de Historia del Instituto de León. Era la primera vez que alguien lo había ridiculizado en público. Entonces, en las ciudades, los niños llevaban el pantalón por encima de la rodilla, y se manifestaban como signos indelebles del origen agrario los coloretes en las mejillas, los pantalones tapando la pantorrilla y las medias, que así se llamaban a los calcetines largos con unas ligas de goma. Cuando Honorino niño, con candor infinito, presentó al profesor el cuaderno de su tío, lo ridiculizó hasta mofándose de su nombre, ya que le dijo acentuando la primera y la última sílaba: “Hón-orinó”. Todos los muchachos de la clase se rieron y lo insultaron. Aquello no era un profesor, aquello era un salvaje contra el que nadie podía; además era jefe de la O.J.E. y tenía a todo el mundo atemorizado. Honorino, en vez de arredrarse, reaccionó hacia adelante y le tomó la delantera a ese y a los demás profesores, ya que estudiaba tanto que sacó un curso brillantísimo. Siguió la conferencia:

—Llevaba puestos unos pantalones por la mitad de la pierna que ni eran cortos ni largos; a mí lo que me hubiera gustado eran los pantalones bombachos que nunca me comprasteis, y no era por falta de dinero... con unas medias de lana que tejía madre... con unas ligas de goma por encima de la rodilla. En la ciudad eran crueles con los hijos de labradores y me llamaban“cara de pueblo”. Cuando los profesores me mandaban salir al encerado a dar la lección, se burlaban de mi aspecto externo; hasta que me fui haciendo mayor, y por mis propias fuerzas me impuse totalmente, haciéndome respetar por profesores y alumnos.

A su padre no le iba a hablar de emperadores romanos, pero siempre se comparaba a sí mismo con el emperador Adriano, a quien descubrió estudiando Derecho Romano: su gran pasión de la carrera. En muchas ocasiones se le oía decir como si se tratara de una muletilla: «Al emperador Adriano, que ha sido el único gobernante de la Humanidad que ha favorecido a los pequeños labradores, es al que hay que levantarle monumentos en todas las plazas de los pueblos»; y concluía aplicándose el cuento: «Antes de suceder a Trajano, cuando todavía era cuestor, habló a los senadores con pronunciación tan campesina que se rieron de él por su fonética y por su aspecto».

Honorino el viejo, lagrimeaba abundantemente y dijo casi sin que se le entendiera:

—Perdona, hijo. Yo creo que, de eso, nadie tuvo la culpa. Ya no tengo fuerza pa escucharte.

Continuó el notario:

—Esto que te decía sería disculpable; lo que ya no era tan disculpable fue el día del cuaderno; que por eso salió este repertorio. Recuerda que me obligaste a llevarles el cuaderno a los profesores del Instituto; que yo no quería; y se rieron doblemente: de mi aspecto y del cuaderno; que se mofaron con descalificaciones como que eran fantasías de tu cuñado y “bobadinas” de mi padre. —El viejo, al oír de boca de su propio hijo el insulto que tanto padecimiento le había proporcionado, se desmoronó en sus adentros—. El que más se rió, sobre todos, fue el profesor de Historia y de Formación del Espíritu Nacional, por el que tú tenías tanta reverencia. Estabas esperando, como un idiota, a que tu hijo se hiciera grande para obligarle a hacer el ridículo con el cuaderno dichoso. —Desde aquí en adelante, solamente se le clavaron al viejo algunas palabras en su cabeza: idiota, amenazas, tortas en la cara, zurriagazos, bofetadas—... Además, aquellos profesores eran unos cafres. Yo te decía que era mejor pasar desapercibido; y tú, me amenazabas con darme unas tortas en la cara o unos zurriagazos en el culo; y como les diste permiso para pegarme, cuando podían se cebaban conmigo a bofetadas, sobre todo los profesores falangistas, que eran casi todos. Todavía recuerdo las entradas en las clases con la mano derecha extendida y el obligatorio “arriba España”.

Seguía destilando lágrimas y Domitila se encomendaba a la Virgen de su devoción. Sólo decía, suplicante, con las manos abrochadas:

—¿Qué pasa, Honorino? ¿Qué te pasa?

Honorino seguía pegado al auricular sollozando:

—Yo, todo lo que hacía, lo hacía por tu bien, para que te consideraran.

—Pues te equivocabas. Y todo esto viene, ya casi ni me acuerdo. ¡Sí! Al cuaderno del hermano de madre al que no conocí, ni me hizo falta, porque lo único que me ha proporcionado son sinsabores como este.

—Perdona, hijo. Yo no puedo seguir escuchándote. Se pone tu madre.

Al retirarse, balbuceaba temblante monosilábicamente: «yo sólo quiero morirme».

Cogió el teléfono Domitila:

—No entiendo por qué llora tu padre —se entrecortaba—; sólo de verlo, me duelen las entrañadas; que yo nunca lo vi llorar ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que pasa?

Domitila tampoco pudo seguir hablando. Había pensado decirle al hijo que llevaba tres días tirando del cuerpo como podía, porque se sentía muy“malica”; pero no le dijo nada, ya que se olvidó de sí misma como casi todas las mujeres de aquellas tierras, que nunca se quejan. La última frase ya no pudo acabarla. Honorino, más encorvado que nunca, paseaba por el corredor de fuera. Se frotaba las orejas con ambas manos y se le cayó la boina. Con quebrada amargura decía en voz alta:

—¡Ay, lo que nos llega, después de tantos sacrificios! ¡Yo sólo quiero morirme! ¡Yo sólo quiero morirme!

Domitila se hizo la fuerte y terminó la conferencia:

—Yo creo que tu padre “ponse” malo; voy a hacerle una tila. Adiós, hijo. Aquí quedamos como dos palominos. Dale un beso a... —cuando fue a decir“Adela”, se derrumbó en su discurso y el llanto no la dejó pronunciar el nombre, que lo pronunció entre gallos laríngeos.

A las dos de la mañana, Domitila y Honorino, no habían conciliado el sueño, en silencio. No habían sido capaces de hacer nada de cena y sólo dos tazas con restos de las infusiones quedaron en el fregadero, porque Domitila no tuvo ganas de fregarlas. En contra de su costumbre, Domitila pidió a su marido que se levantara a llenar una bolsa de agua caliente: se le habían quedado, en la cama, los pies muy fríos. Honorino encendió lumbre y calentó el agua muy presto, porque dicen en los pueblos que son fatales esas primeras horas de la madrugada.

Cuando volvió a la alcoba a poner la bolsa en los pies de su adorada, la encontró muy extraña. Desde que su hijo le había regalado la sortija de las miniaturas de las vidrieras, nunca la había extraído del corazón, pero la encontró Honorino encima del mármol de la mesilla. Muy sorprendido la llamó con voz tenue: —¡Domitila!— Como no contestaba, quiso que se hubiera dormido, y colocó la bolsa de agua caliente sobre los pies fríos de Domitila muerta.

Honorino se frotaba los oídos con ambas palmas para tapar aquel terrible silencio. Pasados unos minutos se fue calmando, encendió todas las luces de la casa y se encaminó a la huerta con las almadreñas puestas para no mojarse, siguiendo el sempiterno consejo de su esposa; se acercó a la noria y se dejó deslizar entre la pared del pozo y los cangilones. Con el primer hierro se hizo daño en una mano mientras gritó con desgarrador alarido antes de terminar la caída: —¡Domitila!

A pesar de que, en esos pueblos, todos los vecinos viven al unísono, hasta la tarde siguiente nadie echó en falta al matrimonio. Tuvo que ser un pariente lejano, nieto de un primo carnal de la madre de Domitila, el que, con unas escaleras de la compañía telefónica, que siempre están arrimadas a la pared de la Iglesia, forzó la ventana de la alcoba, pues era la más accesible, y descubrió el tálamo tumulario exuberantemente iluminado. Bajó de cuatro en cuatro los escalones encerados y refulgentes, descolgó la llave, y abrió la puerta de la calle por dentro. Cuando salía, ya lo esperaba la pareja con el juez y don Alejandro, el médico. No hubo desmayos como suele acontecer en estas ocasiones, nada escasas en los pueblos; sólo un respetuoso silencio de todo el vecindario arremolinado delante de la fachada, que esperaba la segunda noticia. Los dos guardias civiles se encargaron de bajar al pozo para, con una maroma, atar y rescatar el cuerpo mojado, hinchado y retorcido de Honorino. Don Alejandro redactó el certificado de defunción de Domitila: «Tromboflebitis. Tromboembolismo pulmonar. Paro cardiaco. No presenta signo alguno de violencia». Con respecto a Honorino: «Luxaciones metacarpianas en la mano derecha. Politraumatismos cráneo-encefálicos. Neumonía por aspiración de agua dulce en ambos pulmones».

Comentó el juez:

—El pobre no aguantó ver a su esposa muerta.

Don Alejandro, proverbial y humilde añadió:

—En los pueblos, se suicida mucha gente, relativamente más que en las ciudades porque no sólo es la vida más intensa, también es más intensa la muerte. No obstante, siempre se esconde una tragedia detrás de cada suicidio, con más elementos de los que a simple vista se manifiestan. O el cura, o yo, solemos saberlos, aunque los dos, por distintos motivos guardamos secreto. En este caso yo no los sé, así que el cura llevará otro secreto a su tumba.

Don Alejandro se equivocaba, pues la única persona que sabía todos los pormenores que aceleraron el desenlace era el notario.

Mientras el silencio se salpicaba de afanosos golpes secos durante el trasiego nervioso e incesante de quienes comenzaron los preparativos funerarios, el médico salía pensando: «El amor más profundo e insondable es el de los viejos, no cabe ninguna duda…»

Cuando Adela y Honorino llegaron de La Coruña, ya habían sido amortajados; yacían sobre sendos túmulos en la misma sala de visitas donde Honorino el viejo había entregado a Pablo el cuaderno, y donde Emilio el Pimpinao había visto correr el tiempo en el infernal artilugio, el día en el que soltó una sarta de mentiras. Adela y Honorino dispusieron lo necesario para cambiarlos a la bodega, después de que dos albañiles del pueblo, en pocas horas, excavaran el panteón familiar a pocos metros de la mesa de escritorio, enfrente de la orla; trataron con el cura si cerrarla a todo uso y convertirla en el camposanto de sus padres, lo que consiguieron inmediatamente, ya que Honorino aceptó la indicación del cura de erigir un altar cristiano en la hornacina donde, con distintas interrupciones, había estado alojado El Baco a lo largo de la historia. Don Bonifacio le dijo:

—Como no va a estar abierta al culto constantemente, sino dos días en el año, el de todos los santos y el de los difuntos, a primeros de noviembre, no hace falta “lignum crucis” en el ara. Lo que sí tenemos que pensar es bajo qué advocación la encomendamos.

Honorino, a pesar de ser ilustrado, no entendía; y don Bonifacio se dio cuenta de que tenía que explicarle:

—O lo que es lo mismo: qué nombre le ponemos.

Honorino contestó sin pensarlo:

—¡La catedral del vino!

Adela pensó que su marido estaba perdiendo los estribos, lo mismo que le había sucedido a su padre.

Don Bonifacio corrigió devoto al observar el gesto de Doña Adela:

—“Basilica vini, vel sanguinis Christi”.

Como vio que doña Adela no ponía reparos siguió:

—“In memoriam sanctorum parentum Honorini et Damitilae devotione populi”.

Sin pensar posibles consecuencias, con el único afán de satisfacer al notario, como el viento se encaminó a la oficina de su parroquia para redactar una instancia dirigida a las autoridades eclesiásticas, en la que solicitaba declararla como ermita abierta al culto dos días al año.También se le ocurrió enviar a Roma, con más calma, otra solicitud de canonización para los cristianos ejemplares en sus virtudes cardinales y teologales, e insignes excelentísimos señores y bienhechores de la Iglesia: don Honorino y doña Domitila. Esto se lo propuso don Bonifacio al notario el día en que fue a obsequiarlo con un sustancioso estipendio por los servicios eclesiásticos de los funerales, una vez que habían pasado algunos días. Honorino el notario, a pesar de que no había necesitado tocar el derecho canónico desde que obtuvo matrícula de honor en segundo de carrera, sabía que la Iglesia no eleva a los altares a un suicida, por lo que, de entrada, le pareció una estupidez la intención del cura, ya que estaba dispuesto a cualquier incongruencia, con tal de agradar al único heredero de la mayor fortuna de la comarca. A pesar de todo, Honorino lo dejó que corriera por sus derroteros y le dijo:

—Muy bien, don Bonifacio. En ese aspecto no soy yo el más indicado para opinar y mucho menos para mover ni siquiera una paja, porque eran mis padres. Espiritualmente, nadie mejor que usted los conocía.

El día siguiente del levantamiento de los cadáveres, don Bonifacio improvisó un altar con la mesa en la que Honorino tanto había estudiado y celebró una misa “corpore insepulto” ante los familiares más directos y múltiples amigos de La Coruña, después de la cual se llevaron a cabo las inhumaciones.

La adjudicación de la herencia y demás aspectos burocráticos supusieron casi un trámite entre notarios. En pocos días quedó todo cerrado, con un epitafio en las sepulturas de la bodega inscrito en una losa blanca: los nombres y apellidos con fechas de nacimiento y muerte; y debajo una escueta leyenda: “Vuestros hijos, Adela y Honorino”.

martes, 19 de marzo de 2024

La Eragudina de Astorga.



Haciendo un poco de investigación lingüística. Es de suponer que procede de la composición de “Area de Gudina. Pero no tomando Gudina como nombre de mujer  como he oído en ocasiones  tipificarlo sino como “área de Godos”, como otros parajes a las afueras de las ciudades donde se asentaban los inmigrantes del norte de Europa en la Edad Media,  en sus trasiegos desde la meseta hasta Galicia,  o por el mismo camino francés de los peregrinos a Santiago. 

Lo que sí está documentado es el término francés,“goudine”, fonéticamente           /gu-din-n/

Es de elemental evolución lingüística  el paso de “area” a “era” pasando por los internedios de "aira" > "era", que no hace falta explicar.

Por lo tanto la “eragudina”  de Astorga, no sería más que denominada desde tiempos medievales como la era o el área de los godos en los descansos de sus caminatas hacia Galicia y Santiago. Desde luego, al lado de los manantiales  del Jerga y de La fuente encalada desde los romanos, no encontrarían mejor sitio para refrescarse e incluso aprovisionarse de buenas hogazas de pan y exquisitas cecinas.

En Galaico-portugués  también existe la palabra “gudinha” y en Gallego con la grafía del sonido nasal palatal “gudiña”. No conozco “de visu” el pueblo  “A Gudiña” de la provincia de Orense, pero seguro que en el mismo pueblo o sus alrededores fue lugar de parada y abastecimiento  en tales trasiegos de Godos durante un largo periodo de la Edad Media.

martes, 27 de febrero de 2024

Ayer asistí al concierto de G. Sokolov.


Es tal la perfección técnica y la digitaciòn que me ha dado lástima del niño Sokolov, bajo el régimen Comunista-Soviético, supongo que quitándole la infancia, adolescencia y juventud para hacerlo un robot de la interpretación pianística clásica con la mirada fija en el techado y el cuerpo hierático, sólo haciendo gimnasia de dedos horas y horas, y horas y horas sin tiempo para jugar con los demás niños. Lo digo porque mi amistad con una violinista que padeció el Comunismo así me lo ha narrado. A ella la seleccionaron a los 4 añitos, en la guardería comunista en la que hicieron pruebas a todos los niños para ver quién tenían cualidades , y la llevaron interna a un conservatorio de Moscú a los cuatro años y le metieron en una celda con un piano. Solo salía para la clase, y para comer. allí tenía que estár estudiando escalas el resto del día con una gobernanta gorda en el pasillo vigilándola con la ventanilla de la puerta y para abrirle cuando necesitara ir al váter. Ella, cuando la Perestroika huyó de aquel régimen a pesar de que era violinista del Bolshói y se presentó a varias orquestas europeas en las que ha desarrollado su profesión sin ganas de volver a Rusia. A Sokolov le ha ocurrido algo semejarte. Se ha venido a vivir a unas leguas de mi casa. A ver si una vez me hago el encontradizo en el paseo marítimo y le arranco unas palabras, pero es difícil. Está desde niño tan acostumbrado a ver cómo le hacen barbaridades a quién habla y lo hablado no gusta a las autoridades comunistas, que no ha asimilado, creo yo, que aquí se puede hablar mal hasta de Pedro Sánchez o se su mano derecha y no por eso te dan una paliza. A sus 74 tacos, sigue estudiando varias horas al día, y el que menos, el día del concierto que se toma un poco de descanso y sólo se da un entrenamiento de cuatro horas antes del concierto... ¡Impresionante! No parece humano sino de otra Galaxia.

domingo, 7 de enero de 2024

CONFERENCIA: Realidad y Ficción en "El Enignma de Baphomet"

 


El mejor sabor de boca que queda después de pronunciar una conferencia,  no son, ni mucho menos, los aplausos ni los elogios, casi siempre inmerecidos, ni siquiera el valor en sí de  la misma conferencia, que siempre es discutible, sino las nuevas amistades que surgen.


Cuando  me han invitado a hablar sobre “Realidad y ficción en las novelas históricas” lo hemos pasado todos estupendamente. Ah, y lo mejor de todo, las intervenciones espontáneas de los asistentes al final.



CONFERENCIA

Señoras y caballeros: (presentación protocolaria clásica)



Lo primero que tengo que decir antes de comenzar la charla, es que, aunque a los lectores de mis libros pueda parecerlo,

yo no soy un historiador al uso, por eso, cuando tan amablemente me han invitado a compartir este rato con ustedes, he respondido, sinceramente, que no estaba seguro de, si este destacado lugar me correspondería, porque no ha sido mi cometido añadir elementos nuevos a la investigación histórica del Temple. Ha habido muchos e insignes profesores en todas las Facultades de Historia, de la talla de por ejemplo (Helen Nicholson por no citar a otros tantos, de cuyos libros yo me he aprovechado).


Mi interés por el Temple tiene su origen en mi etapa de estudiante en Salamanca.


Durante mis años universitarios, tuve la inmensa suerte de haber recibido enseñanzas en Salamanca, entre otros insignes profesores de distintas facultades, de los historiadores Bernardino Llorca y José Ignacio Telechea Idígoras. Tras sus lecciones y conferencias sobre los templarios me entusiasmé con múltiples lecturas al respecto y, cuando creía que las había agotado porque ya se repetían los datos, forjé en mi mente esta visión de los siglos XII, XIII y comienzo del XIV, tanto de la vida cotidiana en los pueblos y por los caminos, como de la vida oficial en palacios, catedrales y monasterios.


Cuando me decidí a situar la novela en el contexto de la aniquilación del Temple, en los mismos días en los que el gran maestre era quemado en la hoguera de París, sí tuve que profundizar en los hechos históricos relatados, de gran trascendencia para la historia, no sólo de Europa, sino, yo diría que, para la historia de la Humanidad.


( Proyección del Castillo de Ponferrada)


Circunscribí el libro, narrando las peripecias de los tres últimos templarios del Castillo de Ponferrada: aunque, en realidad se desconocen sus verdaderos nombres, yo los he llamado Martin, Roderico y Rechivaldo.


(Ilustración tres templarios)

Cuando pensaba en la arquitectura de la creación literaria no tuve más remedio que acudir a pergaminos medievales.


(pergamino 294)


donde aparecieran referencias y datos del castillo; escrituras de donaciones, contratos, incluso litigios y pleitos de sus monjes guerreros. disputas que mantuvieron con los abades de los monasterios cluniacenses como el de San Pedro de Montes, ubicado en las cumbres de los montes Aquilanos, a pocas leguas del castillo templario de Ponferrada.


Del castillo templario de Ponferrada se conserva un relicario del "lignun crucis", una cruz de oro macizo de doble brazo, que en la actualidad se exhibe en el museo de la Catedral de Astorga; pero no se conserva ningún escrito, así que no tuve más remedio que estudiar la colección de pergaminos del monasterio medieval de San Pedro de Montes,


(pergamino 297)


que era el monasterio benedictino más cercano. Esa colección se llama “El Tumbo Viejo del Monasterio de San Pedro de Montes”. 


Al estudiar la numeración de los códices me encontré con que le faltan diez manuscritos, A esta carencia yo la consideré de vital importancia. Nada mejor, me dije, que un enigma en medio de otros muchos datos para comenzar una investigación, pero no de ensayo historiográfico, sino una investigación novelística.


Estos diez documentos, por más que buscaba, no aparecían por ninguna parte. Se habían perdido. Y esta situación impactante es la que tomé como un hilo literario del que tirar, que me sirviera para hacerme creer a mí mismo que comenzaba un libro partiendo de la nada, partiendo de la no existencia, haciéndome creer a mi mismo que, más que una investigación, intentaría componer una obra de arte, la más auténtica,-los resultados tienen que decirlo los lectores-  donde sólo interviniera la imaginación y el folio en blanco.


Bien pronto me di cuenta de que, la vanidad de todo artista me habla conquistado, porque de la nada es imposible sacar algo, y casi me consideré un blasfemo, y más planificando la peripecia en un concreto y conocidísimo momento histórico en los albores del siglo XIV.


No obstante, la imaginación empezó a volar hasta derroteros insospechados; y en ese devenir se me agolpaban en la mente, hechos históricos: veía a Jacques de Molay y a sus templarios ardiendo en las hogueras, mientras que a otros templarios los veía, en sus barcos atracados en el puerto de La Rochelle, veía que desplegaban las velas signadas con su inconfundible cruz paté de cuatro brazos iguales huyendo Atlántico adentro con cofres llenos de oro, veía a los templarios de Ponferrada huyendo por los montes Aquilanos a través de Portugal por la senda de los templarios vIvos, amén de otras situaciones posibles de aquellos terribles años.


Llegué a imaginar  a Nogaret, ministro  de Felipe IV de Francia, enfermo grave, y que el físico templario Gotier lo curaba ganándose sus favores, y no sólo curaba al ministro malvado sino al mismo rey Felipe IV el Hermoso, a quien más que este apodo, mejor le hubiera correspondido el de “usurero".


Llegué a soñar, como cuando era niño, una noche de sueño profundo, con una película en la que encarnaran a mis tres templarios de Ponferrada, los artistas más famosos del momento:


Cuando desperté del sueño, volví a la realidad de lo cotidiano.


Recordé apasionadamente el devenir de toda mi vida intelectual y recordé que: hasta tercer curso de mi carrera, creía que eran ciertas todas las citas antiguas que leía. 

Fue a partir de entonces, cuando, curioso, buscaba dónde estaba el escrito de Ptolomeo, o el de Herodoto, o el de Cicerón... y resultaba que no existían... que todas eran citas supuestas, que eran tradiciones orales de transcripciones de otras transmisiones orales, de tergiversaciones y de esas, copias y copias medievales.


Total, como para fiarse de la autenticidad de las citas.


Ni siquiera conserva el Cristianismo de su tesoro más sagrado sino unos trocitos de papiros de los escritos originales de los Evangelios.


Concluí que Todo lo escrito anterior al siglo XI hay que ponerlo entre interrogantes, incluso los textos incisos en piedra, porque a veces nos encontramos con falsificaciones vergonzosas.


Como la trama de mi novela se iba a desarrollar a principios del siglo XIV, no tuve más remedio que aplicarme en cuando a documentación y estudio diplomático, pues contaba con tratados históricos y autoridades académicas de las que tomar datos y datos.
Permítanme el inciso: "La ventaja de plantear el descubrimiento del “Enigma de Baphomet” como una novela, y no como un ensayo, es que nunca tendré que dar más explicaciones que las que se desarrollan en la novela”.


Aquí tenemos la primera escritura, el pergamino de Arias Didaz, del que parte la investigación y sigue la intrincada peripecia novelística, imbricada, a su vez, con la peripecia de mi primer libro.


(Proyección del pergamino de Arias Didaz)


Este pergamino ya lo habían descubierto dos personajes de mi primera novela, dicho sea de paso, novela, titulada "EI BACO”,


(mostrar el libro)


que encantó a los miembros del jurado del premio Planeta 93 y después de una larga discusión -yo estuve presente, pues como finalista de aquel premio fui invitado a la cena en un hotel de Barcelona- le dieron el premio a una novela de Vargas Llosa.

Pero no quiero dispararme por esos derroteros de lo que suponen esos premios literarios internacionales, porque no creo que sea este el lugar adecuado.



Volviendo a lo del principio:

En esa nebulosa intelectual en la que me movía de paleografía, y estudio filológico de documentos me planteé si lo que mi imaginación me dictaba, pudiera haber sido cierto; y, como fruto maduro, llegó el momento en que la ficción y la realidad se dieron la mano.

Por eso decidí realizar el mismo viaje que Martín el templario de Ponferrada, el principal personaje de mi novela; y me lancé a tierras asiáticas donde al templario leonés Martín de Castriello, había perdido o le habían robado los escritos de la novela, en aquellos primeros años del siglo 14. 


Pensé hacer el viaje en barco hasta Turquía para ser más auténtico,


(proyección del “Mapa de Martín”)


pero decidí coger un avión y aterrizar en Nevsehir, en el centro de Capadocia para recorrer los mismos caminos soleados y polvorientos y dar con el primer árbol de la ciencia del bien y del mal que se había secado y que Martín va lo vio petrificado en forma de gran falo en lo que había sido una milenaria selva de árboles petrificados igualmente y que Martín llamó el laberinto del bosque fálico donde el antehistórico verdor se había convertido en un inmenso desierto.


( Proyección del “Monte fálico”)

hasta llegar a las ciudades subterráneas donde sufrió, después de una lucha despiadada, la primera gran herida que le desfiguró el rostro, y desde allí a Yerevan. En Yerevan, capital de Armenia. anudé tantas sensaciones que tuve que seleccionar las más destacadas para no hacerme eterno en mis narraciones. Y allí, en la actual Armenia, pude conocer y recorrer los mismos lugares que había pisado el personaje de mi novela con los dos templarios italianos llamados Alfa y Omega,



(Mapa de nuevo)


lo que hoy es frontera entre Turquía y Armenia, el monasterio de Khor Virap, desde donde se divisa el monte sagrado de los armenios, el monte Ararat,


(Monte Ararat)


de más de cinco mil metros de altura y nieves perpetuas, monasterio de Khor Virap donde los mahometanos, como él mismo llamaba a los soldados islámicos, mataron son sus cimitarras a sus dos compañeros templarios Alfa y Omega, y él quedó herido y encarcelado en la mazmorra de seis metros de profundidad, donde quedó abandonado con los huesos rotos y descoyuntados, herido de muerte en la misma mazmorra a dónde había sido arrojado y había permanecido durante 13 años, San Gregorio Illuminátor, fundador de la IGLESIA CATÓLICA APOSTÓLICA ARMENIA. a comienzos del siglo IV.


(Iglesia de Khor Virap)


El monasterio de Khor Vira fue destruido varias veces y por aquellos días en los que que se desarrollan las narraciones, sufrió el más devastador de los incendios a manos de los enemigos de los cristianos.

Hoy día, sólo está reconstruida la iglesia del antiguo monasterio.

Entre las ruinas creí encontrar, el epitafio de uno de los dos templarios italianos, que nunca se supo de qué castillo procedían:


(proyección del “Epitafio”)


("Krisdös vorti Asdudzò / anvojagal e pareküt / ktà ko / ararachagan

sirovt i hokis / hankutseal dzaraits ko / Amen" Cristo hijo de Dios / sin rencor y piadoso / apiadate / con tu amor Creador / de mi alma / De tu difunto servidor /Amen.


Repito que también llegue a ver la mazmorra en la que estuvo Martín moribundo.


(3 diapositivas de Mazmorra)


la misma mazmorra en la que había estado hacía 10 siglos, San Gregorio Illuminátor.


(San Gregorio Illuminator)


Los historiadores armenios nos cuentan cómo El rey Tirídates III°, capturó a Gregorio y lo sometió en esa mazmorra, a un cruel encarcelamiento de trece años porque era el hijo del mayor enemigo de su padre. El rey Tirídates cayó en una profunda enfermedad, lo que hoy llamamos, depresión profunda. La hermana del rey tuvo una visión:

Dios le dice que Gregorio el presidiario podía curarlo dada su bondad y santidad, y lo requieren para curarlo como así fue, por lo que el rey pide bautismo y en el año 301 Armenia se convirtió en el primer país que adoptó el cristianismo como religión del estado.


A todo esto: Resultó que, después de varios investigaciones, tres de mis alumnos del año 1983 habían descubierto un tesoro pictórico-literario,


( Proyección de “los omes")

(“las mugieres”)


de lo que me fui dando cuenta a medida que avanzaba en mis escritos, y los convertí en personajes de la novela "EI BACO”; y les di los nombres de Leo, Pablo y Clara:


(Proyección de “Dedicatoria de Clara”)



y me empeñé nuevamente a entrar en los archivos y desentrañar más pergaminos,


(caligrafía de pergamino)


para tener motivos históricos en los que seguir ubicando mi segunda novela, y creí haber descubierto, en esa mezcla de ensueño, de ficción y realidad, el enigma oculto durante los últimos 700 años: "El enigma de Baphomet', oculto en una especie de Pantocrátor románico, con unas inscripciones en las que se puede leer muy claramente. " Por cuanto en tierras.


(Proyección de  foto del “Retablo conmigo”)

(del retablo “Colgado en la pared”)


(leer en pantalla)


Vinieron a mi mente, más miniaturas policromadas, y más escritos,


(Proyeccción de “Miniatura de Sahagún”)


referidos machaconamente al mismo tema que me embargaba, y decidí incluirlos en la trama de la novela; de ahí la obsesión "enfermiza" del segundo protagonista, el templario Rodericus, que tanto juego proporcionó a la trama novelística, con sus cábalas de números y confluencias matemáticas a partir, según él, del primer pergamino con el juego de la oca.


(Pergamino de la OCA)


Me metí tanto en mis novela que llegó un momento en que pintaba y escribía, y ya no podía distinguir entre lo que era histórico, de lo que era ficticio, porque todo se me agolpaba como auténtico.



(Pergamino de San Gregorio)


Así, cuando estaba pintando el pergamino de San Gregorio iluminator, para confeccionar el final del segundo libro se me antojo detenerme en la letra capital


(Letra capital)


y analizarla después de haberla pintado, y comprendí que me había engañado a mi mismo, haciéndome creer que lo había encontrado entre legajos de un antiguo archivo.


Por momentos pensé en arrepentirme y tirar los borradores a la basura, no siendo que el lector se sintiera engañado con la total fantasía envuelta en la historia; y se me tomara, en vez de por un autor de novelas, por un farsante ladrón y falsificador de documentos.

¿Qué es el arte, me dije entonces? ¿Qué es la creación literaria sino un engaño consentido en el que el autor y el lector son cómplices y ambos lo consienten para olvidarse de las banalidades cotidianas, para recorrer mundos en los que regodearse y experimentar vivencias nunca vistas?


Entonces, decidí documentarme mucho más sobre el Temple, sobre los nueve primeros templarios, sobre los Maestres, y sus correrías en Tierras asiáticas, sobre sus idas y venidas a los santos lugares con los "souvenirs" de tallas de vírgenes armenias como mascarones de proa en la testuz de sus caballos, después de ganar una batalla por aquellas tierras, del actual sur de Turquía, camino de vuelta de los Santos Lugares…


Son tantas las vírgenes negras con rasgos anatómicos caucásicos que han ido apareciendo desde la Edad Media hasta nuestros días, que no tienen otra explicación sino este origen templario. Pensé por momentos incluir estas vírgenes en la trama de la novela pero ya me pareció demasiado abigarrado el argumento y decidí dejarlo para otras

creaciones literarias.

También leí el libro de Eliphas Leví. "Dogma y ritual de la alta magia”; y ese sí que me pareció una farsa con el que engañó intencionadamente a sus seguidores para enriquecerse haciéndoles creer sus patrañas astrológicas, e interpretaciones de tarots y lecturas de las manos, y lo más importante: la representación demoniaca fruto de su imaginación, de lo que pudiera haber sido Baphomet que tanto ha calado en las mentes engañadas.


(Proyección de “Baphomet de Eliphas Levi”)


Al estudiar este dibujo del fraile francés convertido al judaísmo, se me ocurrió pensar, que él podría haber conocido el verdadero Baphomet

románico,


(Proyección de “Baco”)


con el que los pobres templarios fueron engañados y al que según la trama novelística mantenían en sus capillas más íntimas por ser una representación del Jesucristo vivo, en las bodas de Caná, con un tonel sobre los hombros, derramando el agua convertida en vino. con la inscripción ya leída: el pagano y griego dios Baco que pasó a los templarios engañados haciéndoles pensar que se trataba de un Pantocrátor vivo y exultante.


Salí de nuevo de la imaginación de mi novela, y volví a la realidad, y recordé los momentos mágicos en los que mi imaginación se diluía para pintar el cuadro y tener el motivo para confeccionar mi primera novela "El Baco”; y lo observé ya minuciosamente, con lo que casi me vuelvo loco al observar que mi obra se había vuelto eterna por ser auténtica.


Y lo observé detenidamente:


(Proyección de “Los homes")


(Las mujeres)


Las seis figuras primigenias, las pintadas por el autor anónimo románico; tres mujeres expectantes, dos hombres celebrando la conversión del agua en vino con toques de cuernos, y el Cristo, el Pantocrátor en el sillón de oro, pintura descubierta por mis alumnos Leo y Pablo.


(Proyección de “Baco en sillón de oro”)


Cuando analicé la corona de laurel, como la de los atletas griegos que ganaban las olimpiadas que era el último añadido a la pintura, lo mismo que las letras de la leyenda que circunda al Cristo, y observar hasta el más mínimo detalle, fue cuando me cercioré de que ficción y realidad ya estaban inextricablemente fundidas en la pretendida obra de arte pictórico-literaria.


Permítante una anécdota curiosa:

Llegaron a leer la novela los profesores del Departamento de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de México y me llamaron para concertar una visita y estudiar el retablo del Baco como auténticamente románico, como el auténtico retablo que había tomado Nogaret, para acusar a los templarios de adorar a un dios pagano y renegar de Jesucristo, como el auténtico Baphomet.

Tuve que decirles que no emprendieran tan costoso viaje, que no lo enseñaba a nadie, a no ser para hablar de historia y ficción en la literatura, que el retablo era el motivo de mis novelas y ya estaba expuesto en mis dos libros, que todo había sido una fantasía, como ya les había revelado a mis alumnos Leo, Pablo y Clara;


(Hoja de Clara)


y les dije que gracias por haber leído el libro, ya que mi intención no había sido engañar a nadie sino que sólo era una intención estrictamente artística.


Lo que es cierto, es que sigue el enigma en pie, aunque esté descubierto en este libro, ya que todavía hay lagunas y no es contundente la prueba, y mucho menos siendo, como es, el leit-motiv de una novela.


Lo que sí fue históricamente cierto, absolutamente cierto, es que partiera de donde partiera, y se tomara como prueba lo que se tomara, Nogaret y su rey Felipe IV de Francia, inventaron el concepto de Baphomet, para exterminar el Temple y robarles sus inmensas riquezas.


Baphomet, es un nombre único, intencionadamente eufónico y hasta cabalístico, con el número 3 de sus sílabas y las tres vocales a. e 0, abiertas por antonomasia, en los sistemas vocálicos de las lenguas románicas.

Para los más desocupados, que somos los que más tiempo tenemos en cultivar el espíritu y dedicar gran parte de nuestro tiempo a las letras, les diré que es una novela muy bonita -qué voy a decir yo-, con ilustraciones, como me gustaban a mi los libros de pequeño:


(lustraciones)


Y ¿cómo no?:

También el tema del amor inunda sus páginas

Lo que es absolutamente creado, producto de la imaginación y de la experiencia personal, es el sentimiento del amor de los personajes.

El sentimiento mayor de felicidad, en la novela, lo determina el contraste entre el amor presencial y el amor en la distancia, o en la adversidad e incluso en la muerte y después de la muerte.

Martín y Gelvira tuvieron la dicha de haber vivido del amor toda su existencia, aunque interrumpido por los avatares de aquella sociedad convulsa que los envolvía, primer amor nacido en la inocencia infantil en las orillas del río Turienzo, en el puente Valimbre, al lado de Astorga donde nació Poncio Pilato, puente romano por el que también Poncio Pilato partió hacia Roma.


(Proyección del “Puente Valimbre·)


El amor de Martín el templario y Gelvira comienza a los diez años en este puente, y perdura hasta la muerte, a pesar de que unos clérigos del monasterio vecino habían tomado a Gelvira por barragana. (Hoy estaría castigado por el código penal ya que Gelvira tuvo que prostituirse acosada sexualmente, forzada por su marido lerdo y usurero; Prostituirse no solo con el notario y el merino, sino con el bibliotecario y el cillerero del monasterio de San Pedro. Y lo que más 

dolor le produjo a Martín, fue que se prostituyera con su compañero de Armas, Rechivaldo, al que persiguió a muerte, dentro del drama que estaba viviendo en esos momentos el Temple. Este fue uno de los motivos por el que las pasiones más humanas se desataron en el héroe templario Martín. Entre sus grandezas y miserias se va desarrollando la trama de la novela.

Cuando Martín y Elvira eran niños hablaban de esta manera según escribió Martín en su diario:

...-En nuestra casa, hace mucho tiempo, vivió Poncio Pilato - me dijo Gelvira.

-¿El que mató a Jesucristo? - le contesté asustado.

-Sí; nació en mi habitación. Y en el patio jugaba a las tabas.

-Cuando era niño, venía a este puente a pescar truchas... con Claudia, que era la niña de otro general romano. Igual que tú y yo ahora... Aquí se hicieron novios..


No voy a leer mucho para no cansarlos, permítanme sólo unas unas líneas más:


...Tras un breve silencio me atreví a decírselo:

-Mañana podemos casarnos -el corazón me latió con fuerza y me sentí valiente por habérselo dicho.

-Yo tengo que ponerme saya nueva -me respondió sin rubor alguno, con la mayor naturalidad del mundo.

-Mañana, mañana nos casaremos -insistí para que no se le olvidara.

-Vamos a bañarnos, ¿quieres?


...Pero nosotros no somos malos como Pilato. Tú no vas a matar a nadie en tu vida. ¿Me lo prometes?

-Te lo prometo.

En ese momento sentí que me había enamorado.

Ella me dijo que le diera un beso y así ya quedábamos casados.

Fue la primera vez que yo noté un escalofrío por el espinazo. Tenía ganas de abrazarla, de achucharla fuertemente, pero no me atreví por miedo a hacerle daño. Me conformaba con sentarme a su lado y sentir el roce de su pierna contra la mía….


Y siendo adultos, unidos por el amor eterno, ya forma parte del resto del argumento y de la peripecia novelística, así que no voy a contárselo por si alguno de ustedes llega a leerla.


Quiero añadir también otro aspecto de la creación de la novela histórica. La historia no sólo son los hechos históricos, estudiados como tales, sino lo que Unamuno llamaba la "intrahistoria", que se va a u traducir en "sustancia novelesca".


Durante el proceso de escritura, yo, por lo menos, quizá sea porque sobreviene una neurosis obsesiva en esos momentos, uno no piensa en otra cosa, y a veces, mientras se va conduciendo el coche por la carretera, o sentado en una terraza tomando un refresco, no se ve a nadie alrededor Yo puedo contar mi experiencia: veía a los campesinos medievales labrar las

tierras, veía a los armenios que habían huido hacia Europa perseguidos por los selyúcidas, refugiados en logias, labrando piedras y levantándolas a pulso para colocarlas en las paredes de las catedrales y otras construcciones nobles y eclesiásticas, así como con sus afiladísimas hachas cortar troncos y labrar vigas y andamios. De esos trabajos, cuando cesaron las construcciones masivas de la Edad Media, quedaron como vestigios los deportes de levantadores de piedras y cortadores de troncos los domingos por la tarde; y veía a los mendigos intercambiándose mendrugos y otras limosnas obtenidas.



También veía a los poderosos, jerarcas de la Iglesia y cortesanos disputándose el dominio sobre las gentes sencillas.


Llené la cabeza de detalles e imaginé todo lo que he redactado en esta novela, con la que he pretendido crear una obra de arte, que ayude a desterrar del cerebro del ser humano toda maldad y cualquier tipo de calumnia por pequeña que parezca.


Esta idea es la que movió al personaje Roderico, uno de los tres templarios, a escribir en un pergamino: "Los poderosos han conseguido dividir a todos sus súbditos. Ellos han sido los causantes de que las gentes más buenas hayan llegado a odiarse a muerte, hasta matarse entre hermanos en guerras civiles, que no acaban nunca." (Rodericus Garcíe)

Además de los profesores mejicanos, hay quien me ha preguntado si puedo enseñar el retablo, sospechando que me negaría por miedo a que alguien me lo arrebatara, dado lo que pensaba y escribía Leo, otro de los personajes que llevan a cabo la investigación y descubrimiento del enigma; y cito al pie de la letra:


"Si arando tu tierra encuentras un tesoro histórico, una moneda, una estatuilla romana, cualquier cosa... tú eres el propietario absoluto. No se te ocurra decir a nadie dónde la escondes, porque los poderosos inventarán leyes para arrebatártelo y quedárselo ellos". (Leonardo

Gómez López)


Y también, otros muchos han querido tocar con sus propias manos los pergaminos. Evidentemente a ningún lector que haya terminado la novela, y que me lo haya solicitado se lo he negado. Eso sí, acepto mostrarlo todo, a quien me asegura que ha leído las novelas.


Como ya llevo un buen rato abusando de su paciencia, tengo que sacar a cuento un refrán que decían mis mayores: "Lo poco agrada y lo mucho enfada", así que, amigos, no quiero enfadarlos alargando más esta charla.


Tenemos que desconectar ya, nuestra humilde vena artística y volver, indefectiblemente, a la realidad de lo cotidiano. Muchas gracias.