https://steemit.com/spanish/@jgcastrillo19/mi-infancia-y-adolescencia-en-el-colegio
Quiero que quede claro que nuestra infancia escolar no fue en toda España tan desafortunada como veo que está de moda decir, aunque nuestro aprendizaje de inglés fue lo peor de la enseñanza, y los de mi edad acarreamos ese lastre.
Quiero que quede claro que nuestra infancia escolar no fue en toda España tan desafortunada como veo que está de moda decir, aunque nuestro aprendizaje de inglés fue lo peor de la enseñanza, y los de mi edad acarreamos ese lastre.
En el colegio Maestro Ávila de Salamanca, enfrente de la
Facultad de Medicina, los curas Operarios Diocesanos eran cultos. Yo nunca vi
ni el más mínimo atisbo de pederastia como otros vieron en otros colegios de
curas. Teníamos cineforum una tarde a la semana, taller de artes plásticas
donde, a los que se nos daba el dibujo y la pintura, nos lo pasábamos pipa. Los
laboratorios de química y las prácticas con sodio(Na) explotando en un tarro de
agua nos entusiasmaban. Las enseñanzas musicales de piano y otros instrumentos,
seleccionados, eso sí, los que más cualidades teníamos para el solfeo, marcaron
una impronta artística en los niños. Las dos misas solemnes del coro y orquesta
el día de la Inmaculada y el día de San Manuel Domingo y Sol, el fundador del
colegio, de Mozart y Beethoven eran apoteósicas: dos conciertazos. A los
internos –había externos y mediopensionistas- nos despertaban los altavoces de
los dormitorios con música clásica. Todavía puedo tararear la quinta, la sexta,
la séptima y la novena sinfonía de Bethoven, pegadizas al oído mientras
nos arreglábamos por la mañana y
mientras nos cepillábamos los dientes antes de acostarnos en los lavabos al lado
de los dormitorios.
Había un handicap por el que protestábamos cuando nos
obligaban en las mañanas frías de invierno a hacer gimnasia en “meyba” y
camiseta en el patio hasta que
entrábamos en calor corriendo. Eso si, nos obligaban, con severa imposición, a
ir a misa todos los días, no sólo los domingos como toda la gente. Eso era lo
más aburrido del colegio.
Había una pega, también “eso sí”: los más pillastres
seleccionábamos interesadamente a los amigos externos y mediopensionistas que
tenían las hermanas y primas más guapas, para, disimuladamente,
estar con ellas los domingos por la mañana, después de la misa cuando se
llenaban los patios de sus familias, porque el colegio era sólo de chicos.
Los curas, no se metían en política. Solo recuerdo una
anécdota al respecto: el profesor de gimnasia era impuesto en todos los
colegios por el régimen franquista pero sólo en una ocasión se lo notamos. En
nuestro caso era un gimnasta contorsionista, campeón en varios deportes.
Esperaba paseando por el pasillo a que saliéramos al patio a clase de gimnasia,
mientras el profesor de historia, un cura rubio que se llamaba José María
Frechel Merino, nos explicaba lo que había sido la II República y que vivíamos
en una dictadura militar. “El bigotera”,
que así apodábamos al de gimnasia por sus poblados bigotes y su nombre era el “Señor
Segado”, entró en la clase sin pedir permiso y amonestó al cura diciéndole que
no siguiera con aquella explicación y que se atuviera a las consecuencias. Hubo
una buena trifulca.
Creo que pecaban los curas de educarnos mal en el sentido de
que azuzaban en nosotros el orgullo de sacar las mejores notas en las reválidas
de cuarto y de sexto, -(el Maestro Ávila siempre era el de mayor número de
sobresalientes y notables en Salamanca)-, donde se comparaban los resultados de
todos los colegios e institutos.
Cada cual cuenta la feria según le va en ella. Yo sólo tengo
buenos recuerdos. Por eso ni soy anticlerical, ni odio a la Iglesia. Ya sé, ya sé que este escrito va en contra de la moda.
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