lunes, 24 de noviembre de 2014

HERIDAS DEL VIENTO (Virginia Mendoza)



Así termina el libro:
 “Ni un solo párrafo existiría sin todos aquellos que recibieron y cuidaron a una desconocida que llegó sin avisar balbuceando un armenio raro, sin los que compartieron un retazo de su vida conmigo, sin los que me contaron lo que no vi. El aliento de estas páginas es un pueblo herido que se aferra a la vida.
Cualquier cita como esta, cogida al azar, es suficiente para intuir la calidad literaria de la prosa, y muchos testimonios directos delatan a una periodista de raza con libreta y bolígrafo “in situ”, y antropóloga rigurosa: 
“Sus ideas van más allá de la religión propiamente dicha: el pacifismo, el colectivismo, la endogamia y la aversión a las nuevas tecnologías han hecho de ellos, a lo largo de los siglos más recientes, un grupo religioso genuino y, como tal, silenciado, perseguido y huido. Cómo no les iban a acorralar, si empezaron negando el derecho divino del zar a gobernar y se extendían mucho más allá de Tambov, llevando sus ideas hasta Moscú.”
“Disparaban durante todo el día porque veían a dónde disparaban. Por la noche, era un caiga donde caiga. Hubo casos que encontraron grupos de hombres enterrados vivos. También en los otros pueblos. Aún son terreno de Azerbaiyán esos pueblos.”
Nacida en un lugar de la Mancha -¿en la misma casa que don Quijote?-, Virginia Mendoza recorre los caminos  con botas de monte y mochila llegando a describir con singular maestría los rincones más inesperados de Armenia tales como el hábitat de los molokanes en el norte del sur del Cáucaso. De ahí que ella me haya enseñado muchas cosas que yo no sabía como la relación de Tolstoy con los molokanes. De boca del molokán Pavel, tradujo de la lengua armenia a la castellana: “…La vida solo empieza a ser interesante cuando tienes nietos y bisnietos…”
A los que conocemos los lugares sagrados de Kor Virap, Geghard y los Jachkars nos atrapa su prosa haciéndonos revivir con más intensidad, si cabe, aquellas escapadas al embeleso ante el viejo monte Ararat con sus sempiternas barbas canas. A los que no han tenido la oportunidad, con solo la lectura se transportarán a la cima para contemplar no solo Erevan sino toda la cuna de la Humanidad.
De otra cita cualquiera se colige que se trata del relato de un interesantísimo libro de viajes hollando los caminos de lo que ha quedado de la gran nación tan injustamente vulnerada y en más de una ocasión histórica reducida a cenizas: 
“Llegamos a Lermontovo en un viejo autobús soviético amarillo, de esos que todavía conectan los pequeños pueblos armenios con las ciudades más próximas. Cruzamos la calle principal del pueblo y, tras avanzar unos pasos, llega un coche verde sorteando los baches. Frena. En seco. Manos invisibles, tras cristales negros, abren las puertas traseras y Hasmik, Armine y Anna, nuestras anfitrionas, salen con alboroto del coche, como disparadas por el frenazo y manteniendo el equilibrio sobre sus tacones.”
Cuando lo publique, no os lo perdáis...


No hay comentarios:

Publicar un comentario