Ya de puestos y aprovechando el ocio de viajes por el extranjero vamos a seguir fisgando en libros y legajos de archivos y bibliotecas de fuera de España, para darnos cuenta de lo mal de la cabeza que andaban algunos de nuestros bisabuelos y tatarabuelos, porque los abuelos ya somos los que ahora tenemos nietos, digo yo.
Sacar cadáveres de las tumbas, trocearlos en jirones y esparcir los cachos descuartizados: brazos por aquí, piernas por allá, cabezas por el otro lao, ya es suficiente para que cualquiera, aunque no haya estudiado siquiatría, diagnostique estos hechos como realizados por enfermos síquicos.
El que sacó al niño, que lo dejó entero porque era demasiado reciente y todavía sus ropas olían al incienso de los funerales debía de ser el más cuerdo porque no se atrevió a trocearlo.
Como dice el francés que redactó estos textos explicativos en el año 1938 no había ningún motivo para ensañarse con los muertos ni con las obras de arte de valor incalculable.
Lo que ya no sé es cómo habría que denominar, los siquiatras sabrán, a los que se ensañaban con estos cuadros del Greco,
o esculturas de Mena:
quizá sería porque en la mente enferma no cabe el arte para representar héroes religiosos venerados por creyentes y admirados por ateos. Esperemos que en los ciclos actuales de la luna no afloren aspectos hereditarios de aquellas personalidades, y a los amantes del arte nos permitan contemplar el “Cristo” de Velázquez y la “Crucifixión” de Picasso, seamos creyentes o seamos ateos.
Por lo menos el de Picasso mientras siga en París está a salvo. El de Velázquez ya veremos. Por si acaso yo sería partidario de cedérselo en depósito al Museo del Louvre antes de que un ciclo lunar influya en los lunáticos.
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