martes, 18 de marzo de 2014

La dama del armiño


Del profesor de Historia  del Arte, Federico Torralba, aprendí mucho arte, pero sobre todo aprendí la mejor lección con su ejemplo: escuchar a un alumno.

Por aquellos días, en Salamanca, yo pintaba retratos al óleo por encargo para ser un poco más rico que el común de los estudiantes colegas universitarios. Una señora me encargó su retrato. Le importaba, sí, salir guapa, pero insistía machaconamente en que las perlas de los pendientes era lo que más le importaba, por ser auténticas y muy valiosas.  El rostro le gustó mucho, porque ya me había cuidado bien de resaltarle un poco las mejillas, falsificar un poco los labios, incluso disimularle un pequeño defecto en una ceja.Tal como yo pintaba, las dichosas perlas se podían resolver con tres pinceladas, y así lo hice, pero no le gustaron a la susodicha. Me devolvió el lienzo y tuve que esmerarme con los pinceles más finos mezclando el óleo con aceite de linaza, haciendo los degradados con difuminación precisa,  demasiado detallista según yo entendía la pintura; con los brillos en cuadradillos como si la perla fuera un espejo y simulara el reflejo de una ventana. ¡No era mi estilo y no me gustaba nada! Pero la señora era la que pagaba y no tuve más remedio que rendirme a sus mandatos.

Las clases de Torralba eran sensacionales sobre todo cuando salíamos por la ciudad y nos explicaba, in situ, la feracidad artística salmantina, arquitectónica, escultórica y pictórica; pero  aquellos días tocaba en clase, El Greco, con diapositivas.

Cuando estudié La Dama del Armiño, estaba escuchando  en sus pinceladas la vida diaria del Greco y de la Dama. De la tan traída y llevada discusión acerca de la autoría del cuadro  yo le expuse al profesor Torralba, al final de la clase, mi hipótesis, que escuchó con sumo interés,  actitud nada común en el resto de los profesores coetáneos. Y cuando terminé me aconsejó: “escríbalo usted, que me parece muy interesante”. Pasaron los días y olvidé su consejo, hasta hoy, que he decidido  hacer memoria de aquellos días.

“La hija del Greco”, que así llamaba su dueño español al cuadro antes de vendérselo al noble francés que vino a comprárselo en el siglo XIX, no responde en absoluto al estilo  del resto de los cuadros de El Greco. La picaresca española con respecto a atribuciones y falsificaciones, ha sido profusa, por lo que profesores de arte han dudado tanto de la autoría de este cuadro que no está firmado.

Que sea la hija del Greco lo descarto de plano, porque, de ser así, sería un cuadro de la última época, más difícil de encajar esa vuelta atrás en la técnica de la paleta, donde los degradados en los colores de la cara rayan la difuminación absoluta digna del realismo  más pronunciado.

A lo que sí puede responder es a otra época más temprana del pintor, lo que encajaría con la llegada del Grego a Toledo, cuando todavía El Greco era fiel a la técnica de escuela de sus maestros y fuera su esposa a la que pintara en este cuadro, o su amante o la señora pudiente que le encargara un retrato. Lo que es cierto, sin duda, es que el pintor se esmeró en el relamido de los pinceles con aceite y trapo para la ejecución del rostro y de pincelada seca con los pelos separados después de pasar el pigmento por el trapo, para la realización de los pelos del armiño, técnica más académica que de creación propia.

Ese anillo solitario con el granate engarzado -véase en  la mano tan protagonista como el rostro en el retraro- era cosa de la señora. Seguro que le dijo que quería que sobresaliera clara su joya más preferida y valiosa. No creo que saliera de la mente del Greco hacerlo ocupar un lugar de igual importancia pictórica que el rostro en el encajado. 

Esas dos sortijas esconden el secreto, la del anular de oro viejo y la del meñique de oro blanco con diamante. ¿Sería el orgullo de la dueña ante sus comadres toledanas? De otro pintor del siglo XVI o XVII como se ha dicho también, pudiera ser, pero parece descartarse, porque lo hubiera firmado.

¿Por qué no pintó la firma en el cuadro? Que se tratara de un encargo de una dama de alta alcurnia, lo descarto por este detalle. Hubiera llevado su larga firma: “Doménikos Theotokópulos, Epoi,…” y además en lugar bien visible o, incluso, haciendo de la firma una verdadera obra de arte, como en “El Expolio” (Catedral de Toledo) y otros cuadros  en los que pinta un pliego desdoblado para plasmar en él su nombre con letras griegas.
¿Para qué firmarlo si es el cuadro que parece que nunca va a salir de casa?

Que dejara en un tercer plano de importancia el collar de monedas de oro… pasó por ello la señora: apenas se nota el fulgor del oro, más bien queda oculto por las veladuras  en la muselina de la pañoleta que tapa el escote.

 Insisto: tenía que ser una señora cercana, de lo contrario hubiera estado firmado

Es un cuadro de los que, cuando se pintan, se piensa que nunca van a salir de casa, que no se firma porque da pereza; la firma del Greco requería un tiempo y un trabajo extra que no añadía nada al arte

 Hasta que no se haga un análisis químico con procedimientos de laboratorio, me inclino a pensar que sí es del Greco, del tiempo en que llegó a Toledo y se enamoró de la señora, y que por imperativo amoroso se plegó a sus gustos  No hay duda. Yo creo que el museo de Glasgow, el último que lo adquirió hizo un buen negocio.


Casualmente me encuentro con que mi único cuadro que no he firmado es el retrato de mi mujer -amén de algún otro inacabado-, 









en el que el juego de café que está tomando, tiene tanta importancia como el rostro. Este es el único cuadro que damos por descontado que, mientras vivamos, nunca va a salir de casa. ¡Qué cosas…culminar la autoría de un cuadro del Greco, al cabo de tantos años, por experiencia propia!

Busco y rebusco.. pero no, no. No está firmado por ninguna parte:






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