jueves, 1 de septiembre de 2016

EL BACO (Cap. 46, 47, 48. 49, 50)



46
Por la tarde, el Vasco telefoneó a Leo y quedaron en entrevistarse en la playa como lugar más idóneo. Muy pronto lo puso en antecedentes para concluir:
—Únicamente han podido registrar tus huellas y las de Pablo. Así que, será mejor que confieses y me entregues los dos pergaminos, que robasteis. La policía me ha asegurado que todo quedará como una gamberrada de estudiantes; de lo contrario tomará parte el juzgado.
—Yo no sé nada de tales pergaminos. Además, tú nos involucraste y nos dijiste que te harías responsable de lo que pasara.
El Vasco concluía que se le estaba escabullendo la ocasión de su vida, pues observaba en Leo una firmeza implacable de no soltar prenda; le daban ganas de abofetearlo al cerciorarse de que los muchachos habían actuado con más sagacidad de la esperada.
El día siguiente era martes. Juan, el conserje, se había encargado de propagar el enigma sobre el que corrían, como grama en campo abonado, las versiones más pintorescas, dependiendo del receptor de la noticia. Los corrillos se multiplicaban y aquel al que se acercaba el Vasco enmudecía, o bien, sus componentes cambiaban de conversación con los más inesperados virajes lingüísticos. Se dio el caso en que tres profesores y una profesora cuchicheaban en la sala grande, donde se celebran las reuniones del claustro, y el que decía estar enterado sentenciaba que la madre de Eva había denunciado al Vasco por corrupción de menores, y que eso era intolerable pues ya habían llegado las libertades y la niña ya acababa de cumplir dieciocho años; y ya no era tan niña, ¡caramba! Además, los sentimientos son los sentimientos y nadie puede prohibirlos, que ya pasó la época de los Reyes Católicos, que, ¡coño!, que ya estaba bien con los represores, que disolución de todas las fuerzas represivas incluida la bofia, y que había que ir eliminando a los esquiroles y a los que se resistían, incapaces de adaptarse a la vida democrática, como Candi, que ya su padre era el dueño de un colegio de pago; y ella, una burguesa que había mamado la explotación de profesores desde niña, no para sufrirla sino para beneficiarse; no había más que verle la pinta con el peinado tan hortera, pues solamente trató con los clientes de su padre que eran los baluartes de la falsa aristocracia, siendo como eran, restos caciquiles del siglo diecinueve; y en Andalucía había que dar un giro de ciento ochenta grados si queríamos que se modernizara y volver a las raíces de la algarabía, que es donde estaba nuestra esencia profunda; y que no volviera a pronunciar las palabras control ni disciplina, que siempre las tenía en la boca, como aprendidas de memoria en los años de la época franquista. «Ahí tienes al Vasco, que, aunque va a misa, se le puede dispensar esa torpeza pues por lo menos trabaja con los alumnos y pasa la vida en el Instituto; y habla mucho en los claustros y critica la hipocresía, y no es mojigato, y se expresa con franqueza; además el Vas...» —en el mismo instante de pronunciar esa sílaba los sorprendió el Vasco, que cruzaba repentina y violentamente el umbral de la puerta. Al verlo, el profesor que se despepitaba siguió por otros derroteros—: el Vas...a tomar un café o te quedas conmigo?, porque ya no puedo esperar más…»
Se esfumaron los cuatro como si huyeran de un incendio.
Ese día, mal que bien, entre dimes y diretes, se fueron dando las clases. Candi y el Vasco esperaban impacientes la vuelta de los policías, pues en nada habían cambiado las posiciones del principio. Concluyó la jornada y siguió embargándoles la incógnita.
Al día siguiente, a primera hora, Alfonso Sierra abrió el Instituto y encontró el patio sembrado de panfletos. Leyó uno atentamente y no entendió nada, no precisamente por algunos deslices ortográficos, sobre todo de acentos, tanto en mayúsculas como en minúsculas sino por la puntuación del mismo:
En letras muy grandes el encabezamiento: «POR LA GESTION DEMOCRATICA DE LOS CENTROS DE ENSEÑANZA».
Seguía la leyenda: «Ante la intromision inazmisible de las fuerzas del orden en la vida academica por denuncia espresa de la directora de este centro contra algunos profesores y alumnos hechos fundamentales (no unicos) demostratibos del ser antidemocratico de las estruzturas del centro, el... —seguían unas siglas, iniciales de un grupo político— quiere:
1º) Solidarizarse con la lucha emprendida por la retirada de las sanciones y destitucion de la direccion.
2º) Hacer una llamada a los compañeros del centro, alumnos y opinion publica a mantener oposicion al dominio del «TERROR» de los centros de enseñanza, y a luchar por: la pervivencia de la gestion colejiada y democratica (No al Estatuto de Centros) que sean respetados los derechos de los trabajadores de la enseñanza y de los jovenes y especialemnte el derecho a la libertad sobre todo la de expresión
¡POR LA UNIDAD DE PROFESORES Y ALUMNOS!
¡POR UNOS CENTROS DE ENSEÑANZA AL SERVICIO DE LA CLASE TRABAJADORA ANDALUZA Y NO A LOS DE «UNA TIRANA»
¡VIVA LA LUCHA DEL INSTITUTO!






47
(Brahms. «4a Sinfonía»)
Desparramada la siembra, germinó la gresca y creció una torre de Babel sin cuento. El Vasco se sentía manipulado y decidió convocar una reunión para pedir calma y que nadie utilizara su nombre sin consentimiento expreso. Como había quedado atrás, muy cercana, la dictadura de la que la mayoría procedía, trataban de sacudirse los viejos fantasmas acusándose mutuamente de las más insospechadas insidias. Todo el mundo hubiera querido haber padecido cárcel al menos un día por motivos políticos o haber nacido en hogar republicano. Nadie tenía esos antecedentes, por lo que en tropel se apuntaron a partidos políticos y sindicatos hacía poco tiempo clandestinos. A todo esto, metido el Vasco en medio del ciclón involuntariamente, se llegaron a decir los más increíbles disparates, por lo que temía salir, junto con Eva Montagut Milá, en los periódicos. No fue así, pero el tiro pasó cerca de la diana, porque el viernes apareció en todos los Institutos de la ciudad otro panfleto cuyo contenido rayaba el surrealismo, aunque ortográficamente era correcto. Solamente una confusión en los apellidos y una pequeña incorrección sintáctica en la última línea:
«ANTE LA SANCIÓN DE APERCIBIMIENTO INTERPUESTA CONTRA JOSÉ ANTONIO ARIAS MARGULITA Y LA COMPAÑERA ESTUDIANTE EVA MONTAGU MILA Y EL EXPEDIENTE ABIERTO:
QUEREMOS SOLIDARIZARNOS CON LA LUCHA EMPRENDIDA Y CON LAS SANCIONES CONTRA CANDELAS JIMÉNEZ HUELIN, MAESTROS Y DIRECTOR DEL COLEGIO.
ANTE LA LUCHA: UNIÓN
ANTE LA REPRESIÓN: FUERZA POPULAR.
LA COMISIÓN DE ENSEÑANZA DE LA ASOCIACIÓN DE VECINOS DEL BARRIO, POR UNA LUCHA DEMOCRÁTICAY COLEGIADA EN CONTRA DE LOS DIRECTORES Y MAESTROS.
¡VIVA LA LUCHA POPULAR DEL INSTITUTO!
¡POR UNOS CENTROS DE ENSEÑANZA AL SERVICIO DE LA CLASE TRABAJADORA ANDALUZA Y NO A LOS DE LOS DICTADORES!
Este panfleto era anónimo. No aparecían siglas por ninguna parte y la supuesta asociación nunca ha existido.
Eva estaba asustada. Al verse involucrada en tal maraña en la que no había tomado parte se le olvidó el embarazo y la boda. El estupor que le produjo su nombre publicado en un panfleto incongruente, de pronto, convirtió su dulzura en gesto de espanto. No se sentía con fuerzas suficientes como para aguantar tanta falsedad y oprobio; y como era incapaz de barruntar una salida al embrollo, estuvo a punto de culminar en un ataque de histeria. El Vasco intentó consolarla y aplacarle la congoja aconsejándole que de momento no apareciera por clase, pero no le dio tiempo a escurrirse porque llegaron los policías bien pasados dos tercios de la mañana, con cuatro días de retraso, por lo que le volvió a aconsejar que se quedara, para evitar que Candi se fijara en ella como sospechosa de lo que la policía buscaba, ya que tendrían que comparecer todos los excursionistas.
No fueron necesarias las presentaciones como en el primer momento y comenzó el baile: fueron llamados al despacho de Candi todos los alumnos de COU que hubieran participado en la excursión del pasado verano. Reunidos y perplejos al ser interrogados en grupo, unas palabritas del señor comisario iniciaron el contubernio de los agentes:
—En vista de que nadie sabe nada de los pergaminos nos vemos obligados a averiguarlo aunque sea con sangre.
Apaciguó el bueno en tono más bajo:
—A ver, que pase el primero. Me veo en la obligación profesional de tomarle los diez dedos para cotejarlos con las huellas encontradas en el archivo.
Uno a uno, fueron pasando por el tampón metálico y a cada uno le decía lo mismo:
—Todavía estás a tiempo, dentro de un momento ya será tarde. No te engaño, antes bien al contrario: estoy aquí para ayudarte. Yo también tengo hijos que son unos trastos.
El comisario dio trato de favor a las chicas, y con ellas cambiaba el tono de voz al preguntarles. Farfullaba con la colilla en la boca:
—Tuvo que ser obra de muchachos; a varones me refiero; pero tenemos que cumplir el trámite. Respóndeme escuetamente para rellenar el formulario.
A pesar de todo, siendo Clara la primera de ellas, temblaba al impregnar las yemas en la tinta. Se desahogó:
—Yo todavía no sé exactamente lo que ha pasado.
Juanita, Eva, Ana e Inés, se tranquilizaron cuando salió la primera y les describió el panorama.
Cuando llegó el turno a Leo, crecieron las sospechas en los policías por su delgadez agitanada con aspecto desgarbado; ese día llevaba puestos pantalones marrones, casi rojos. Profesionalmente observaron el aliento entrecortado y el dibujo en el aire de una línea quebrada cuando estampaba las huellas.
Trataba Leo de controlarse, pero no podía. Los policías se miraron con mayor suspicacia y miraron a Candi, que se había mantenido en silencio para que los alumnos desmintieran lo que se estaba divulgando soterradamente: que ella estaba involucrada en la denuncia.
El malo enchufó un magnetofón nada sofisticado y le indicó a Leo que debía responder al interrogatorio con el aparato funcionando. El interruptor de empiece soltó un chasquido que alteró al muchacho más de lo que él mismo esperaba; una tetania corrió por sus músculos estrujando el pañuelo en el bolsillo. Trató inútilmente de disimular, mirando hacia el techo. A Candi le parecía la maniobra de una crueldad ilimitada a pesar de que también ella pensaba que tenía delante al interfecto autor del robo.
El bueno, temiendo que Leo se desplomara, pronunció palabras claras disponiéndose a rellenar los impresos:
—Contesta escuetamente a lo que te preguntemos.
Leo asintió con la cabeza casi sin poder moverla. Los ojos se le humedecieron.
—¿Entraste en el Archivo Diocesano de la Ciudad de Astorga el pasado diecisiete de Julio?
—Sí.
—¿Tocaste algún objeto de los que allí se custodian?
—Sí.
—¿Alguno de tus compañeros tocó, igual que tú, algún objeto?
—Yo no me acuerdo de lo que hacían mis compañeros, creo que la mayoría se aburría.
—Es mejor que contestes como te dije: escuetamente. ¿Tú te aburrías como ellos?
—No.
—¿Por qué no te aburrías, si allí, más de dos minutos no hay quien aguante?
—A esta pregunta no puedo contestar escuetamente.
Candi tenía encogido el hígado. El malo torció el hocico y penetró la cara de Leo con mirada siniestra. Puso su dedo índice en el interruptor de «stop» para meterlo en vereda antes de seguir el inquisitorial proceso.
—No —contestó Leo sin que el monosílabo quedara registrado en la grabadora.
—¿No, qué? Si todavía no te hemos formulado ninguna cuestión —estalló en ira el comisario con la vena de la sien derecha enrojecida y protuberante—; te la estás ganando, muchacho; te la estás ganando. Esto no es un juego —levantaba más la voz—. ¡Muy atento! ¡Eh? ¡Muy atento y guarda esa lágrima de cocodrilo! ¡A buenas horas se muestra compungido el mequetrefe! Esto, hace unos años lo hubiera resuelto yo de un guantazo, sin tantas contemplaciones.
A Candi se le arrugaron las trompas de Falopio alrededor de los ovarios.
El bueno medió en el desaguisado reponiendo los buenos modales:
—No vamos a ponernos nerviosos. Hemos de tener en cuenta que este muchacho no es un delincuente, sino que sólo ha cometido una trastada de estudiante y hemos de informarle que si dice la verdad no le pasará nada.
Leo no entendía el contraste entre uno y otro agente, y a punto estuvo de delatar a Pablo; pocos minutos habían bastado para aplastarle el cerebro moralmente. De modo oportuno intervino Candi, y los policías no se atrevieron a contrariarla:
—Tú contesta la verdad; lo que sucediera; que a veces se contesta más de lo que se sabe por salir de una situación como esta.
Le dieron pista estas palabras y con ellas sacó fuerza de no se sabe dónde, cuando muy velozmente, después de hacer examen de todos sus pasos la noche de la luna llena, se ratificó interiormente en que él no había dejado huellas, pues sólo Pablo había tocado el Tumbo Viejo de San Pedro de Montes; y se dijo a sí mismo: «si alguna vez tienes que mostrar temple es ahora».
De nuevo, el malo puso en movimiento la cinta magnetofónica y se sentó encendiendo un cigarrillo. El inspector bueno siguió preguntando:
—Mira, vas a contar por las buenas, porque en realidad lo sabemos todo. La investigación ha sido exhaustiva y están reconstruidos todos los pasos. Si no declaras que cogiste los documentos por curiosidad intelectual solamente se te acusará de intento de robo sacrílego.
A Leo le bailó en la cabeza la última frase y no captó la intencionalidad del enrevesamiento; sentía que lo estaban envolviendo y no se atrevió a instarle a que le repitiera la misma idea con sintaxis más correcta, sin ambigüedades.
—Date cuenta que entraste con premeditación, nocturnidad y alevosía en una basílica, en la Santa Iglesia Catedral de Astorga, que no es lo mismo que robar un pastel en una pastelería. Lo que pasa es que necesariamente tienes que declararlo tú para que no haya castigo, sino un leve apercibimiento, después de devolver los pergaminos, claro.
Leo, con esta perorata, volvió a venirse abajo mientras seguía el agente:
—Es evidente que no los robaste por la tarde cuando estuvisteis todos con el sustituto del archivero; pues, ¡bueno es el señor cura!, ¡como para dejarse robar algo! Es un santo, pero no es tonto. También nos interesa saber, por añadirnos experiencia profesional, cómo conseguiste la llave del archivo para reproducir una copia en tan poco tiempo, porque en el archivo no estuvisteis más de media hora. Nos vas a ayudar y te lo agradeceremos porque muestras una inteligencia inusitada. —Leo no se dejó cultivar la vanidad y se reponía en sus cabales analizando lo que le empezaba a resultar grotesco—. También puedes contarnos qué pretendías con saltar por la ventana del archivo hacia la sacristía a través del patio —sonrió forzado—. ¡Vaya chasco que te llevarías al comprobar que la puerta de la sacristía estaba cerrada por fuera! El pertiguero la cierra todos los días, precisamente porque es el único punto de entrada a lo que la catedral encierra, y al tesoro. Cuando revolviste las ropas litúrgicas en los cajones y armarios de la sacristía, ¿qué pretendías? También sería curiosidad intelectual de un estudiante de COU, claro —farfulló con sorna—. Contesta, y puedes explayarte.
El policía bueno, ya no era tan bueno. Le traicionó el subconsciente mostrando en su discurso un poco de rabia, de lo que perfectamente se percató Leo comprobando que iban totalmente desencaminados en sus pesquisas, porque había descrito al revés el itinerario de la noche de autos. Leo se creció resoluto:
—Yo no toqué ninguna llave; tampoco abrí la ventana del archivo para saltar desde allí a la sacristía, y tampoco toqué nada en el archivo. Estoy nervioso porque soy nervioso. Ustedes intentan torturarme y si hubiera hecho lo que ustedes piensan ya me lo habrían sacado, pues esto no hay quien lo aguante.
Los policías se miraron derrotados. A Candi se le desataron todos los nudos de sus vísceras al comprobar la entereza del muchacho. El comisario malo quiso quedar por encima artificialmente:
—El caso no está cerrado. Cuando el departamento de investigación analice las huellas, si has sido tú, te saldrán seis años de cárcel por intento de robo sacrílego y por robo de documentos histórico-artísticos.
Impacientes por la tardanza de Leo, ya que esperaban como reos en capilla, entraron los siguientes sin más fin que rellenar el formulario.



48
(J. S. Bach. «Concierto para dos violines y orquesta», en re menor)
Tanto revuelo desconcertó a Leo de tal manera que no se concentraba al preparar los exámenes del primer trimestre, y desahogó su inquietud escribiendo una carta a Pablo:
Málaga 16 de Diciembre de 1982.
¿Qué tal, tío? Yo estoy acojonado. Me he mantenido como he podido y he de confesarte que casi me obligan a descubrirte. Menos mal que no he picado, pero es jodido estar solo en estas circunstancias. Si estuvieras aquí, todo sería más llevadero porque me hubieras echado un capote en los momentos difíciles. Me ha interrogado la policía en el Instituto y me ha tomado las huellas para compararlas, seguramente, con las tuyas, que las dejarías marcadas en el Tumbo. ¡Que se vayan al cuerno! ¡Parece que todos están pirados! Los profesores me miran como a un bicho raro y el hijo puta del Vasco resultó totalmente rana: me ha dicho que le dé los pergaminos. Es evidente que sospecha que o yo o tú los guardamos, pero se va a quedar con las ganas. Entre los profesores nuevos hay de todo, pero dominan los idiotas, parecen adolescentes, más insensatos que nosotros. Ha venido uno nuevo de Filosofía que por mala suerte me ha tocado. La filosofía es una bobada. No sé para qué nos hacen falta las bobadas con las que se entretiene. Se ha pasado tres clases seguidas haciéndose el gracioso. Quería que fuéramos al patio a dar la clase. Decía que los peripatéticos, que no sé quién cojones son esos filósofos, así lo hacían: paseando. Le dijimos que estábamos muy cansados y se tiró las tres horas riéndose él sólo, con los condones y con el aborto, como queriéndonos dar consejos, el muy ignorante. Está medio loco. Así que, ya ves: aguantando mecha porque si le discutes algo se pone como un energúmeno; y como en Filosofía todo es discutible... Así que, mejor será callarse y seguirle la corriente para sacar buena nota, que ya sabes que la filosofía hace nota media con las asignaturas importantes. Decía que para qué estudiábamos, que «en este país», como si le diera vergüenza pronunciar «España», hay afán de titulitis, pero, por si acaso, el cabrón vive de su título, que de otra cosa no podría vivir porque no tiene ni idea. El de Matemáticas es un tío perita, lo mismo que el de Biología, aunque la mejor es la de Dibujo Técnico, que también es nueva y tú no la conoces. Yo no me explico cómo algunos, siendo tan mayores, pueden decir tantas tonterías. Ahora han puesto de moda insultarse y se creen que los alumnos no nos damos cuenta. Han formado dos bandos como en la guerra de Ceferino y unos no se hablan con los otros. Después del interrogatorio, cuando ya había marchado la policía se formó una pelotera que se enteró todo el Instituto. A voces se increpaban: Emilio el de Latín por un lado y Miguel con Damián por otro. Doña Ignacia, que le da vergüenza su nombre y nos dice que le llamenos Nachi a secas, los azuzaba interviniendo de vez en cuando. Se llamaron de todo. Miguel decía: «Tú eres un retorcido fascista, de la derecha pura y dura y no tienes vergüenza». Yo no sé si todo ha surgido a raíz de nuestra historia o si ya tendrían cosas entre ellos, porque bien creí que llegaban a las manos. Emilio le respondía que Marx era un payaso y le llamó «indocumentado»; y Nachi a lo suyo: a ver si alguno le rozaba las tetas, que parece ser que es lo que le gusta, porque, entretanto, se estrujaba contra Damián con disimulo. Damián, que parecía un mosca muerta se destapó totalmente y llamó a Emilio: «Catedrático de mierda, enchufado del régimen», que no sé a lo que se referiría. Emilio no pudo aguantar eso y se le lanzó al cuello. Montaron un espectáculo divertidísimo y tuvieron que separarlos el resto de los profesores y Alfonso el conserje. Mientras los separaban, Emilio, el de latín, le decía: «tú sí que eres un agregado de mierda, que sacaste un dos y medio en la oposición restringida; una oposición como la mía, en la vida la hubieras sacado, lo que ocurre es que has confundido la izquierda con la zurda y lo que yo soy lo he conseguido con mi propio trabajo, que mi padre era un herrero y el tuyo un señorito y ahora parece que te quieres convertir a las izquierdas». Yo, la verdad es que nunca he sabido diferenciar entre un catedrático y un agregado. Total que andan a la greña por disputar quién es más de izquierdas. Les ha dado por ahí. Parece que andan jodidos de la cabeza como si les afectaran los cambios de la luna. Supongo que por América no estaréis tan ajetreados. La verdad es que ya tengo ganas de olvidar esto. Ya lo tengo decidido, me iré a Madrid a estudiar Ingeniería Aeronáutica y porque no puedo más lejos. Estoy de estos eternos adolescentes hasta los mismos «güevos». A veces sí parecen mayores, pero otras se portan como muchachitos de primero. De las fotocopias del cuaderno no he dicho nada a nadie. La verdad es que las he terminado de leer y me atasco en muchas cosas que no entiendo; me da, que para nada me van a servir. ¡Ah! y lo más importante: he empezado a salir con Clara; cada vez me gusta más; lo malo es que estudia letras, y no sé si congeniaremos. El otro día casi le doy las fotocopias porque está haciendo un trabajo de Historia de la Edad Media, pero a última hora me arrepentí y ya no le dije nada por si acaso nuestro comienzo se queda en fogata de virutas y te trae complicaciones a ti.
Bueno, tío, tenía ganas de contarle mis rollos a alguien. Perdona el testamento, pero así te tengo un poco informado. Cuéntame cómo te va y si has ligado a alguna americana. Por si no te escribo antes, Felicidades por las Navidades. «Ciao». Hasta la tuya o hasta la luna como los románticos. ¿Te acuerdas? Un abrazo, Leo.
Casi a vuelta de correo contestó Pablo:
Pataskala 21 de Diciembre de 1982
Querido Leo: Me parece que la policía no puede hacer interrogatorios, así, por las buenas. Entérate bien. Es cierto que uno cuando está solo se aturulla; lo bueno hubiera sido que le hubieras dicho a los polis: «ahora voy a denunciarlos por torturas. Me están tratando peor que a un delincuente». Lo que pasa es que estas cosas sólo se ocurren pensándolas serenamente, porque, para improvisarlas, tienen que ser dos cerebros trabajando unidos, como cuando acojonamos al Vasco con el rollo de los gatos y los candelabros. Lo que pasa es que un police sabe más de la vida que un profe y no sé si hubiera dado resultado porque es muy difícil acojonar a un poli. Tú no te preocupes y no olvides nunca que no dejaste huellas por ninguna parte, que nunca ni nadie pueden hacerte nada. ¡Macho, ya me cuesta trabajo redactar en castellano! ¡No puedo creer que tan pronto me haya adocenado! I can’t believe it!; y eso que, en casa, aunque estoy poco tiempo, sólo hablamos castellano, claro.
Recuerda esta idea, y agárrate a ella sin soltarla por nada del mundo: SÓLO EL VASCO ES EL RESPONSABLE. ¿0.K.? Me hago cargo de lo mal que lo has pasado. Recuerda siempre: «Sólo el Vasco es el responsable» ¡Me cago en la puta! Se me revuelven las tripas. No es que quiera animarte solamente, no sé cómo decirlo por escrito, es que a ti no te puede pasar nada. Recuérdalo siempre.
No te imaginas lo que me alegra lo de tu chica. Sin duda, Clara es la mejor tía del Instituto. Ayer, recibí la carta, cuando salía con el coche a casa de Douglas, mi mejor amigo. Celebraba su cumple y dio un party. Formamos un jolgorio de la puñeta. Yo me fumé a vuestra salud un canuto de mariguana, pero no te preocupes que no me haré drogadicto. Eso de que está muy buena no se lo cree ni su padre; yo me puse malísimo, devolví la merienda y me daba vueltas todo. Es la primera vez que le oculto algo a mis padres, pero no se lo voy a decir porque lo único que haría sería preocuparlos; y te juro que esa porquería no la vuelvo a probar en mi vida. El curso va cojonudo, además, de Matemáticas no tienen ni idea. Estoy dando ahora las mismas Matemáticas que el año pasado en tercero, así que, saco «A» en todo y podré elegir la universidad que quiera. Yo haré Telecomunicaciones, también lo tengo decidido. El Inglés no es problema aunque a veces tengo que mirar el diccionario. Ya sabes que pensaba que sería un handicap, pero....«no problem», ya está superado; por el contrario, ya me va costando pensar en castellano. Todo el mes de octubre estuve yendo a clases intensivas de Lengua, inglesa, claro. De tías nada, soy más célibe que el cura del archivo y eso que dicen que en América se dan como rosquillas, pero leche, cuentos chinos, hay que trabajarlas como en todas partes y casi no he tenido tiempo. No veo por qué no le has prestado a Clara las fotocopias del cuaderno. Son mías y con ellas puedo hacer lo que quiera; así que, si le hacen falta, no lo dudes; además, el Viejo Honorino me hizo el regalo porque nadie se había preocupado del cuaderno. Bueno, no sé si está bien redactado, quiero decir que el cuaderno es mío y puedo hacer con él lo que me dé la gana. ¿Quién mejor que tu novia...? ¡Tío! Se me hace raro ver a Leo con novia, como los románticos a la luz de la luna, sobre un muro de la catedral de Astorga, vigilados por Pedro Mato en un beso eterno. Tío, ¡cómo me ha salido!, parezco de letras; pero la verdad es que me dais envidia. Nada más que pueda, yo también voy a echarme novia. El próximo fin de semana me voy con mi familia a Canadá a ver unos lagos en el mismo avión que pilota mi padre. Ya te contaré. Recibe un abrazo. Pablo.
Terminó el trimestre, y Leo, acostumbrado a sobresalientes, no sacó más que notables. Para esa misma noche, los alumnos de COU organizaron una cena en una céntrica pizzería. Eva confraternizó con sus compañeros, algo ausente, pues hubiera preferido pasar la noche con el Vasco. Coincidiendo en el tiempo, algunos de los profesores también se reunieron en un restaurante de Fuengirola. A los postres, después del champán y otros alcoholes no hubo miramientos: decidieron suplantar a Candi en la dirección del centro. A fin de cuentas, decidían que ya estaba bien de aguantar «siempre a los mismos», en palabras suyas; que había que relevar a los cargos directivos.
Desde la época de la transición española del régimen militar a la monarquía, unos años antes de estos hechos, se repetían de memoria esas frases como una constante zumbona en casi todos los Institutos. «Por votación del claustro podremos conseguir la mayoría»; y Jaime, el de Filosofía, se prestó a encabezar el contubernio. Tenía redactado un discurso que sacó de la chaqueta, escrito en una cuartilla. El final fue este: «Nosotros, los democráticos, hemos de llevar adelante el cambio de estructuras e instaurar la autogestión y la enseñanza libertaria», concluyó, con un aplauso de los comensales. Loli no desperdició la ocasión de merodear alrededor del Vasco y terminaron todos bailando en un piano club hasta las cinco de la mañana, menos tres matrimonios que habían dejado a los niños al cargo de canguros: Jesús y Charo, Manolo y Merche y el otro Jesús y Sinda. El Vasco, que ya estaba un poco harto de la niña de COU, amaneció en el apartamento que tenía alquilado su compañera; quedó encantado de sus habilidades, incluso de las culinarias. Así comenzó el romance y decidieron viajar a París después de la Nochebuena, que pasarían en Murcia con los padres de Loli; al fin y al cabo, él no podía compartir en familia la entrañable fecha. Nachi con su marido se mostró durante toda la noche muy aburrida. Se produjo un cruce de apetencias: a Darío se le sorprendía tras el talle de Loli, de reojo, cada vez que salía a la pista. Nachi, a la fruta prohibida, capaz de saciar su maternidad frustrada con tintes subconscientes de remordimiento. Ella nunca consintió consultar al ginecólogo sobre tales extremos porque sentía la corazonada de que el estéril era Darío, y desde que se habían casado, deseaba ardientemente engendrar un hijo como fuera.



49
(F. Liszt. «Ensueño de amor»)
Clara y Leo quedaron en verse el día de Navidad a mediodía en el Paseo Marítimo.
—¿Qué tal la cena?
—En familia, como todas las Nochebuenas; todo el mundo cantando villancicos, hasta mi abuela, que se quedó ronca.
—Estás como para comerte ¿Qué te has hecho en el pelo?
—¡Bah! No seas tonto, que me pongo colorada.
—Desentonamos un poco. Yo, como un pobre con estos pantalones viejos; y tú, preciosa. Tendré que ir a cambiarme.
—¡No seas tonto! Me gustas de cualquier manera —por primera vez se expresaba Clara directamente al entrecejo, porque los ojos eran demasiado profundos y temía delirar en ellos.
Hablasen de lo que hablasen, se entretejía en las escuetas expresiones de Leo mitificando su inteligencia. Escuchó sorprendida:
—Me has cortado, tía. No me salen las palabras. Me siento molécula de agua. Sólo me salen fórmulas químicas. Creo que saben declararse mejor los de letras por las novelas que han leído. En eso me aventajas.
—Sólo te he dicho que me gustas de cualquier manera —se dejaba coger la cintura interrumpiendo los pasos lentos contra el viento de levante, y reclinó la cabeza sobre el hombro de Leo.
—Acabas de hacer una metáfora perfecta: tendremos que decidir quién es el oxígeno y quién el hidrógeno —concluyeron la broma con un beso corto. Siguió Leo:
—Mira, ¿ves aquella barca rota, debajo de la palmera más alta? Allí me reveló Pablo asuntos importantes. Creo que ahorrarás tiempo en redactar el trabajo de Historia.
—No me hables, que me trae loca. Por cierto, mañana tengo que ir a la biblioteca a consultar dos mamotretos.
—Te tengo preparada una sorpresa. Te digo que te ahorrará tiempo.
—¿De qué se trata?
—Vas a tener el trabajo terminado en cuatro días, ya lo verás. Le regalaron a Pablo la traducción de una colección de documentos medievales que están inéditos. No los conoce nadie y menos el profesor de Historia. Te dará sobresaliente sin pensarlo. Lo de la cojera y el encañije de la pierna, todo fue un rollo, que sólo él y yo sabemos.
Le contó todos los detalles del viaje a Astorga en el verano, por lo que Clara no salía de un asombro para entrar en otro.
—Vamos, vamos a ver la traducción de los documentos, ya no puedo con la intriga. Sois geniales.



50
(H. Berlioz. «Sinfonía fantástica»)
Eva aborrecía las fiestas navideñas. Desde la separación de sus padres siempre la asaltaba una monomanía que nunca vio cumplida: dormirse el veintidós de diciembre y despertarse el siete de enero. Durante este periodo perdía la eterna sonrisa linda y no podía deshacerse del recuerdo de su primera infancia; aunque asumía la impresión de desasimiento, no se acostumbraba; y cuanto más crecía, más intensa se asentaba en ella la sensación de pena.
Ese último año, el día veintidós de diciembre por la tarde, la llamó su padre por teléfono, le propuso cenar juntos en un restaurante de la costa y le anunció un plan para pasar las vacaciones, pues él había reservado quince días de las del verano. La madre nunca opuso la más mínima resistencia cuando el padre deseaba reunirse con su hija.
Durante la cena escuchó Eva la propuesta:
—¿Cuánto hace que no esquías?
—Desde que me llevabas a Sierra Nevada cuando era pequeña. Seguro que se
me ha olvidado mantenerme en equilibrio.
—Te deslizabas como una sirena. Esquiar no se olvida aunque pase mucho tiempo, lo mismo que montar en bicicleta. Mañana me voy a los Pirineos. Tengo la reserva con un grupo organizado para quince días. El autobús sale a las seis de la mañana para llegar a dormir a Pamplona. Si vienes conmigo cancelo el viaje y nos vamos en mi coche.
No dudó Eva un ápice aunque le contestó:
—Los esquíes que tengo son pequeños, de cuando era niña; tendré que preparar el equipaje rapidísimamente.
—Por los esquíes no te preocupes que allí se alquilan. Y el equipaje: lo imprescindible. Los Reyes Magos traerán adelanto: en Pamplona te habrán dejado pasado mañana un nuevo equipo de ropa y calzado de montaña. Más fácil no lo encuentras.
A Eva le dieron ganas de darle un beso pero reprimió sus sentimientos; siempre se mostró muy dura con su padre. Como una idiota recobró la eterna risa perdida y la mezcló en la probeta con dos inmensas lágrimas: con tal brebaje, se le indigestaba el plato de mero que había terminado. Al padre se le contagió el estado anímico, síntesis de innumerables recuerdos; tragó saliva para no convertirlos en sollozo, abrochó las manos, y con el gurruño tapó nariz y boca e hincó los codos a ambos lados del plato.
—Tengo una hija que es la chica más bella del mundo —dijo el padre por salir airoso del atolladero.
—Ya lo sabía. ¡De tal palo tal astilla!

Terminaron envueltos en una carcajada amplia. Eva no se contuvo, se levantó del asiento, lo abrazó por detrás y le estampó un beso sonoro. Los futbolistas de un club, que celebraban un triunfo en la mesa larga de al lado, se quedaron mirándolos. El entrenador, que, detrás del florero y una vela aromática, recordaba una pintura con Jesucristo en la Sagrada Cena, los reprendió con un gesto por indiscretos.

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