Nuestro románico no es nuestro, es importado. Estuvo viniendo de Asia durante toda la Alta Edad Media. El Mediterráneo era como la Gran Vía, un trasiego de idas y venidas, y los caminos por tierra una constante de trasiegos de personas y mercancías. El centro del Mundo estaba en Kilikia, en Armenia, en Bizancio. Lo de aquí, era el fin del mundo, el fin de la tierra. Los primeros cristianos del recto camino, (orto-doxos) fueron los evangelizados por San Bartolomé y San Judas Tadeo, antes de que San Pedro llegara a Roma; y los primeros artistas creadores de la imaginería religiosa cristiana fueron asiáticos. Los que vinieron y enseñaron a los nuestros eran asiáticos. Es cierto que los nuestros perfeccionaron algo lo aprendido y dieron impulso para evolucionar hacia el gótico sufragado con los tesoros de los templarios, pero las policromías de la piedra ya se habían hecho en Mikra Asia, y en el Cáucaso. Venían pintores, escultores, canteros, cortadores de troncos, carpinteros, verdaderos especialistas. Lo verdaderamente sorprendente es comprobar, in situ, las pinturas de las iglesias cristianas excavadas en las rocas, de donde nacerá el concepto de iglesia oscura iluminada por diminutos tragaluces, o por las linternas, que eran los respiraderos primitivos.
No es cuestión de andar con diatribas nominalistas, para intentar cambiar la denominación de “Arte Románico”, que acuño Charles de Gelville en el siglo XIX; pero yo creo que si hubiera estudiado el primitivo arte cristiano asiático allí, en las iglesias excavadas en las rocas, en vez de románico lo hubiera denominado ARTE ARMÉNICO.
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