Hay lectores de mis artículos a los que les satisfacen y son defensores. También hay algún que otro detractor que hasta se ha creído que las ostrakas aparecidas enterradas eran auténticas de hace miles de años.
Una personalidad intelectual y defensor es el Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, don Amando de Miguel, que acaba de publicar lo siguiente:
Sobre los vascos
Amando de Miguel
Una de las lecturas inolvidables de mi infancia fue la novela histórica Amaya, o los
vascos en el siglo VIII. Entonces, vivía yo en San Sebastián y, desde entonces, todo lo
vasco me interesa. Últimamente, me he carteado con mi amigo Jesús García Castrillo,
lingüista eminente y buen conocedor del euskara o vascuence. Su tesis confirma una
sospecha que muchos teníamos. No se trata de un idioma anterior al latín, y menos
aún coetáneo de la Torre de Babel; se desarrolla en los primeros siglos de la Edad
Media, con el influjo principal del armenio.
Somos muchos los que nos hemos preguntado por el milagro del arte románico, sobre
todo, francés y español (la parte de los reinos cristianos) a partir del siglo X. Fueron
“siglos oscuros”, en los que la población autóctona se dedicaba, penosamente, a
cultivar la tierra o a guerrear. ¿De dónde salieron los constructores de las
maravillosas iglesias románicas? Fueron, fundamentalmente, las nutridas cuadrillas
de armenios. Provenían de un territorio cristianizado antes de que lo fuera el imperio
romano. En Armenia habían levantado numerosas iglesias de piedra. Ese origen
“oriental” del arte románico se advierte, de forma eminente, en los cimborrios de las
catedrales de Zamora y Salamanca. Hay otras muchas huellas culturales. Se conservan,
actualmente, en los típicos deportes populares vascongados: cortar troncos y levantar
piedras. Es una afición que no se conserva en otras regiones de Europa.
Lo que me interesa destacar, ahora, es el notable paralelismo entre el idioma armenio
y el vascuence. García Castrillo lo ha demostrado con todo tipo de pruebas. A pesar de
que puedan contar otras raíces y, desde luego, la influencia del latín vulgar, el euskara
fue una lengua que se formó en la Alta (y oscura) Edad Media por la influencia de los
armenios. No es casualidad que las primeras palabras escritas, tanto del castellano
como del vasco, aparecen en un códice de San Millán de la Cogolla (la Rioja), alrededor
del siglo X.
Muchos de los canteros y leñadores armenios se concentraron en el norte de España y
sur de Francia, acogidos al aislamiento de sus valles. Fue una forma natural de
“confinamiento” (como diríamos en la jerga actual) frente al azote de las recurrentes
pestes. Como es natural, terminaron por mezclarse con la población aborigen. El
argumento de García Castrillo me ha convencido.
Por tanto, nada de la leyenda de la autoctonía romántica de “los vascos en el siglo
VIII”, como herederos directos de los tiempos de Noé. El vascuence no es,
precisamente, el idioma hablado en el Paraíso Terrenal. Se trata de una construcción
medieval, paralela a las lenguas romances, a partir estas del latín vulgar. Con lo cual se
demuestra, de paso, que no puede sostenerse por más tiempo la hipótesis de la
“pureza racial” de los vascos.
Se ha difundido otra teoría lingüística: la proximidad entre el euskara y el beréber del
Magreb. Podría ser, también, consecuencia de una rama de las migraciones armenia
por las costas africanas del Mediterráneo. Armenia ha sido, siempre, una nación de
emigrantes, machacados por los poderes vecinos de su lugar de origen.
No pretendo ser original, ni puedo exhibir méritos de la ciencia filológica, que no
poseo. Pero “nada de lo humano me es ajeno”, según la máxima de Publio Terencio
Africano, que San Agustín hiciera suya.
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