sábado, 27 de agosto de 2016

EL BACO (Cap. 16, 17, 18, 19, 20)


(F. Mompou. «Impresiones íntimas»)
Sin más hebillas que cerraran las experiencias de Pablo, transcurrió el trayecto. Como había dicho Honorino, le resultó muy fácil buscarle medio de transporte: el primer camión que repostaba. Nadie podría encontrar situación destacable de la que extrajera información valiosa a la conversación «traquetreante», en el leal vehículo, entre Pablo y el maderero, que llevaba tablones a una fábrica de envases. Además, como suponía desandar lo andado, ni siquiera se admiraba Pablo —a pesar de que había sido una constante en sus juveniles descubrimientos— de la diversidad de los paisajes un poco más oscuros por el caer de la tarde. No obstante, como el sol poniente daba de lleno en el parabrisas del jadeante rinoceronte, el chófer casi no veía, por lo que decidió pararse hasta que cayera la tarde, con la consiguiente desesperación de Pablo.
Aprovechó la explanada, delante de un mesón custodiado por chopos orantes, al lado de la ribera donde el trémolo de las hojas, a causa de la brisa vespertina, centelleaba fulgores recibidos de las aguas transparentes. Detrás de las edificaciones desembocaba un afluente en otro río del mismo tamaño. El camionero miserable, con gesto tosco y el ombligo fuera, engulló una ración de callos picantes entre dos latas de cerveza que le encarnizaron más las petequias de sus pómulos. A Pablo le dio cierta repugnancia, y como siempre, pidió una coca-cola. No tardó el hombre de la visera en encontrar tute con otros tres camioneros. Con cada jugada, bajaba un santo del cielo después de machacar el ara, recordando en cada rezo, ora la Hostia, ora la presunta puta del Obispo. Del rosario de jaculatorias, la más rebuscada hacía referencia al viril de la custodia, por lo que demostraron los cuatro tahúres no ser legos en las sagradas liturgias de la baraja española. Por no verse desplazado, Pablo probó fortuna en una máquina que llamaba la atención del transeúnte con repetitiva melodía, que, por suerte, después de tragar seis monedas de cinco duros cada una, vomitó dos mil pesetas. Con el martilleteo de la plata, como diría un argentino, los cuatro puros farias brillaron en las últimas chupadas cesando el santo duelo por momentos. Las caras se volvieron envidiosas máscaras, y el mesonero, que echaba la cuenta con una tiza escolar sobre una pizarra, miró maravillado por encima de las gafas: la máquina era nueva y estrenaba premio. «¡El seis de oros!», arrastró el de Collanza. «¡El siete!», vociferó desafiante el paramés con un puñetazo en el tapete. «¡La puta de oros!», el berciano echó remiso la carta. «¡El jaco lo reservo, echo el as y canto las cuarenta!», terminó el nieto de arrieros maragatos la partida, por lo que quedaba exento de pagar el café y faria. Como vio a Pablo guardar el dinero ganado en la mochila le solicitó: «¿Me invitarás a las consumiciones? Yo pongo el coche y la gasolina. Te llevo hasta Astorga, que allí he de descargar en la aserrería». El maragato pretendía que le saliera gratis la parada.
Pablo se aturdió con el desplante y no tuvo más remedio que apoquinar como un pagano. Se dio por safisfecho al pensar que era mejor volver a Astorga, porque si cambiaba el rumbo, como había decidido, se iba a levantar tal polvareda que le ocasionaría disturbio a su persona.
Antes de que cerraran los comercios tomó la iniciativa de invitar a una copa en la Virgen del Camino, ya que desde lejos, como anochecía, divisó un letrero de Farmacia con la cruz verde a la derecha, que empezaba a encenderse; y al otro lado de la carretera una hilera de bares y marisquerías. Paró el lugarteniente el infernal ruido, a instancias del pupilo, después de retemblar la caja y la cabina al sacar la llave de contacto. Se dirigió Pablo a la farmacia donde mancebo y boticario interrumpieron el balance para que entrara en la caja del día el importe de la compra: una venda y un esparadrapo. Allí mismo, ayudado por ellos, se hizo un encañije en el tobillo. Esperó el camionero a que saliera por no tener ocasión de enterarse de la suerte que corriera la dolencia. Cruzaron la calzada detrás de dos cantores alegres que entraban en un bar dando bandazos. El maderero aprovechó para tomar un güisqui. Pablo, como siempre, jarabe americano. Pagó sin reticencia cumpliendo su promesa. Mientras el camarero tomó la calderilla de manos del muchacho, el nieto del arriero miró para otro lado. Treinta y nueve kilómetros quedaban, que se hicieron eternos. El silencio obligado de los conferenciantes, por el estruendo mezclado con chirridos, limitó a cero las palabras durante el viaje; y como si de taxi se tratara, llegaron a la misma Eragudina al lado de Fuente-Encalada, mientras que entre el cielo y el Teleno, un reflejo quedaba de lo que había sido el día.

17
(J. S. Bach. «Partita I»)
Al ver llegar a Pablo, el Vasco quedó fosilizado, y, trepidante, después de una jornada inmersa en la tragedia de búsqueda infructuosa, paulatinamente llegó a la angustia. Contenido el aire, se le desinflaron los mofletes. Sólo Eva fue la confidente que compartió los momentos de zozobra con secreciones gástricas en demasía. Con los disgustos, el Vasco se abocaba a enfermar de jaqueca y de dolor de estómago.
Pablo, el muy tunante, se despidió del camionero cojeando. A estas alturas, no era el mismo que cuando salió de Málaga.
Al Vasco, le vinieron a la mente, ya que había sido un buen cristiano, la parábola del buen samaritano al observar la cojera de Pablo, y la del hijo pródigo en cuanto a la vuelta al redil del disidente.
Como caníbales a un extranjero lo cercaron, preguntándole por su paradero durante todo el día, por este orden: el Vasco, Eva y el resto de los compañeros.
Ante la impertinencia, fantaseó unas peripecias tan bien urdidas que todos le creyeron a pies juntillas, por lo que el Vasco tuvo que morder su intención de reprenderlo: amanecía cuando un dolor intenso lo despertó sobresaltado y les describía un estoque clavado a lo largo de la pierna, como si estuviera rasgando la safena. Intentó estérilmente despertar a alguien, a lo que respondieron con ronquidos pertinaces. El Vasco se enrolló en su saco a pesar de haberle dado unas palmadas. Desesperado, optó por arrastrarse hasta la carretera y pedir auxilio a una lechera que dejó su trabajo por llevarlo en su borrico al médico de urgencias. En el ambulatorio, apenas había medios de diagnóstico: la mesa de exploraciones, un termómetro y un fonendoscopio. «Probablemente habrá que intervenirlo», oyó al doctor decirle a la enfermera. «Lo mejor será pedir una ambulancia y que en León le hagan las radiografías». Ligamentos, gangrena y otras palabras que no entendía lo asustaron de tal manera, que al preguntarle por su domicilio y pedirle la cartilla, se olvidó de dónde procedía y les dijo que sin consentimiento de su padre no lo operaran, por si se quedaba en la anestesia. Deliberantes los médicos, decidieron una inyección y unas grageas: ¡santo remedio!, que a las dos horas se fueron calmando los dolores, y hasta el momento, sólo quedaban unos pinchazos soportables. A pesar de todo, se disponían con sumo cuidado a viajar de regreso a la Eragudina con gotero, oxígeno y no sé cuántos aparatos, cuando de pronto una llamada urgente obligó a la ambulancia a cambiar de rumbo; y los celadores, sin consultar con nadie, solicitaron ayuda al camionero que salía de una obra delante de la clínica para llevar unos tablones hasta Astorga.
El Vasco, compungido en su sosiego preguntó cariñoso:
—¿Qué has comido?
Y Pablo:
—Nada, nada: las medicinas.
—¿Qué quieres que te hagamos? Quedan unos huevos y una sopa de sobre; o si prefieres te llevo a un restaurante.
—Después de todo el día, sin desayunar siquiera, mejor será pescado.
—Lo malo es que, sin medio de transporte, tendría que llevarte a costillas.
Pablo torció la cabeza y alzó las cejas significando en silencio: «tú tienes la culpa».
El Vasco cogió a Pablo como un jumento a su dueño y repitió el itinerario de la lechera hasta la Pensión García. Subiendo la cuesta le preguntaba:
—¿Qué tal llevas la pierna?
Sudaba el Vasco con aquel peso hasta por la pantorrilla. Pablo le contestaba:
—Llamaré a mis padres y que vengan a buscarme.
—Nos iremos todos. Yo también estoy enfermo.
—Por mí, no vais a interrumpir el viaje. A lo mejor mañana esto ha cambiado y me encuentro recuperado. Si puedo caminar continuaremos.
Al Vasco le sobresalían las venas. Casi lo ahogaba pues abrochó los dedos por delante del cuello.
¡Llegaba muy lejos Pablo con su venganza!
Al cruzar la puerta del restaurante y comprobar que los clientes los observaban, insinuó al Vasco que lo bajara para probar la fortaleza de la pierna mala.
—Parece que el efecto de las pastillas no ha terminado. Tengo un hambre que me muero.
Con reverencia y sonrisa, el «maître» les llamó señores y les ofreció la carta. El Vasco, teóricamente, ya había cenado. Pablo eligió lenguado al horno y congrio en salsa, al ajo arriero.
Mientras tanto, el Vasco mató el tiempo con un concurso de la tele, de los que reparten millones por responder a una minucia. Una vez acabado, del aparador lleno de botellas, adornado con una cesta de fruta en lo alto, por echar una ojeada, tomó «El Diario de León» y «El Pensamiento Astorgano». Los depositaba un cliente fiel a la casa, que salía disimulando un eructo con un palillo entre los labios. Los periódicos estaban muy manoseados de tantas lecturas como habían sufrido. En la portada de «El Pensamiento»: «Robo en la catedral de Astorga». Y seguía: «Según las pesquisas de la policía, se sospecha una pista para dar con los ladrones. Todavía no se han evaluado los daños. El cabildo hace inventario de los bienes catedralicios. Según declaraciones del Señor Obispo:“Todavía no se ha dado con lo sustraído”. Las esmeraldas del tesoro diocesano, propiedad de la Iglesia, junto con otras joyas de valor incalculable, serán analizadas por expertos del Instituto de Gemología para comprobar si los ladrones han efectuado el cambiazo. Los sistemas de seguridad aparentemente están intactos. Todo hace pensar que se trata de profesionales, pues no han dejado rastro alguno. Sólo un pequeño punto sobre una «i» han olvidado: se perpetró el robo sacrílego durante la noche, y con la prisa, dejaron dos ventanas abiertas. La redacción de este periódico ha podido saber el itinerario de los ladrones, reconstruido por el Inspector Jefe de la Comisaría de la ciudad de Astorga. Han tenido que utilizar una ganzúa para entrar por el archivo diocesano pues sólo existen dos llaves, una en depósito y otra la custodia el Sr. Archivero. Casualmente, durante la tarde de ayer estuvo ausente. Después de saltar por una de las ventanas del archivo y entrar en la sacristía, debieron de abrir la puerta por dentro para pasar a la Iglesia y, cometida la tropelía, dejaron todo como estaba, pues el señor pertiguero asegura que echó el cerrojo a su hora. Esperamos que pronto sean capturados los delincuentes y puestos a disposición de la justicia».
El Vasco, inexpresivo, quedó sin habla, como si le hubiera salido el lobo en el monte. Indicó con el dedo la noticia, que Pablo leyó mientras tomaba con sibaritismo desmedido los últimos mejores bocados.
En la mesa de al lado, dos señoras, de calicó y tafetán las blusas y manga larga en el verano, terminaban las natillas comentando:
—¡Menos mal que los ladrones no profanaron la Eucaristía! Pablo y el Vasco aguzaron el oído.
Se amohinó la más tímida:
—¡Nos quedamos sin misa!
Engallecida, la pizpireta:
—¡Ay, hija! Yo, es que soy del Perpetuo Socorro. Hubieras llegado a la de los Redentoristas. A mí, la misa de la catedral siempre me ha parecido demasiado ostentosa. ¿Qué quieres que te diga? —en vez de subir, bajó una octava en la cadencia.
Frunció las rayas que simulaban labios, y con la boca pequeña habló para dentro:
—Con el nerviosismo, el Beneficiado casi se desmaya.
Se tornó comprensiva la más dispuesta:
—¡El pobre es tan grueso!
Temblaron los párpados de la ensortijada supersticiosa:
—Íbamos a preparar la convivencia de las Hijas de María. Nos enteramos de tan abominable crimen porque Don Fausto salió desencajado, como si hubiera visto al demonio.
Interrumpió la cucharadita entre plato y boca, tez tersa, pupila incisiva, ladeando la cabeza:
—¿Robaron los cálices de oro?
Adoctrinante la más matrona, relajó los hombros:
—¡Eso es lo extraño, que no robaran los cálices!, pero date cuenta que el oro pesa mucho. Todo apunta a que han sido unos bandidos refinados. Alguna piedra de las del tesoro, seguro que falta. Yo, por si acaso, ya he echado la oración a San Antonio: «Si miras milagros, mira, muerte y error desterrados. El mar sosiega su ira, redímiense encarcelados…»
Corrigió piadosa la delgadita:
—¡Pero, mujer, no reces aquí! Además no te la sabes. Ya te la daré yo, que la tengo en el devocionario.
Se molestó la gorda desfoliándose:
—¡Cómo que no me la sé?: «Si miras milagros mira, muerte y error desterrados, los peligros se retiran los pobres son remediados. Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espirituisanto». Cualquier sitio es bueno para hacer oración y como dijo Santa Teresa: «Entre los pucheros anda el Señor».
Casi discuten:
—Pues no y no. Así no es; es mucho más larga; y si no la dices bien no hace efecto.
Pablo y el Vasco tuvieron bastante con lo escuchado y leído. Sin esperar más pidieron la cuenta.
Con pasos chinos y aire de petimetre, el camarero se acercó ondulante entre las mesas:
—¿Qué quiere el señor de postre?
Contestó el Vasco repetitivo y ansioso:
—Tenemos prisa. Traiga la cuenta.
—No hace falta. Si no desea postre: mil novecientas.
El Vasco pagó con el dinero del fondo. Pablo se olvidó de su pierna y salió deprisa para poder hablar tranquilo.
Se vieron fuera caminando cuesta abajo muy agitados. El Vasco no estaba dispuesto a hacer de acémila y le dijo a Pablo:
—Somos muy necios. Nos la hemos estado jugando. ¡Qué inconscientes! Deberíamos haber salido de Astorga inmediatamente. ¿Cómo no supusimos que se alarmarían, dado el estado en que dejasteis todo? Vosotros sois menores de edad y yo soy el responsable.
Simulaba Pablo inocencia y asimiló la pista de que el Vasco era el único responsable. Con tal fuerza asió esta idea que no la soltó nunca.
—A fin de cuentas no robamos nada, sólo unos destrozos sin importancia.
Conteniendo su enojo el Vasco:
—¿Sólo unos destrozos? Ya me decía Eva que cómo podía confiar en unos chiquillos. ¡Dejar la sangre por las paredes! —movía todo el cuerpo y balanceaba la cabeza—. Si nos apresuramos, podemos tomar el expreso de Madrid a las dos y cuarto de la mañana.
Pablo recordó que debería seguir disimulando:
—No vayas tan deprisa, no creas que esto no me duele; lo que pasa es que he encontrado la postura de la pisada en que se hace soportable.
La luna, un poco apepinada, se antojaba menguante. La mente del Vasco era un torbellino y temía que al llegar al campamento faltara alguien que le impidiera cumplir sus pretensiones de partir esa misma noche. Al cruzar la carretera Madrid-Coruña, perdió la mirada en el horizonte de lucecitas rojas, envidioso de los coches que se dirigían al sur de España. Por suerte, no faltó nadie. Estaban hartos de la discoteca. Leo intuyó a lo lejos, entre la arboleda, la silueta de Pablo; tenía muchas ganas de preguntarle los detalles, porque tras intentar sacarle un guiño o alguna mueca, no pudo descifrar nada de su semblante antes de que hubiera marchado con el Vasco. Sin alertar a sus compañeros salió a su encuentro, jubiloso de que se encontrara solo. Cuando llegaba, guardó silencio tras una palabra hueca, ya que el Vasco se acercaba unos metros detrás, pues había quedado rezagado después de orinar al lado de un árbol. La conversación quedó postergada; no había más remedio.


18
Desmontaron las tiendas de campaña antes de lo previsto, pues todavía quedaban dos horas. El motivo del convencimiento lo constituyó un discurso improvisado con el que el Vasco comunicó a todos que lo de Pablo era peligroso; debían llegar a casa lo más pronto posible; de ahí, la colaboración desinteresada de los quince muchachos y muchachas, quienes siguieron las instrucciones del Vasco:
—Marcharemos a cinco por hora. Repartid equitativamente el peso de las mochilas. Evitaremos la cuesta y así no cruzamos Astorga; por lo tanto, rodearemos por debajo de las murallas. No cantaremos ni hablaremos muy alto para no molestar a nadie, que ya es muy tarde.
Algo menos de una hora les llevó el camino hasta la estación. El Vasco sacó los billetes con el dinero del fondo y todavía les sobró tiempo. Los que cabían, esperaron sentados en los pocos bancos del vestíbulo; el resto, tirados por el suelo. Hasta que llegó el tren, alguno echó una cabezada.
Se desparramaron por los departamentos por buscar comodidad para tenderse en aquellos en que la gente escaseara, ya que la mayoría de los viajeros dormitaba ocupando más plazas de la cuenta. Eva y el Vasco, sin llegar al amartelamiento, parecían traspasar el umbral del flirteo. Jorge, Leo y Pablo buscaron sitio para ellos solos; otra vez volvieron a estar juntos. Aunque dos desproporcionadas distancias los separaban en la carrera por ser adultos, los tres se encontraron con el humor suficiente para jacarandainas. En una estación con parada de un minuto subió un hombre muy pulcro con cara de extranjero, quien, de la misma manera, buscaba sitio holgado y fue a parar al departamento de los tres muchachos, que era el más vacío. Con el periódico en la mano y la otra llena de equipajes preguntó mirando a cada uno sucesivamente, con cara despistada, señalando un lugar desocupado:
—¿Hay alguien en este asiento?
Sin saber por qué, ante frase tan hecha, pensaron telepáticamente, al unísono, que, al pie de la letra, era una tontería. Contuvieron la risa habiendo convertido la situación en hilarante. Cruzaron repetidamente las miradas mientras que el pensamiento jocoso iba «in crescendo». Todo esto ocurría en unas décimas de segundo. Contestó Leo decidido:
—No, no. Ahí no hay nadie.
Pablo ya tuvo que mirar por la ventana sesgando la boca con rictus bufo. Leo y Jorge miraron para el suelo apretando las mandíbulas. Ausente el nuevo viajero de lo que estaba pasando, reanudó su discurso diciendo, mientras colocaba las maletas en el portaequipajes:
—¡Ah, bueno! Si no hay nadie, entonces me quedo.
Pablo no pudo contenerse, explotó en una inmensa carcajada y salió al pasillo inmediatamente. Los otros dos siguieron el ejemplo y se vieron los tres en la plataforma retorciéndose:
—¡Tío, qué cachondeo!
—Yo entro al váter, que me estoy meando —dijo Jorge.
—Nunca sospeché que, por una cosa así, iba a pasar tanta risa.
Cuando fueron amainando en sus «esparavanes», aprovechando que Jorge se encontraba dentro, confidenció Pablo a Leo:
—Hasta ahora no he tenido ocasión. Tengo muchas cosas que contarte. No te impacientes. En Málaga, tranquilamente, tendremos tiempo.
Al día siguiente, por la noche, después de hacer trasbordo, llegaron a Málaga como los soldados después de la derrota.
Al Vasco se le quitaron las ganas de más excursiones con alumnos.19
Leo no se conformaba con su ignorancia, pensaba que mejor hubiera sido no haber recibido noticia hasta que Pablo le contara pormenores. Al llegar a casa se formó cierto revuelo por la sorpresa que produjo el adelanto del regreso. Después de saludar a la familia y de haber dado las explicaciones oportunas, llamó a Pablo para preguntarle por lo enigmático de su confidencia:
—¿No me puedes adelantar algo ahora, por teléfono?
—¡Coño, Leo! Ahora estoy con mis padres y es muy largo. Mañana nos vemos en la playa.
—A las ocho de la mañana.
—¡No jorobes, tío! A esas horas estaré soñando con Pedro Mato.
—Eres un cabrón, tío. Me tienes intrigadísimo.
—Pero no es mi culpa. La culpa la tienen las circunstancias. Yo creo que las doce es buena hora. Además, ya sabes que mi madre no perdona y tengo que hacer la cama, pasar la fregona, ordenar la habitación y todas esas cosas de las que tú estás exento.
—Explota el rollo de la pierna.
—¡Cómo voy a engañar a mi madre?
—¡No es engaño! ¿O no la tienes jodida?
—Mañana te lo cuento; es muy largo.
—¡Joder, qué intriga! Claro, como tú lo sabes todo…
—Y tú sabes algo, que fuimos compañeros de fatigas.
—No puedo imaginármelo; y ¡mira que le he dado vueltas desde que me metiste los perros en danza hasta que terminó el viaje!
—Mañana en la playa, tranquilamente, te enterarás de todo.
—Vale, pues, a las once y media.
—¡Que no, coño! Que a las doce.
—Vale, como tú digas, hasta mañana en la playa.
Al día siguiente, con puntualidad inusitada en la ciudad de Málaga, Leo esperaba desde las doce menos cuarto. Por el contrario, Pablo se presentó a las doce y media.
—¡Macho! Creí que no llegabas. ¿Qué traes en esa carpeta?
—Ahora te cuento. Vamos a sentarnos en la arena.
Se acurrucaron a la sombra de una barcaza de madera que estaba en huelga porque le faltaban unas tablas de la panza. Comenzó Pablo por contarle, someramente, su viaje el día de la ausencia. Lo que más impresionó a Leo fue el encuentro del sepulcro en la catedral del vino; y apostillaba de vez en cuando si no estaría narrando una fantasía, dada la inverosimilitud de los sucesos. Pablo se guardaba su primera intención de abandonarlos a todos en la Eragudina de Astorga, y a pesar de que Leo era su mejor amigo, alardeó de perspicacia insinuándole que su inteligencia fue preclara al intuir dónde debía dirigirse; pero como Leo tampoco era tonto, cayó Pablo en la trampa de la agudeza de su amigo al preguntarle:
—¿Por qué se te ocurrió? ¿Qué fuerza interna te empujaba a dirigirte, sin saber nada, al hipocentro? Me estoy quedando anonadado, como si me sacudiera un terremoto. No entiendo cómo coño se te pudo ocurrir investigar todo.
Se sinceró Pablo al no poder salir del atolladero y reculó a posiciones exentas de vanidad superflua:
—Vino dado de la mano. Todo empezó en la conversación con el guardagujas del paso a nivel de la carretera. Claro, que ya tenía algunos elementos en los que apoyarme. Tengo que contarte desde el principio, ¡cronológicamente... mejor dicho! Todo empezó la noche de la luna llena cuando tú saltaste al patio y yo me quedé unos minutos dentro del archivo con la linterna.
—¡Serás mariconazo! ¿Qué pasó?
Pablo abrió la carpeta moviendo la cabeza a ambos lados para comprobar que nadie los observaba. Mostraba aspecto vesánico, con el pulgar y el índice temblones. Farfulló una palabra destilando una gota de saliva:
—¡Ves?
Consoló Leo su aturdimiento:
—¿Qué te pasa, macho? ¡Estás nervioso! No será pa tanto.
Repitió más tranquilo terminando de mostrar el pergamino de la miniatura:
—¡Ves esto?
Leo exageró el frunce de su ceño duro.
—Déjame cogerlo.
Se le arremolinaron los azules y rojos en el hipotálamo:
—¡Esta es la miniatura que tendríamos que haber fotografiado en el archivo! Leo se sintió muy pequeño al lado del gigante:
—Ahora entiendo todo el rollo que le montamos al Vasco. Bueno, que montaste. ¡Y yo, sin enterarme!
Se cruzaron la mirada. Pablo con los ojos semiabiertos, totalmente relajado. El mayor triunfo de su vida, a pesar de su expediente académico, lo anudó en este momento solemnísimo de cara a las olas de levante, que de minuto en minuto se encabritaban bajo un capote de nubes tormentosas. Una señora llena de varices era la única persona que quedaba en la playa, arremangaba la falda y recogía conchas.
Leo cogió un puñado de arena, se separó unos metros y lo lanzó al aire tan lejos como pudo, como si quisiera llegar hasta África. Voceó largamente:
—¡Eres un genio! ¡Eres un genio!
A la señora se le cayó la bolsa de plástico.
Pablo le contestó pletórico:
—¡Somos un par de gilipollas atrapados en la sacristía!
Explotaron los dos en una carcajada muy larga, casi eterna, como las olas blancas.
Leo se acercó sosegándose:
—¡Y yo sin enterarme! ¡Eres un genio...! ¿Tienes algo más en la carpeta? Lacónico Pablo:
—¡Mira! ¡Mira bien este pergamino! A lo escrito me refiero, no a la miniatura con esos palotes. ¡Está en latín!
—Con el latín que aprendimos en segundo, mal nos las arreglaremos. —Sí hombre, yo he descifrado algo: In era... eme, ce, tres equis y cuatro palos, son números romanos. In era mil ciento treinta y cuatro. Esto quiere decir: que era; o sea: que sucedía en ese año.
Leo torció el hocico pensativo:
—No me convence mucho. Será mejor preguntarle a uno de letras.
—No,no,eso ni pensarlo. Tendré que aleccionarte no siendo que lo escachifolles todo. No lo comentes con nadie. ¡Ni con tu padre! Si interrumpimos la excursión no fue por mi pie dislocado, sino porque la policía anda tras las esmeraldas del tesoro; pero cuando compruebe que no falta nada de la catedral, echarán de menos estos documentos. Tendremos que descifrarlos nosotros solos.
Leo, alarmándose, soltó la miniatura en las manos de Pablo, se irguió y respiró profundamente:
—No merece la pena que nos expongamos. ¿No quedamos en que le dieran por el culo a la tesis del Vasco?
Siguió Pablo explicándole el intríngulis en el que se veía envuelto y tomó los pergaminos con una mano y el «Cuaderno» con la otra mostrándole la pasta atravesada diagonalmente, de abajo a arriba, por esa misma leyenda caligrafiada con letra inglesa gigante, subrayada por una línea que partiendo de «o» terminaba bifurcándose en forma de cimitarra.
—Este cuaderno es mío.
—Sí, pero los pergaminos, los robamos del archivo; son dos cuestiones distintas —se inquietó Leo.
—Bueno, vale, no mezclemos las cosas, pero el cuaderno es mío; me lo regaló Honorino el viejo. ¡Míralo! No tiene problemas de caligrafía y está traducido al castellano. Los escritos originales, algunos de los cuales están traducidos en este cuaderno, desaparecieron cuando la guerra y eran latinos; mejor dicho: estaban escritos en latín. Vamos a leerlos:20
(N. Paganini. «Concierto No 4, re menor»
ESCRITURA PRIMERA:
«Acontecieron los hechos en las tierras a la izquierda del rio Esla. Se asentaron en ellas Aboabdella con sus cuatro preciosísimas esposas y Yamal-Sadig con sus dos preciosísimas esposas. 
»Cultivaron las tierras hasta los oteros y caminaron tanto con los bueyes y carros de tierra en tierra que hicieron karrarias. Por las karrairas llevaban los boves y las oves (bueyes y ovejas); hicieron quesos y cultivaron viñas; y cuando Aboadella y Yamal-Sadig tenían sed bebían agua fresca del (flúmine) Esla. Hicieron vasijas de medio mogate y de mogate entero. Y tuvieron mucha descendencia; tanta, que no podía contarse. Y seguían la ley de su profeta Mahoma. Construyeron acequias y almenaras para tener agua fresca y purificarse. Y construyeron los hijos de Yamal-Sadig duas alcantarillas para que las aguas inmundas se purificaran en el río Dorio que es como el mar. A los ríos les llamaban Naar y al mar le llamaban Bahar. Vivían felices Aboabdella y Yamall-Sadig, y eran viejos esperando que su Dios les premiara con el paraíso y con más bellísimas esposas. Y sus hijos tuvieran más bellísimas esposas que se bañaran en el Uad.»

—Pero, vamos a ver... que yo me entere —interrumpió Leo cuando Pablo leía en alto—. ¿Quién escribió esto?
Respondió Pablo solícito:
—Lo tradujo el cuñado de Honorino el viejo, que casi había llegado a ser cura, pero colgó los hábitos y no terminó la carrera eclesiástica. Si ya te lo expliqué, lo que pasa que es muy complicado y no te has enterado bien. Cuando Honorino compró la bodega a Ceferino durante la guerra civil…
—¿Qué guerra civil?
—¡Joder, macho! ¿Cuál va a ser? Con el coñazo que nos dio el de Historia con la guerra civil española. Que si Franco y que si los comunistas. ¿No te acuerdas que al entrar en clase nos saludaba con el puño y nos decía que la directora era fascista porque había sido nombrada a dedo?
—Ese tío estaba pirao. Yo empollé pa sacar sobresaliente y ya no me acuerdo de nada. No me explico cómo un tío con barba podía decir tantas gilipolleces: que él era rojo y los demás azules. Claro que, bien mirado, los colores rojo y azul deben de tener mucha importancia en la historia de España. De la mezcla del rojo y el azul sale morado, que también ha debido de tener cierta importancia: recuerda la bandera republicana... Pero, ¡bah!, dejémonos de simbologías porque me estoy comiendo demasiado el tarro.
—Bueno, a lo que iba: el caso es que Honorino se encontró con que, entre los objetos de la bodega, había un baúl lleno de pergaminos, que era como un tumbo, pero en vez de pertenecer a un monasterio pertenecían a la bodega. Entonces, el cuñado de Honorino se puso a traducirlos porque sabía latín. Esto está escrito de puño y letra por el cuñado de Honorino el viejo. La pena fue que se murió al poco tiempo sin terminar de traducir del latín todos los escritos. Sólo pudo traducir estas páginas.
—¡Vale! Sigamos leyendo. Espera —se aplicó Leo escudriñante y concienzudo—; eso del margen en letra pequeña…
—Es una nota, como si fuera un borrador que el cuñado de Honorino apuntaba para que no se le olvidaran detalles. Date cuenta de que va escrita entre paréntesis y todo lo que el cuñado escribió entre paréntesis son notas suyas, y lo que va entre comillas corresponde a la traducción de los pergaminos originales —explicó Pablo y se entretuvo en leer la nota al margen:
(En árabe, río se dice Uad, pero el plural es irregular y ríos se dice Naar. En la zona tenemos el Torío, Esla, Cea, Valderaduey y muchos arroyos)
Interrumpió Leo con chanza:
—¡Joder con el cuñao! No se dejaba detalle. Sí que se informó el tío…
—Venga, venga, déjate de coñas. Sigamos:
«Muchos hijos tuvo Yamal-Sadig pero el más bello y fuerte era Zamaliel. El rey de Legione, (León), que era cristiano, tuvo mucha envidia de Zamaliel y de sus germanos (hermanos) con sus bellísimas esposas que se bañaban en los Naar.
»El rey de León tenía una esposa zancuda y fea y escondía tanta maldad que picaba con agujas finas cuando veía su efigie en un espejo. Era muy fea y nunca se bañaba en el río Bernesga porque se veía en las aguas muy fea y lacerada.
»El rey dijo al Obispo que compraría una esposa en el río Esla o en el río Cea y así no merecería condenación pues no la usurpaba.
»El Obispo gritó gritos fuertes que se oían en Oviedo. Oíd bien lo que dijo: Si tomas otra esposa y repudias a la regina serás descomulgado y con Judas Iscariote serás dañado en el fuego del infierno. El rey, de inicio, se turbó pero después gritó gritos más fuertes que se oían en Oviedo y en Galicia; y con los gritos del rey, el Obispo se atronó los sus oídos. El rey caminaba muy rápido con la testa agachada de un lado al otro lado del corredor, y gritaba gritos más fuertes cada día. Y cuando caminaba la carrera del corredor con la cabeza agachada, se hería heridas en la testa y se olvidaba de la sangre, y repetía las heridas con sangre. Un pensamiento le salía con la sangre: las especiosísimas y bellas esposas de Zamaliel y sus parientes, que se bañaban en los ríos.
»El rey tenía tres caballos que se llamaban: Kumait, nombre arábigo, como el caballo, que en romance quiere decir Castaño. Este lo tenía para la guerra. Otro caballo llamado Ajdar, que en romance quiere decir Negro; éste lo tenía para las cerimonias. El tercero se llamaba Achabamani que en romance quiere decir de pelo y cabeza blanca. Este lo tenía para pasear.
»Una mañana del mes de mayo, tomó a Achabamani; y sin custodios marchó al río Esla y espió, entre las yerbas muy altas, desde la otra orilla del río, a las esposas de Zamaliel cuando se bañaban. Tanto se arrastró entre la yerba para verlas bien, que se tiñó de color verde su pulcra ropa de rey. Las vió tan especiosas y formosas que las deseó. Y se frotó tanto que se produjo la regia masturbación».
(En el margen del pergamino alguien distinto del amanuense copió una letra que parece la de una canción, dada su estructura, pero sin duda es muy reciente comparando el tipo de letra con la del pergamino. Yo creo que debe de datar del siglo XVIII o XIX, aunque habría que analizarlo más despacio. Además la tinta es muy tenue, muy aguada y cuesta mucho trabajo leerla, pero la he podido descifrar toda ella. Dice así):
«Por las mañanas frescas del mes de mayo
el rey malvado
buscó un amor.

Una mujer morena
de largas trenzas
que se bañaba
se le antojó.

Como no tenía puente
para alcanzarla
por no mojarse
desesperó.

Caminó por las sendas
de la ribera
hasta rendirse
de su aflicción.

Por las mañanas frescas
del mes de mayo
voces amargas
gritó el señor.

Le pidió a la morena
que desde el agua
le recogiera
besos de amor.

Por las mañanas frescas
del mes de mayo
con su caballo
salió el señor.

Por las mañanas frescas
del mes de mayo
el rey malvado
buscó un amor.

Como no lo encontraba,
triste y turbado
con su desdicha
desesperó».
(Yo creo que esta letra ha sido posteriormente muy deformada, porque existe una canción, que todavía se canta que dice:
Una tarde fresquita de mayo
cogí mi caballo
y me fui a pasear
por la senda
donde mi morena
gentil y risueña
solía pasar.

Y no tiene sentido si no se trata de una deformación de la original, pues las tardes de mayo no son fresquitas sino calurosas. Sólo las mañanas pueden ser fresquitas. Sigo traduciendo el pergamino):
«El dios cristiano es blando y perdona; pero nuestro señor Príapo, hijo de Dionisos y Afrodita, señor y dios de los jardines y las viñas, lo castigó a erección para siempre; y para que sus vasallos no se rieran de él, vistió siempre largo sayal y pagó con penitencia para su dios; y todos sus vasallos, desde entonces, le cambiaron el trato de “mi señor” por el de “viejo verde mi señor” en sus pensamientos.
»Al verse siempre de aquella guisa, gritó gritos más fuertes en el corredor y se enfureció y mandó matar a todos los habitantes entre los ríos Esla y Cea. Allá fueron tocando los tambores con lanzas y espadas los sus hombres militares.»
(Está borroso pero parece que pone: illos homines suos milites Regis).
«Sembraron el terror. Mataron a los ancianos y a las esposas las violaron y las mataron y a muchos pueros y a muchos niños y niñas. Y las tierras mesopotamias, (no se refiere a lo que fue Asiria, entre el Tigris y el Éufrates, al lado de Persia, sino a las tierras entre el Esla y el Cea), quedaron sin voz y sin risas. Zamaliel era muy fuerte y corrió y se refugió en su mazmura, (que quiere decir bodega), y allí, como a un gato, lo prendieron los soldados del rey cristiano de León. Bien oiréis lo que decían: sacrílego pagano, te mataremos y destrozaremos tu bodega.
»Un soldado pequeño, antes de destruir las cubas y desparramar su contenido, probó el vino de Zamaliel y le gustó tanto que invitó a los otros soldados a que bebieran; y bebieron la bebida de la salvación. Y les gustó tanto que bebieron más y tocaron los tambores. Toda la mesnada se emborrachó hasta que cayeron al suelo todos y cayeron en profundo sueño».
(Aquí dice: Zamaliel in admirationem rapit. Lo traduzco así): «Zamaliel se asombró».
(Aquí siguen unas líneas escritas en caracteres arábigos que no entiendo muy bien y los dejo para el final con más tiempo. Ahora seguiré con una traducción más libre y no ad pedem literae. La prosa latina es bellísima y no parece que la escribiera un iletrado sino un hombre muy culto. No obstante para los que sepan latín, al final copiaré todo el texto para que se pueda gustar gustar la prosa).
«Viendo Zamaliel a todos los soldados dormidos tomó de uno de ellos la lanza, e hincando la moharra en sus cuerpos, los atravesó uno a uno con furia. El fuerte y bello Zamaliel estaba rojo, teñido de sangre que brotaba de los cuerpos como si de fuentes se tratara. Duró su trabajo hasta que el sol comenzaba a ponerse en las montañas. Quedaron los campos sembrados de muertos allegados a Zamaliel y de soldados del rey. Cuando hubo terminado, lloraron los sus ojos y pensó y volvió a pensar en el castigo que Aláh le había mandado, haciendo examen de los sus actos y de la asiduidad de sus oraciones, preguntándole a su dios por qué le había mandado aquel terrible llanto. Le llegaron a sus mientes revelaciones de su Dios Aláh recordándole que se habían olvidado del precepto de evitar comer lo prohibido que era la carne de muharram, que es el marrano. También le dijo Aláh que se habían olvidado de otro elemento prohibido para los sometidos (Muzlim, muzlamat), que era hacer vino y consumirlo; que eso era un vicio de los cristianos; y Zamaliel se arrepintió.
»Inmerso en estas revelaciones, lo hicieron volver en sí lejanos tambores de otra mesnada del rey que venía a comprobar qué había pasado, pues no retornaba la mesnada a León. Eran tantos caballos los que llegaban con sus jinetes, que el polvo de sus pisadas nubló el sol. Zamaliel ya se disponía a morir a manos de los miles de soldados que venían, y acataba el castigo merecido que Aláh le mandaba.
»Cuando se acercaron, nuestro padre y señor dios del vino entró en sus mientes y le reveló que se enfrentara, que si Aláh lo castigaba, él estaba para ayudarlo, ya que su divino licor había sido la salvación.
»Con la lanza en alto, se enfrentó al segundo ejército de innumerables soldados, que, al ver a Zamaliel manchado de sangre con bravura inigualable, y a los soldados del primer ejército del rey muertos por un sólo hombre, se atemorizaron sobremanera y emprendieron la retirada». (Aquí hay un problema de traducción porque dice:“pedibus flumen transeunt”, con el verbo en presente; pero no casa bien con el contexto, por eso lo voy a traducir por gerundio):«“…emprendieron la retirada vadeando el río”. Convencidos los cristianos de que habían sufrido un castigo divino, pues obra humana igual era imposible, llegaron a su rey, que seguía en su corredor dando cabezadas con el sayal abultado en su parte cólea. Hicieron examen de conciencia y pidieron confesión y se acusaron a su padre y Obispo de León de haber pecado contra el quinto y sexto mandamiento de la ley de Dios y aceptaron el castigo de su creador.
»El Obispo gritó gritos más fuertes que se oían en Oviedo y en Aragón cuando vio de aquella guisa a su Rey, viejo verde, y Señor.
»Salió el Señor Dioniso de las mientes de Zamaliel y desde la parte de fuera lo vio Zamaliel más claro y diáfano con mucha luz alrededor, tanta luz que brillaba más que el sol. Estaba sentado en un trono repartiendo sagrado licor alrededor».
(Este último párrafo lo destaco esmerándome en los trazos, porque aunque en el original no figura punto y aparte, sí está resaltada la tinta con alegorías de tres colores alrededor de las letras. Las alegorías no tienen interés pictórico alguno, puesto que son rayas rectas y curvas; y todas terminan en un caracol).
«El dios Dioniso mostraba tez risueña satisfecho de los pocos adoradores que lo adoraban, tanto hombres como mujeres, porque lo habían coronado con hojas de los jardines mesopotamios prolijos en selvas. El Dioniso (ille Dionisus) habló a Zamaliel palabras divinas. Bien oiréis lo que dijo: En buena hora naciste, bendita la madre que te parió (benedicta tua mater te parivit). Me adoraron griegos, me adoraron romanos y ahora apenas tengo sitio en el Olimpo, (no se cómo traducir unas abreviaturas que vienen ahora: “p.nul.atores”. Quizá quiera decir: “propter nulli adoratores”, pero siendo fiel al texto original creo que no debo traducirlo hasta no saberlo con exactitud). «En tierras de Astúrica también me adoraron en otros tiempos y los hijos de los hijos de mis adoradores se olvidaron de mi verdadero nombre Dionisos y pasaron a llamarme Baco (En el texto dice: “Bachus”), pero ahora no tengo lugar en el Olimpo. Más tarde también me adoraron en tierras legionenses sobre todo los soldados romanos y me pedían sagrado licor y yo les daba para que no les dolieran las heridas en las batallas porque mi licor curaba las heridas».
(Aquí hay un problema de traducción porque las palabras que pone son “feras curabat”, por lo que en sentido literal tendría que decir: “Cuidaba a las fieras o, lo que es lo mismo, amansaba a las fieras o amaestraba a las fieras”. Podría interpretarse como que los soldados eran muy fieros y los dulcificaba. También se puede interpretar como: curaba las heridas, que es como lo he interpretado en la traducción, suponiendo que el amanuense tuvo un error al copiar y se olvidó de la “i” y de la “d” de la palabra “feridas”. Si bien es extraño que en la línea anterior dice:“nec vulnera doleant bellis”, sería muy difícil pensar que utilice dos sinónimos con fines estilísticos: “vulnera y feridas”. Me inclino por la traducción): «...porque mi licor amansaba a las fieras». (Y sigue): «Mas ahora no tengo lugar en el Olimpo. Para que, “coetera deos” (lo interpreto como): para que el resto de los dioses del Olimpo me hicieran un lugar glorioso y me pudiera sentar con ellos, te he elegido a ti ZAIT-BEN-YAMAL-ZAMALIEL para que me glorifiques, y por eso te libré de la muerte de manos de tus enemigos con mi divino licor. Bien oirás lo que te digo: Harás construir un templo del vino bajo tierra porque no les sea extraño a los habitantes de la Mesopotamia. No tomarás más de una mujer, de la misma manera que los cristianos. Tampoco tomará más de una mujer ninguno de tus descendientes ni nadie que me glorifique. Si por olvido tomaras más de una mujer, mi Hijo Priapo te enviará terrible enfermedad al fallós (φαλλός).»
(Inexplicablemente lo escribe con caracteres griegos: Fi, alfa, lambda, lambda, omicron, sigma; podría haber utilizado la palabra latina, penis).
«A tu primogénito y al primogénito de tu primogénito y así hasta la eternidad les pondrás nombres griegos y no africanos ni cristianos; y serán los que propaguen mi culto y cuidarán el templo del vino. El resto de tus descendientes y sus seguidores se pondrán los nombres que deseen, sean nombres cristianos o sean moregatos».
(Esta palabra no tiene traducción porque pone “mauregatos” y dado el contexto tendría que poner “islámicos”).
«Puesto que conservar los nombres tradicionales de cada familia es importante para no hacer distinción y sean más los conversos a mi culto. Bien oirás lo que te digo: (En el pergamino hay punto, pero no está bien redactado) Cuando mi culto esté tan extendido, que un pintor cristiano del rey de León se haya convertido a mi culto, tú, Zait-Ben-Yamal-Zamaliel o cualquiera de tus primogénitos hará que pinte mi efigie como tú me ves ahora para que nadie se olvide y me veneren todas las generaciones venideras; y que en Olimpo nadie me quite el sitio. Y para que no se olviden, todos los seguidores de mi culto llevarán al templo, después de las vendimias, un odre de vino para las ceremonias en mi honor. Y para que no les resulte extraño a los tagarinos, sacrificarán un cordero y me ofrecerán sus dones en mi honor. Para que no les resulte extraño a los cristianos y a los tagarinos, pues para ambos, el viernes tiene gran significado, el primer viernes de cada mes sacrificarán pichones. En enero uno, en febrero dos, en marzo tres y así hasta diciembre que sacrificarán doce.
»Estas celestes y dulces palabras las pronunció Zamaliel, por última vez, antes de morir. Otras muchas veces las había pronunciado para que no las olvidáramos sus hijos e hijas y nosotros, testigos, las confirmamos y roboramos cuando todas las gentes de Mesopotamia ofrecen sacrificios al gran Dioniso, cuidador de todas las riberas. Por su felicidad murió nuestro padre Zamaliel, sonriente y derramó sagrado licor».
(La palabra que utiliza es“liquorem”, que en realidad tendría que haber traducido “sagrado líquido”; pero dados los contextos, creo que mejor puede traducirlo por “licor”. (*) Recordarme cuando lo pase a limpio que tengo que pensar bien precisamente estos detalles de las palabras, sobre todo las más importantes).
«Para que nadie olvide estas palabras hicimos esta (copio literalmente): kartula, IIII kalendas Octubris. in era DCCCCXXXVI». (Teniendo en cuenta que las eras medievales se referían a Cesar, hay que restarle treinta y ocho años, o sea que este pergamino se escribió en Octubre del año 898. Dos años antes de empezar el siglo décimo).
Pablo y Leo, juntas las cabezas, leían al unísono el cuaderno sin dificultad, ya que el cuñado de Honorino el viejo tagaroteó como los maestros nacionales de su época: la letra cursiva inglesa rayana en la perfección con algunos rasgos grafológicos de tenacidad, delatados en los rabos altos de las oes y los bajos de las aes.
Leo pestañeó aleteante, mirando al horizonte:
—Ya no nos hace falta nadie de letras. Está bien claro lo que es la era.
—Somos unos «incurto, ¡jijo!» —exageró Pablo el gracejo malagueño. 
—Pasa, vamos a leer otra.
—No, no, si todavía quedan unas líneas:
«Hermogenes-Ibn-Zaite-Yamale-Zamalielle scripsit. Filio suo.

»Germano Sajar cnf. Formosa Al-Hobb uxor Sajar Cnf. Germana Sayyida uxor Seid-Barid cnf. In hanc kartula manu nostra roborabimus et signum fecimus. Petrus testis. Satanagildus testis. Zaleb testis. Avolinus testis. Abundaze testis. Gildemirus testis. Arias Menendiz testis. Fredinandus Didaz testis. Garsea confirmans. Zafa Ibeniz cnf. Natales Cnf. Zuleiman Cnf. Teodoricus Ibenalgotiz Cnf. Gelovira uxor T.I. Cnf».

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