lunes, 23 de junio de 2014

Pablo, su profesor y sus colegas entran en el hotel Ritz

Eva: —¿En qué hotel será la cena?
Clara: —Mañana iremos Leo y yo a reservar el Ritz. Lo habíamos decidido hace mucho tiempo. Hay que celebrarlo por todo lo alto.
Leo: —La fecha es buena porque... Y está escogida a posta por varios motivos, uno de los principales es que ni es martes, ni trece, ni viernes.
Jorge: —Muy bien, para los supersticiosos.
Profesor: —Os pasaremos a todos el archivo con el libro terminado para que podáis leer el primer borrador antes de la cena, a espera de la sorpresa del Vasco, que me ha escrito ahora otro mail y me ha anunciado parte de la sorpresa, pero no ha querido revelarme todo. Sólo me dice que es algo que quiere añadir al libro, y que acaba de comprar el billete de avión on-line.
Pablo: —Pues vaya intriga. A nosotros esa fecha nos viene perfecta. Esa semana no tengo vuelos y Alice no tiene problema, que es la jefa de su negocio... Mañana al ginecólogo.
J. Carlos Gutiérrez: —¡Eh! Que acabo de incorporarme: ¿Dónde será la cena? Que yo no me la pierdo.
“En El Ritz, en el Paseo del Prado” —respondieron varias pantallas al mismo tiempo.
Carlos Gutiérrez: —¡Ah! Es que se me había ocultado la pantalla, y no os veía.
Clara: —A las nueve de la noche, allí nos encontraremos.
El día siguiente, Pablo se fue para Boston. Lo llevamos Clara y yo al aeropuerto. Menos mal, porque a los pocos días se paralizaron todos los aviones por una huelga total de controladores aéreos.

Capítulo XIV
99
Clara y yo recogimos al Vasco en el aeropuerto. Los aeropuertos ya funcionaban, aunque todavía en estado de alarma, dada la militarización y la mano dura del gobierno, según nos informaba el taxista. Algo ha pasado con los controladores aéreos, pero, con la preparación de nuestro evento, y la maquetación del libro, no he tenido tiempo de enterarme de detalles. Ya le preguntaremos a Pablo.
Llevamos al Vasco al mismo hotel Ritz donde quiso hospedarse a pesar del precio. Como otro idiota me emocioné al saludarlo. No sé qué me está pasando. Debe de ser que me estoy haciendo viejo prematuro.
Cuando lo dejamos en el hotel, me dijo Clara:
—Tiene que haberle ido bien en Argentina.
—Pues debe de ser al único —le respondí—. Supongo que además de la enseñanza se habrá dedicado a otros negocios más rentables.
Por la tarde, nos presentamos en el hotel, media hora antes de la cena por si alguno se adelantaba.
En el vestíbulo esperamos un rato; mientras tanto, como todavía nadie aparecía, nos acompañó un maître al comedor reservado, para que diéramos el visto bueno a la preparación de la mesa.
¡Hala! ¡Trescientas copas para cada comensal! ¡Qué barbaridad! Los adornos florales derrochaban colores entre los entremeses y canapés exóticos que se desbordaban en las fuentes. Los destellos de luz en la cubertería de plata nos deslumbraron.
Me decía Clara en un aparte, mirando las columnas, los techos y los cortinajes, aprovechando que el maître se adelantó un poco:
—¿No te parece demasiado lujo para celebrar la culminación de un libro?
—No vamos a redimir el mundo por prescindir de una celebración histórica. Un día es un día, y única ocasión para reunirnos los profesores y alumnos de antaño ¿Qué son más que nosotros los jefes de Estado cuando aquí se hospedan invitados por el Gobierno? En lo único en que nos diferenciamos es en que nosotros lo pagamos de nuestro bolsillo, y no de los presupuestos del Estado. Desde luego, el hotel es precioso. Cuando vinimos a reservarlo no me fijé tanto.
Se nos hundían los zapatos en las moquetas.
Mientras esperábamos a que se llenara la mesa lujuriosamente decorada en medio de dos grandes columnas de fuste liso y capiteles afiligranados, nos cruzamos besos y abrazos emocionados donde no hacían falta las presentaciones con Eva y su familia, que llegó muy puntual a la cita.
Entró Nora acompañada de un botones hasta la sala. Se la presentamos a Eva. Clara hacía de anfitriona.
—Yo había quedado en buscar a Alfonso Sierra y a Juan, los conserjes —le dije al profesor que subía la escalinata con la carpeta del libro debajo del brazo— y por más que he buscado no he dado con ellos. Hubiera sido un puntazo que hubieran venido. Las que han estado a punto de venir, y que al final no han podido, han sido Candi, la directora, y Nachi; siguen dando clase y no se atrevieron a pedir permiso para esto.
—Yo había imaginado —dijo el profesor— que de no reunirnos en fin de semana, habría muchas ausencias, pero, por si acaso me equivocaba, no quise disuadirte de tu empeño de reunirlos a todos alrededor de “mi libro”.
El maître se apartó discretamente de nosotros y miró el reloj con disimulo.

Habíamos quedado a las nueve y ya eran las nueve y veinte. Yo miré a Pablo de reojo, y él me respondió con movimientos de cabeza a ambos lados y de cejas preocupadas…

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